A veces no es suficiente tener buenas intenciones, hacen falta medios, hacen falta capacidades para llevar las cosas a cabo y también, aunque sea algo que no todo el mundo aprecia, hace falta asesoramiento y mucha suerte. De todas formas, al final, aunque logres llegar a donde quieres, aunque te hayas esforzado al máximo, siempre habrá quien te critique, quien intente destruir aquello que has logrado y hasta podrías ver como aquellos que te ayudaron se vuelven contra tí.
De primeras, puede que todo esto que acabamos de decir no tenga ningún sentido, pero es un resumen de lo que sufrió Alfredo Juliano, un sacerdote católico ordenado en la Congregación del espíritu Santo en Ridgefield, Pensilvania (Estados Unidos). Ahora, quizá, te estarás preguntando qué interés puede tener la vida de un sacerdote, de una congregación de la que nunca has oído hablar. Pues curiosamente, este sacerdote, el padre Alfredo Juliano, tiene una interesante relación con el mundo del automóvil siendo, además, todo un visionario.
El padre Alfredo Juliano diseñó y fabricó el que se considera uno de los coches más feos de la historia: el Aurora, allá por 1957. Pero quedarse aquí demuestra un claro desconocimiento y un nulo interés por saber, qué motivó a un cura católico para fabricar un coche, con sus propias manos y usando dinero de distintas procedencias. Y, ciertamente, resulta, cuanto menos, curioso: la seguridad.
UN SACERDOTE QUE DISEÑABA COCHES
Hoy día la seguridad de los vehículos es algo que se da por sentado, existen normativas muy estrictas y organizaciones que analizan los vehículos que se venden, para conocer el nivel de seguridad que ofrecen (Euro NCAP y la NHTSA americana). Pero en la década de los 50 y 60, esas cuestiones eran menores y por si fuera poco, se tenía un concepto muy equivocado, pues se pensaba que cuanto más rígida fuera la estructura de un coche, mejor para los pasajeros en caso de accidente. Justo lo contrario que se piensa, o mejor dicho, que se ha comprobado, hoy día: un vehículo muy rígido es peligroso porque no se disipa la energía generada en el impacto y llega por completo a los pasajeros.
Pero dejemos eso de lado y regresemos con el padre Alfredo, quien cuidaba de las almas de sus feligreses, pero también de su cuerpo terrenal. Aunque esto fue casi al final de nuestra historia. Al principio de la historia nos encontramos con un chaval muy despierto y hábil, interesado en el diseño industrial. Con 13 años ya proyectaba en papel ideas sobre coches y aeronaves, llegando a llamar la atención de gente muy importante procedente de General Motors. Estos le ofrecieron una plaza en el “School for Creative Young Designers”, oferta que Alfredo rechazó porque ya se había ordenado sacerdote. No todo el mundo puede presumir de haber sido “invitado” a estudiar en el “Colegio para la Creatividad de Jóvenes Diseñadores”, pero muchos menos pueden presumir de rechazar la oferta, si esto se puede considerar algo de lo que se deba presumir.
Eligió la vida en la Iglesia en lugar de diseñar coches, aunque no por ello dejó de dibujar y de dar forma a sus ideas. Era un cura atípico, amante del diseño de automóviles, que tenía una idea en mente que actualmente es norma para todos los fabricantes: quería crear un vehículo que fuera muy seguro tanto para sus ocupantes como para el resto de usuarios de la vía. Quería diseñar algo más que un simple medio de transporte. Y finalmente lo hizo, aunque las cosas no salieron como él esperaba.
NACE EL AURORA, EL COCHE MÁS SEGURO DEL MUNDO
Alfredo no era ingeniero, ni tampoco tenía estudios de mecánica o de diseño, simplemente, tenía la convicción de poder crear un vehículo que fuera muy seguro para usuarios de la vía y para sus ocupantes. Así que en sus ratos libres, comenzó a trabajar en el proyecto. Tardó dos años en diseñar el coche y luego necesitó otros tres años para construirlo. Lo hizo con sus propias manos y con aquello que pudo encontrar.
