Puede resultar un ejercicio de redacción algo arriesgado, pero para contar la historia del Ford 999 nos vamos a ir a los inicios de Montesa. Sí, la marca de motocicletas creada en 1944 por Xavier Bultó y Pere Permanyer. Dos caracteres opuestos pero complementarios. Estando el primero enfocado al mundo de la competición mientras que el segundo contaba con una prudente mentalidad comercial. Así las cosas, hasta que en 1958 Bultó oficializó su salida para crear Bultaco, Montesa vivió a caballo entre las creaciones de gran serie y los diseños creados en tirada corta para el equipo oficial y su participación en el Mundial. De esta manera, la empresa catalana progresó a nivel mecánico a través de una simbiosis en la que circuitos y concesionarios se complementaban perfectamente.
Eso sí, todo cambió a partir de 1957. Año en el que se presentó el SEAT 600 con unos precios capaces de acercarlo a las nuevas clases medias. Las cuales estaban accediendo en masa al consumo dos años antes de la aprobación de los Planes de Estabilización. Punto de inflexión económica en el Franquismo. Haciendo que las motocicletas dejasen de ser el vehículo preferido de los sectores populares para ser sustituidas por el automóvil compacto. Con todo ello, Permanyer pensó que lo más apto sería dejar a un lado las carreras y su incierta economía para centrarse en la producción en gran serie de modelos urbanos. Justo lo contrario a lo que dominaba en la cabeza de Bultó. Tendente a enfocarse en la deportividad como un prometedor nicho de mercado donde poder dominar.
Llegados a este punto, ¿qué tienen que ver estos dos empresarios catalanes con Henry Ford? Bueno, según se quiera ver la verdad es que bastante. Veamos. Normalmente, al conocido norteamericano se la ha asignado un recuerdo que más bien sería semejante al de Permanyer. Es decir, el de un eficiente hombre de negocios hecho por y la para la gestión de una marca masiva. Al fin y al cabo, éste no deja de ser el máximo ideólogo de la producción en cadena. Tanto así que, a lo que no pocos historiadores denominan como Segunda Revolución Industrial, también se le suele llamar sistema Fordista.
No obstante, investigando sobre los inicios empresariales de Henry Ford llama la atención lo que ocurrió en 1902. Año en el que fue expulsado de la Henry Ford Company por sus socios. Hartos de la enorme atención que nuestro protagonista le estaba dando al Ford 999. Un automóvil pensado para batir récords de velocidad. Sin ningún tipo de lógica de beneficio más allá de hacerse con el botín de los premios concedidos en determinadas carreras. Es decir, contra la imagen histórica que de Henry Ford se ha construido, resulta que al final era un Xavier Bultó a la máxima potencia. No obstante, tanto el catalán como el norteamericano sabían perfectamente que para ir a las carreras las cuentas debían cuadrar antes en los despachos.
HENRY FORD Y SUS INICIOS ERRÁTICOS
No nos engañemos. Por mucho que palabras como “pasión” o “emoción” se asocien al mundo de los circuitos, las carreras han de ser una empresa sostenible. Esto lo sabían desde Enzo Ferrari hasta Marcel Renault aún perteneciendo a épocas muy distintas. Así las cosas, ambos se enfocaron a la producción de automóviles en serie para sufragar lo que realmente les interesaba: la competición. De hecho, mientras Marcel llegó a morir con las botas puestas corriendo en 1903 la París-Madrid, Enzo nunca ocultó el escaso interés que le producían sus coches de serie frente a todo lo que ocurría en la Scuderia.
No obstante, lo curioso es que un hombre como Henry Ford participase de aquella visión al menos hasta lanzar en 1908 el masivo Model T. Con todo ello, analizar los primeros años de nuestro protagonista en la industria del automóvil resulta de lo más aleccionador. Por ejemplo. Entrando en un cierto nivel de capital, su primera gran iniciativa comercial es la Detroit Automovile Company en 1899. Respaldado por una docena de inversores entre los cuales se incluye el propio alcalde de Detroit, Henry Ford se lanza a fabricar útiles camiones de reparto. Sí. Pero al mismo tiempo bólidos de carreras con los que ganar prestigio y fomentar las ventas.
