Una de las grandes virtudes del Citroën 2CV es la de ser un verdadero coche global. No sólo por su versatilidad a la hora de mezclar asfalto y habilidades camperas. Sino, también, por haber sido fabricado en hasta ocho plantas repartidas entre Europa y América del Sur. De esta manera, más allá de contribuir a la motorización de las clases populares de la postguerra en Francia, este Citroën forma parte indispensable de la memoria colectiva en multitud de países. También en Argentina. Donde la marca del chevron se instaló como empresa con fábrica nacional allá por 1960. Iniciando una aventura empresarial que duró dos décadas hasta su absorción por Industrias Eduardo Sal-Lari.
Pero vayamos por partes. En Francia el Citroën 2CV comenzó a venderse en 1948. Ideado antes de la Segunda Guerra Mundial como un utilitario accesible y sencillo, finalmente vio la luz tras la contienda para ser un protagonista indiscutible en la recuperación económica. No sólo de Francia, sino también de otros países como España. Y es que, dada la expansión protagonizada por Citroën durante los cincuenta, la empresa abrió su planta de Vigo en 1958. Así las cosas, al igual que hiciera FIAT la marca francesa vio en la internacionalización su principal fuente de beneficios para un futuro cercano. Por ello, en 1960 fundó su propia filial en la Argentina.
Un país en cuyo mercado ya estaba presente, comercializándose desde años atrás unidades del 2CV importadas desde Francia y Bélgica. Eso sí, al ser un vehículo extranjero las tasas de aduana lo encarecían considerablemente. Algo profundamente inconveniente para un modelo que tenía en la economía y el bajo precio de acceso dos de sus banderas más identificativas. Por ello, y al igual que hiciera Ford en 1917 creando una planta en Buenos Aires para el ensamblaje del Model T, la marca francesa fundó en 1960 Citroën Argentina S.A. Todo ello para gestionar la nueva factoría de Jeppener, trasladada al poco a la del barrio bonaerense de Barracas. El lugar donde, en 1969, comenzó la producción de los primeros Citroën 3CV.
VARIANTES NACIONALES, UNA CONSTANTE EN SUDAMÉRICA
Por muy versátil y global que sea un coche, a nadie se le escapa que según los países cada diseño necesita adaptaciones. Requeridas por factores tanto geográficos como económicos, éstas pueden ir desde la mejora en la protección contra el óxido hasta la aparición de modelos nacionales enfocados a nichos de mercado muy concretos. Por ejemplo. Respecto a lo primero, las carrocerías de los FIAT 127 brasileños recibieron un tratamiento adecuado a la humedad del trópico. Y respecto a lo segundo Volkswagen de Brasil llegó a crear modelos propios como el SP2.
Un deportivo tan aparente como poco potente. Obviamente insuficiente para los prestacionales parámetros europeos, pero bastante digno si analizamos el escueto nicho reservado a la deportividad en el Brasil de 1972. Así las cosas, señalar la existencia de cierta libertad creativa para las diferentes filiales nacionales de los grandes grupos automovilísticos no deja de ser algo manido. Más aún si, mirando a la propia España, examinamos las diferencias entre los Renault franceses y los producidos en la FASA de Valladolid. Algunas de ellas relativas a las suspensiones debido al peor estado de los firmes ibéricos.
Con todo ello, la aparición en 1969 del Citroën 3CV se tiene que entender como una interesante operación comercial. Veamos. En Europa, para aquel año modelos como el 2CV ya estaban cayendo a nichos de mercado muy concretos. Nichos, digamos, residuales y cada vez más minoritarios. Especialmente unidos a ciertos usos camperos donde este utilitario se desenvolvía llamativamente bien. Todo ello debido a la forma y manera en la que el crecimiento de las clases medias urbanas había influido en el automovilismo. Dejando atrás modelos como éste o el 600 según avanzaba la democratización del consumo.
Sin embargo, el caso de la Argentina era diferente. Caracterizada por un menor acceso al parque móvil por parte de las clases populares, su mercado aún recibía de forma excelente a vehículos sencillos y económicos como el 2CV. Característica que no terminaba de borrar una necesaria puesta al día en materia de potencia, puesto que el tráfico se había hecho más intenso, rápido y agresivo. Además, dadas las enormes distancias con las que se caracteriza el campo en Sudamérica un motor más desahogado era algo bastante atractivo. De esta manera, aunque el Citroën 2CV seguía siendo un coche válido para las clases medias y populares en el mercado argentino, se veía como imprescindible la actualización que derivó en el 3CV.
CITROËN 3CV, MÁS MOTOR PARA UNOS NUEVOS TIEMPOS
El Citroën 2CV tiene múltiples bondades de sobra conocidas por cualquier aficionado a los vehículos clásicos. Sin embargo, lo cierto es que para finales de los sesenta su exiguo motor bicilíndrico ya se estaba quedando algo anticuado. Llegados a este punto, la versión argentina del modelo nunca llegó a sacar más de 18 CV con la cilindrada de 425cc. Punto en el que llegamos a la principal característica del Citroën 3CV, ya que el cubicaje se amplió hasta los 602cc pudiendo entregar hasta 32CV.
Estamos hablando de una mejora que orbita en torno a un 44% más de potencia, notándose severamente en la respuesta del Citroën 3CV tanto en ciudad como en carretera lanzada. Además, se incluyeron amortiguadores hidráulicos para reducir el típico cabeceo producido por los de fricción con muelles horizontales. También mejoró el sistema eléctrico, pasando de tener dinamo a montar alternador. Diferencias mecánicas menos visibles que las dadas en las puertas delanteras, las cuales pasaron de tener apertura suicida a pivotar por la delantera.
Respecto al interior, el nuevo tablero de instrumentos se conjugaba con los pedales que, en el Citroën 3CV, estaban colgantes en vez de salir desde el suelo como en el 2CV. En suma, más allá del motor nuestro protagonista recibió un cierto lavado de cara con el cual enfrentarse a los años setenta. Algo que consiguió, puesto que se produjeron más de 76.000 unidades del turismo y más de 17.000 de la versión furgoneta hasta el cese de ventas en 1980. Año en el que Citroën Argentina S.A decidió echar el cierre ante la contracción económica de aquel mercado, vendiendo sus instalaciones a Eduardo Sal Lari. El empresario que, con algunos cambios estéticos, continuó la producción del Citroën 3CV bajo el nombre de IES Super América. Pero esa es otra historia que otro día os contaremos.
Fotografías: PSA / Munafo / IES