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50 años no son nada, el BMW Turbo de 1972

Aunque no lo parezca gracias a sus excelentes volúmenes ideados por Paul Bracq, el BMW Turbo cumple este año medio siglo de existencia. Además, en su momento fue la carta de presentación de la tecnología turbo en BMW, siendo al mismo tiempo un excelente testimonio sobre cómo la casa bávara no quería perder el tren de la innovación y la modernidad

Para el automovilismo, la década de los setenta arrancó como un escenario prometedor hasta que la Crisis del Petróleo consiguió poner todo patas arriba. Así las cosas, hacia 1970 ya estaba plenamente consolidada la revolución del diseño en cuña. El movimiento estilístico liderado por Marcello Gandini, Paolo Martin o Giorgetto Giugiaro. Todos ellos responsables de redefinir el concepto de superdeportivo gracias a prototipos como el Alfa Romeo Carabo, el Porsche Tapiro o el Ferrari Módulo. Poseedores de estéticas futuristas concebidas para cortar el viento, pero también aptas para montar el motor en posición central tal y como había entronado el Lamborghini Miura.

Además, en lo relativo a las mecánicas empezaban a atisbarse en el horizonte el uso de nuevas tecnologías. De hecho, coincidiendo con los Juegos Olímpicos de Munich 1972, BMW estrenó un prototipo eléctrico capaz de acompañar a los corredores de la maratón. La muestra de que, aún en fase verdaderamente experimental, la tecnología eléctrica ya se veía entre los principales fabricantes como un futuro tan lejano como irremediable. Además, dentro de las innovaciones conducentes a mejorar la eficiencia de los motores se encontraba la turbocompresión.

Nacida en el mundo de la aeronáutica, esta técnica iba a ser uno de los elementos más revolucionarios para el automovilismo de los años setenta y ochenta. De hecho, cuando en 1978 el Alpine A442 ganó en Le Mans muchos sabían que todo el esfuerzo realizado por Renault no se iba a quedar ahí. Así las cosas, el turbo saltó a la F1 y de ahí a los coches de serie. Logrando una gran mejora de la potencia para llevar la deportividad incluso a los segmentos más populares. No obstante, algunas marcas ya habían puesto en la calle modelos compactos con turbocompresión unos diez años antes. Justo el caso de BMW con su icónico 2002 Turbo de 1973.

ANTES DEL 2002, LOS PRIMEROS PASOS DE BMW EN LA TURBOCOMPRESIÓN

Como se ve desde su propio emblema, BMW es una marca que tuvo sus orígenes en el aire. De hecho, en 1919 una de sus creaciones aeronáuticas se quedó a unos pocos metros de alcanzar los diez kilómetros de altitud. Una buena muestra de la calidad de sus mecánicas, confirmadas con los numerosos pedidos militares recibidos por la marca. De hecho, aunque el ingeniero de BMW Max Friz es conocido por ser el creador de la motocicleta R32, lo cierto es que su mejor creación fue desarrollar en 1917 un motor de avión con alta compresión.

De esta manera conseguía reducir la pérdida de prestaciones según lograba altura. Producto del resentimiento del motor al tener menos oxígeno y, por tanto, lograr una carburación de peor calidad. Justo el problema para el cual nació como respuesta el turbocompresor. Intentando introducir todo el aire posible en la mezcla a fin de no perder potencia al volar por encima de las nubes. Una idea en la que trabajó la división aeronáutica de BMW, quedando marcado de una manera u otra ese saber en el acerbo de la marca.

Así las cosas, tras la Segunda Guerra Mundial BMW ya tenía bastante con sobrevivir. Con una de sus dos factorías en territorio ocupado por los soviéticos y los planos de sus 328 en manos de los ingleses, la marca tuvo que reinventarse con modelos escuetos como el Isetta. Eso sí, combinados con otros de lujo como el 501. Afortunadamente, en la década de los cincuenta llegó el bicilíndrico 700. Un utilitario diseñado por Michelotti con el que se pudieron cuadrar las cuentas, salvando así el peligro de una absorción por parte de Mercedes.

No obstante, BMW necesitaba generar una imagen de marca exitosa y diferenciada. En este sentido se tomó la opción de dotar a sus gamas con versiones deportivas. Ofreciendo modelos a la altura de los de su competidora Mercedes junto a series más compactas bastante aptas para forjar versiones deportivas. Con este contexto, en 1968 se lanzó el 2002. Un modelo de tamaño escueto que rápidamente alcanzó un excelente nivel gracias a victorias como la cosechada en su clase durante las 24 Horas de Nürburgring. La base perfecta para que, en 1973, a fin se lanzase una increíble versión Turbo.

BMW TURBO 1972, UNA ESTÉTICA PLENAMENTE VIGENTE

Para los amantes de las genealogías del motor, quizás lo más interesante del BMW Turbo sea que es el primer modelo con turbocompresor en la marca. De hecho, se presentó en el Salón de París en 1972. Justo un año antes de la aparición del 2002 Turbo, al cual se le tiene equivocadamente como el primero. Eso sí, a decir verdad si hablásemos de modelos estrictamente de serie sí lo es. Y es que del BMW Turbo sólo se construyeron dos unidades. Destinadas a generar un importante efecto mediático que ayudase a tres cuestiones diferentes pero complementarias. Veamos.

En primer lugar, BMW no quería perder el hilo de su naciente y exitosa imagen deportiva. Por ello necesitaba de este prototipo. Totalmente imbuido del diseño en cuña antes comentado, proyectando un halo futurista y exótico sobre la gama BMW. Algo que sin duda logró, acaparando una buena cantidad de focos mediáticos para beneficiar así al índice de ventas en los modelos de serie. En segundo lugar, el BMW Turbo fue la presentación de esta tecnología. La cual llegaría a serie al año siguiente, estableciendo uno de los pocos precedentes previos al dominio ejercido por Renault en la generalización de la turbocompresión.

Algo que también logró. Pues el motor con cuatro cilindros y 1.990 centímetros cúbicos instalado en posición central -algo inédito para BMW- era capaz de rendir 276CV dependiendo de la presión del soplado. Todo ello a partir del mismo bloque del 2002. Evidenciando las prometedoras oportunidades ofertadas por la turbocompresión a la hora de crear deportivos con modelos populares como base. Además, en tercer lugar estaba la seguridad. O mejor dicho, la seguridad conciliada con la estética pensando en el mercado americano.

Y es que allí las nuevas normativas para caso de choque condicionaban unos enormes parachoques. Por ello, Paul Bracq -uno de los diseñadores más polifacéticos del momento- se preocupó por integrarlos dentro del conjunto general del BMW Turbo. Y por cierto, de una forma bastante lograda. No en vano, a la vista está que, a pesar de andar cumpliendo justo ahora medio siglo, el BMW Turbo guarda una línea llamativamente actual. Sin duda, un automóvil excepcional.

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Escrito por Miguel Sánchez

A través de las noticias de La Escudería, viajaremos por las sinuosas carreteras de Maranello escuchando el rugido de los V12 italianos; recorreremos la Ruta66 en busca de la potencia de los grandes motores americanos; nos perderemos por las estrechas sendas inglesas rastreando la elegancia de sus deportivos; apuraremos la frenada en las curvas del Rally de Montecarlo e, incluso, nos llenaremos de polvo en algún garaje rescatando joyas perdidas.

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