Por ejemplo, el padre Juliano empleó las donaciones a la Iglesia, algunos préstamos y sus propios fondos para fundar Aurora Motor Company, para poder crear el vehículo y mostrárselo a los clientes potenciales y más adelante, ofrecerlo con motor Chrysler, Cadillac o Lincoln, sobre un chasis Buick.
En el primer y único prototipo que se fabricó, el chasis Buick fue lo único que el padre Juliano pudo mantener, ya que el presupuesto era limitado y solo había que convencer a los clientes y a los posibles interesados de su viabilidad. El chasis Buick, de 1953, lo rescató de un desguace sobre el cual, fabricó un marco de madera y una carrocería de fibra de vidrio. Para las ventanas no usó vidrió porque al romperse puede ser peligroso, empleó un plástico muy resistente, casi irrompible y monto un techo con persianas internas de metal ajustables. Quería que fuera resistente a las abolladuras, al óxido y a la corrosión.
Instaló cinturones de seguridad, una jaula antivuelco reforzando la estructura, defensas acolchadas de color de la carrocería, un salpicadero acolchado, zonas de deformación y una dirección telescópica colapsable (hoy día, considerada uno de los mayores avances en seguridad). El parabrisas, cómicamente deformado, estaba pensado para que los ocupantes no pudieran llegar a impactar con él en caso de accidente al aumentar la distancia que los separaba y entre las curiosidades, tenía unos asientos que en caso de accidente, giraban 180 grados para colocar al ocupante de espaldas y así evitar sufrir graves lesiones tanto en el cuello como en otras partes del cuerpo.
La carrocería, una de las partes más llamativas del coche y culpable de su poca aceptación, era un compendio de buenas ideas. No había aristas, todo era curvo para evitar crear graves lesiones en caso de accidente. La parte delantera, con una sobredimensionada defensa, estaba pensada para “recoger” al peatón en caso de atropello. Es decir, en lugar de lanzar al peatón por los aire o estrellarlo contra el suelo, Alfredo pensó que tras el golpe, el propio coche recogería al peatón evitando lesiones mayores.
TODO EMPEZÓ MAL DESDE EL PRINCIPIO
Sin embargo, aunque todo eran buenas ideas y buenas intenciones, todo salió mal desde el comienzo. El chasi Buick, que el padre Alfredo no revisó cuando adquirió, se desmonto varias veces en su primera aparición pública, además, todo el mundo se centró en el diseño del Aurora y se olvidó todo lo que contenía en aras de la seguridad. Además, el coche le costó a Alfredo cerca de 30.000 dólares, cuando había estimado que no necesitaría más de 12.000 dólares. Esto provocó que no recibiera ni un solo pedido, y Aurora Motor Company se declaró en bancarrota.
Tras esto, el sacerdote Alfredo Juliano fue investigado por fraude, porque fue denunciado por malversación de dinero de la Iglesia. El coche fue entrado en un taller como garantía de facturas impagas y allí acabó olvidado hasta 1993, cuando Andy Saunders, un diseñador británico al que consideran algo asi como “el Bansky del automóvil”. El coche estaba en un estado deplorable, abandonado en un descampado de Connecticut, donde su estructura de madera y la fibra de vidrio estaban podridas y casi destruidas por completo.
Sorprendentemente, Andy logró recuperar el automóvil y devolverlo a su estado original, con una profunda restauración llevada a cabo en Reino Unido. Su empeño en recuperarlo venía, según él, porque había sido hechizado por su fealdad y necesitaba tenerlo. Lo mostró al público en el año 2004, en el Goodwood Festival of Speed y luego lo exhibió en el Museo del Motor de Beaulieu (Hampshire, Inglaterra). El Aurora, también conocido como Aurora Safety Car, todavía sigue en poder de Andy Saunders.