Algo que le duró poco. Puesto que en 1901 esta empresa se disolvió arrastrando unas considerables pérdidas. Un hecho desagradable que impidió conformar a finales de ese mismo año la Henry Ford Company junto a unos nuevos accionistas. Precisamente aquellos que comentábamos unos párrafos antes. Aquellos que forzaron la salida de Henry Ford a los pocos meses de fundar la empresa acusándolo de enfocarse demasiado en las carreras y el Ford 999. Algo que, inevitablemente, nos recuerda a las polémicas entre Permanyer y Bultó justo antes de que el segundo acabase fundado Bultaco en 1958.
De hecho, Henry Ford salió de la empresa a la que daba nombre llevándose los planos del Ford 999 así como el propio nombre comercial. Gracias a ello, en 1903 fundó -esta vez ya sí- la que sería su empresa definitiva y aún existente: Ford Motor Company. Todo ello mientras sus anteriores socios renombraban las instalaciones de la Henry Ford Company en Detroit para fundar así Cadillac. Iniciando su andadura con un vehículo con una mecánica idéntica a la del Ford Model A de 1903. Una época turbulenta en lo financiero donde destacó un coche de carreras del que sólo se hicieron dos unidades. El Ford 999.
FORD 999, DOS UNIDADES PARA UN MISMO FIN
Contemplar al Ford 999 es ponerse cara a cara con el automovilismo de primera hora. Una época de pioneros en la que no había concesiones a nada que tuviera relación no ya con la seguridad, sino con la simple prudencia necesaria para llegar con vida a la hora siguiente. De esta manera, este automóvil no cuenta con ningún componente accesorio. De hecho, por no tener no tiene ni carrocería. Y es que en el Ford 999 todo va a la vista. Dejando expuesto su chasis de largueros y el motor, llamando la atención la ausencia de suspensiones traseras y diferencial.
Todo ello llevando a la realidad los planos en los que Henry Ford comenzase a trabajar en 1901, colaborando con los pilotos Tom Cooper y Barny Olfield para construir las dos unidades del Ford 999. No obstante, llegados aquí debemos hacer una importante aclaración. Y es que cada unidad recibió un nombre a pesar de ser prácticamente idénticas.
Es más, entre carrera y carrera se entremezclaron piezas siendo difícil saber dónde empezaban las especificaciones de una y acababan las de la otra. De todos modos, lo cierto es que hubo una llamada Arrow, en amarillo, y otra bautizada como 999, en rojo.Ya construidas las dos unidades, Henry Ford se deshizo de su participación en los Ford 999 reservándose el derecho a realizar publicidad usando sus posibles futuros logros en competición. Y ahí fue cuando empezaron unos meses complicados en los que, sencillamente, ninguna de las dos unidades se ponía en marcha.
CAMPEÓN SOBRE HIELO
Esto obligó a Cooper y Olfield a estar actuando como mecánicos durante todo el verano de 1902, hasta que consiguieron echarlas a rodar de cara a octubre. A partir de aquí se sucedieron las victorias y récords de velocidad en pistas de todo el país. El Ford 999 no sólo era una vehículo prestacional con su motor de cuatro cilindros y 18 litros (¡!) para rendir de 70CV a 100CV. También se convirtió rápidamente en un icono de la velocidad. Con los consabidos beneficios publicitarios que esto daba a los coches de serie producidos por la Ford Motor Company desde 1903.
Eso sí, aquello tenía sus peligros. Así las cosas, al poco de que la unidad 999 -llamada así en homenaje a una popular locomotora de alta velocidad- se retirase, la Arrow sufrió un accidente en el que murió el piloto Frank Day. Tras esto, el propio Henry Ford la compró y reparó, llamándola Ford 999 aunque más bien se debería haber llamado “New 999”. Y vaya, ni corto ni perezoso, sin supersticiones ni miedos por lo que le había pasado a Frank Day manejando ese mismo chasis, él mismo se dispuso a batir el récord mundial de velocidad sobre hielo el 12 de enero de 1904.
Para ello contó con la colaboración del mecánico Ed Huff. Encargado de manejar el acelerador mientras él gobernaba no el volante, sino esa especie de manillar que tiene el Ford 999. El resultado fue alcanzar los 147 kilómetros por hora sobre la superficie del lago helado en Saint Clair, Michigan. Una marca que el Ford 999 sólo conservó durante unos meses, aunque la fama le duraría hasta hoy como uno de los primeros grandes coches de carreras de la historia.
Imágenes: The Henry Ford / Free Library of Phildadelphia