Carrol Shelby intentó triunfar con varias empresas. Tras combatir en la IIª Guerra Mundial lo intentó en el sector del procesamiento de residuos; no hubo suerte. Al vivir en Dallas… pensó que sería buena idea entrar en la industria petrolífera; tampoco era lo suyo. Después instaló un criadero de aves, pero al poco murieron todas debido a una enfermedad. Era como si el destino le estuviera mandando un mensaje: no decidas con la cabeza y dedícate a tu pasión. Hizo caso a las señales. Y acertó. Entró en la Fórmula 1, ganó las 24 Horas de Le Mans en 1959 al volante de un Aston Martin y, lo que es más importante, fundó la empresa automovilística Shelby.
Shelby se dedicaba a desarrollar la deportividad de automóviles fabricados en serie por otras marcas. Así como un domador potencia las cualidades de un pura sangre, Shelby llevaba a su máxima expresión coches deportivos gracias a sus modificaciones. La versión del británico AC Cobra tuvo tanto éxito en los EE.UU que allá se conoce al modelo como Shelby Cobra, directamente. De repente, esos coches pintados de azul con dos franjas blancas desde el morro hasta la trasera estaban en boca de todo el mundo. Su pequeña marca empezaba a hacerse famosa y el gigante Ford la tenía en gran estima.
EL ESCEPTICISMO DA PASO AL ÉXITO
En 1964, y sobre la base del familiar Falcon, la Ford lanzó un coupé con vocación popular: el Mustang. La verdad es que el lanzamiento estaba plagado de dudas. Aún en las previsiones más felices, Ford calculaba vender unas 100.000 unidades y… ya. Sin embargo el primer día hubo 22.000 peticiones y, tan sólo en su primer año, se vendieron 417.000. El coche se convirtió en todo un fenómeno de masas. Casi sin quererlo, habían dado con una fórmula mágica: la del pony car. Un vehículo típicamente americano; ligeramente deportivo pero de fácil manejo, de espectacular diseño pero con un precio contenido, fácilmente personalizable y orientado a un público joven.
Fue tal el éxito que, del inicial escepticismo, se ha pasado a crear una saga que llega hasta nuestros días a través de seis generaciones y multitud de versiones. Para aclararnos con ellas, es muy aconsejable ver -y oir- el vídeo que os dejamos aquí abajo…
Son tantas que, cuando pensamos en un Mustang, nos pueden venir muchas variantes a la cabeza. Sin embargo, hay una que ha quedado como la que marca la imagen clásica del modelo, al menos en lo que a mí respecta: la de 1967.
LA PRIMERA ACTUALIZACIÓN DEL MUSTANG: 1967
Espoleados por el éxito de Ford, los ingenieros de Chevrolet espabilaron y lanzaron el Camaro. Para competir con él, el nuevo Mustang de 1967 se hizo más grande y montó motores V8 de mayor cubicaje.
Para aquellos que deseaban prestaciones más deportivas Ford lanzó la versión Fastback; dotada de una mecánica optimizada, podía rendir hasta los 271 o 321 CV según la versión. Aún así, el Mustang Fastback no dejaba de ser un deportivo excesivamente “civilizado”. En pruebas como ésta de la revista Autobild vemos que ni el chasis blando, ni el cambio de marchas ni la dirección poco precisa invitaban a sacar todo el potencial del coche. Tampoco debemos tomar esto como una crítica: siguiendo la esencia de los pony car éstos son coches que, a pesar de su deportividad, han de poder ser conducidos fácilmente en un uso diario.
Quizá por eso hacía falta una preparación más extrema. Una versión sin concesiones a la comodidad del día a día. Algo radical. Era hora de levantar el teléfono y llamar a Shelby para un encargo muy especial.
FORD DEJA VÍA LIBRE A SHELBY: EL GT500
Shelby llevaba preparando modelos de Mustang desde 1965, pero la versión que hizo en 1967 -y de la que ahora celebramos su 50 aniversario- se ha convertido en el modelo más excitante e icónico para la mayor parte de los seguidores del caballo galopante. Basado en el Fastback, el GT500 está equipado con un motor V8 de 7 litros y 335 CV, con cambio automático de tres velocidades o manual de cuatro. Con un peso de 1.470 kilos, las 3.225 unidades fabricadas en 1967 fueron ensambladas en la factoría de Ford en Los Ángeles.
Más allá del plano técnico, las mutaciones que Shelby realizó en el coche se dejan ver en su carrocería, mucho más musculosa que la equipada en los modelos Ford. Tanto el capó como las tomas de aire laterales están realizadas en fibra de vidrio, favoreciendo un conjunto que marca la imagen clásica del modelo a lo largo de las décadas.
La escasa cantidad de unidades producidas -sólo se fabricó durante los años ’67 y ’68-, así como lo icónico del modelo, hacen que la cotización del Shelby Mustang GT500 resulte prohibitiva para el coleccionista medio. Más aún si rebuscamos en versiones tan especiales como la Supersnake: se construyó uno, y gracias al V8 de 520 CV sólo es superado en seis por otro Mustang. Es también un Shelby GT500: el que en el 2015 volvía a revivir la leyenda de uno de los deportivos americanos más emocionantes de todos los tiempos. Lejos de ser una leyenda olvidada, y tras 50 años, aquel mítico Shelby GT500 de 1967 sigue inspirando los nuevos purasangre de esta autentica saga americana.
*Esta preciosa unidad fue subastada por Bonhams en junio de 2016