Mitología
Según la mitología griega, cuando Perseo cortó la cabeza de Medusa sucedió algo inesperado y misterioso: de la sangre que brotaba de su cuello surgió una nube blanca que se fue convirtiendo en un hermoso caballo con grandes alas, que pronto comenzó a correr y saltar como nunca se había visto hacer a caballo alguno. Acababa de nacer Pegaso, el símbolo de la velocidad.
Perseo se montó en Pegaso y emprendió el regreso a Argos, su patria, haciendo un alto en los dominios de Atlas, que le recibió con hospitalidad y sorpresa por el caballo volador, hasta el punto de ofrecer a Perseo la más querida de sus hijas, Electra, deseando retenerles a él y a Pegaso. Pero un día Perseo tuvo noticias de la existencia de una joven de mayor belleza que habitaba en tierras lejanas y decidió ir a buscarla. Atlas, ofendido, no dudó en acabar con Perseo, pero el joven montó a Pegaso y huyó para casarse con Andrómeda. Luego ambos levantaron el vuelo para regresar a su isla, donde vivieron felices. Pegaso volvió a los prados del Olimpo donde se hizo famoso, asombrando a dioses y mortales por su belleza y velocidad; lo que llevó al joven Belerofonte, hijo de Poseidón, a enamorase de él y soñar con montarlo.
La forma de conseguirlo se la dijo el adivino Heliodoro: necesitaría unas bridas de oro que poseía Atenea y que debería de ponerle a Pegaso para domarlo y convertirlo en su compañero de viaje. Atenea se las dio, pero le avisó que si algún día se le ocurría pensar en ser un dios, el propio Pegaso se encargaría de castigar su soberbia. Belerofonte lo embridó y desde ese momento jinete y caballo alado se identificaron de tal manera que los mortales lo tomaban por un centauro.
Un nuevo lance sobrevino a Belerofonte cuando éste rechazó a Atenea, esposa de Proteo, bajo cuyo reinado estaba viviendo. La despechada Atenea le acusó de seducción y Proteo lo envió al reino de Licio con una carta en la que le pedía dar muerte al mensajero. El rey de Licio en lugar de ejecutar la petición lo mandó a luchar contra la Quimera, una criatura terrorífica con cabeza de león, cuerpo de cabra y cola de serpiente; Belerofonte se sentía invencible sobre Pegaso y aceptó el desafío.
Tomó su arco y las flechas y dejó volar a Pegaso hasta plantarse sobre la Quimera, pues el modo de vencer a aquel monstruo que echaba llamaradas por la boca sería dispararle sus flechas desde arriba, fuera del alcance de su fuego. La Quimera cayó muerta y Belerofonte vivió feliz en Argos con su esposa y su fiel Pegaso.
Pero llegó el día en que presa del orgullo, pretendió subir al Olimpo a lomos de Pegaso; entonces Zeus iracundo envió un tábano que picó a Pegaso bajo la cola, que le hizo encabritar y tiró a Belerofonte, que sería condenado a vagar sin rumbo de por vida, cumpliéndose así la advertencia de Atenea.
Pegaso volvió a su vuelo en solitario, ahora al servicio de Zeus, padre de todos los dioses, que hizo de él su mensajero portador del rayo hasta que al final de su vida lo transformó en una brillante constelación que permanece en el cielo.
Es interesante observar como el mito Pegaso se mantuvo vivo en la mente hispana como inspiración literaria y poética. Rubén Darío lo cantó en uno de sus versos, escribiendo:
«No se concibe a Alejandro sin Bucéfalo;
al Cid sin Babieca;
ni puede haber Santiago en pie,
Quijote sin Rocinante
ni poeta sin Pegaso»
En uno de sus versos, Manuel Machado exclama: «Pegasos, lindos Pegasos caballitos de madera».
Pero mucho antes ya D. Quijote había volado en un caballo, cuyo nombre:
«No es como el caballo de Belerofonte, que se llamaba Pegaso, ni como el del Magno Alejandro llamado Bucéfalo; ni como el del furioso Orlando cuyo nombre fue Brilladoro, ni menos Bayarte, que fue el de Reinaldos de Montalbán.»
…
Porque se llama Clavileño El Alígero, cuyo nombre conviene con el ser de leño y con la clavija que trae en la frente y con la ligereza con que camina”
Francisco de Goya pintó un aguafuerte titulada “Disparate volante”; un hombre con una mujer, aparentemente raptada, en plena huida a lomos de un caballo alado.
Alegoría
Volviendo a la realidad contemporánea vamos a ver una serie de alegorías presentes en sellos de correos, que muestran la fuerza y viveza del mito Pegaso en España. En 1.905, cuando los sellos de correos portaban habitualmente efigies de los monarcas, escudos o grabados conmemorativos, aparece el primer sello de correspondencia urgente con un Pegaso en primer plano, símbolo de velocidad.
En 1.925 se emite un nuevo sello de correspondencia urgente y de nuevo la alegoría de Pegaso en un dibujo frontal de gran fuerza expresiva. En 1930 se emite otro sello con el grabado “Disparate volante” de Goya.
Con motivo del Centenario de la Fundación de Montserrat en 1.931 aparece un nuevo sello también de correspondencia urgente y otra vez tenemos a nuestro Pegaso encabritado en pleno cielo.
En 1934 un nuevo sello de urgencia muestra un conjunto de caballos y alas, alegoría de rapidez y velocidad.
En 1.936 dentro de la serie del XL Aniversario de la Asociación de la Prensa, nos encontramos con otra alegoría del caballo volador, pero en este caso no es Pegaso sino Clavileño, que vuela sobre la ciudad de Madrid. En 1937, en plena guerra civil, encontramos una nueva imagen de Pegaso en un sello de nuevo formato y color, impreso en la zona nacional. En 1.939 sube la tarifa de 20 a 25 cts. y aparece otro sello con otra nueva interpretación gráfica de Pegaso. Este sello, renovado en 1.942 en color rosa, será el último Pegaso filatélico.
Los Clavileños aparecen de nuevo en los sellos de 1.947 con motivo del IV Centenario del nacimiento de Cervantes y en los de 1.966 con motivo del XVII Congreso de la Federación Astronáutica Internacional.
Realidad
En la primera década del siglo XX aparecen en España varias realidades con referencia al caballo mitológico y volador: A principio de siglo, el primer automóvil de bencina de Emilio de la Cuadra fue bautizado por su creador como Centauro, término realmente premonitorio del coche que sería el antepasado último de los Pegaso. Más tarde, una de las primeras marcas de carburantes de nuestro país fue El Clavileño, gasoleno para automóviles, que proclamaba en su publicidad de 1.909 «No ensucia las válvulas».
En 1930 Jesús Batlló de Barcelona participaba en las competiciones de lanchas rápidas con la suya, que exhibía en su costado el nombre Pegaso.
En los años 40 se bautiza con el nombre Pegaso un guardacostas de la Armada construido por la E.N. Bazán en Cartagena.
En 1.947 a los pocos meses de la creación de ENASA, asistimos a la materialización del bello mito de Pegaso y a la encarnación de la alegoría, ahora bajo el signo de la potencia. Acababa de registrarse el nombre de Pegaso como marca de los camiones que iban a ser parte de la historia de España durante medio siglo.