En la historia del automovilismo hay épocas en las que todo parece ir más deprisa. Épocas con cambios de rumbo y paradigma en las que la tecnología parece estar desbocada. En este sentido, ahora mismo estamos viviendo una de ellas. Pasando a ritmos apresurados del motor de combustión al eléctrico con la provisión de ciertos minerales como telón de fondo. Algo bastante más profundo a lo vivido durante los ochenta con la aplicación masiva del turbocompresor. También al cambio estilístico surgido a caballo entre los sesenta y setenta. Así las cosas, si queremos analizar un proceso tan radicalmente similar al dado hoy en día hemos de irnos al menos un siglo atrás.
Una época en la que nacía la producción en serie con el Model T. Pero también cambios mecánicos como la disminución de la cilindrada. Un punto de inflexión especialmente ineludible en el ámbito de las carreras, priorizando la compresión y la eficacia por encima del aumento sin fin del cubicaje. Una vía de trabajo en la que, durante el período de entreguerras, trabajaron Amherst Villiers sobrealimentado al Bentley Blower o Vittorio Jano diseñando su Alfa Romeo P3. No obstante, de aquella transición podemos encontrar muchos más ejemplos. De hecho, a veces puede darse la paradoja de contemplar a dos de ellos sobre la misma pista.
Justo lo que pudimos observar el pasado mes de mayo en el autódromo de Montlhéry. Rodando en sus tandas de veteranos tanto el FIAT S76 como el Amilcar C6. Dos automóviles deportivos obedientes a conceptos completamente diferentes. El primero con una cilindrada superior a los 28 litros y el segundo con tan sólo 1,1. Obviamente diseñados para propósitos dispares. Aunque al mismo tiempo ilustrativos sobre una misma era, sobre una misma evolución. La de disminuir la cilindrada y el tamaño de los motores.
MONTLHÉRY, DONDE SE DAN CITA LOS MÁS VETERANOS
Con sus enormes curvas peraltadas, los autódromos previos a la Segunda Guerra Mundial son el lugar perfecto para cualquier reunión con deportivos veteranos. De esta manera, el francés de Montlhéry suele acoger encuentros periódicos donde se citan una buena cantidad de vehículos centenarios. El que reflejan las fotografías que ilustran este texto se produjo el pasado mes de mayo, exhibiendo desde escuetos autociclos hasta máquinas creadas por y para la velocidad punta.
Así las cosas, uno de los participantes más visibles fue La Bestia de Turín. No obstante, quizás deberíamos decir “escuchados” en vez de “visibles”, ya que el inmenso motor de este FIAT S76 con casi 300CV expide un sonido verdaderamente abrumador. No en vano, este automóvil ideado para batir récords internacionales de velocidad es un imponente diseño con unos 1.650 kilos de peso, capaz de entregar su máxima potencia a tan sólo 1.900 revoluciones por minuto.
Uno de los clásicos de competición más representativos para la época en la que playas como Pendine, Ostende o Saltburn acogían regularmente carreras de velocidad con máquinas como ésta o el BABS de John Parry-Thomas. Todo ello escalando cada vez más alto en lo referente a las cilindradas, con inmensos motores colocados sobre chasis de travesaños pensados para correr en línea recta. Algo que, por increíble que parezca, también copiaban algunos modelos fabricados para correr por trazados con curvas.
Y es que, en aquellos años -el FIAT S76 es de 1910- muchos ingenieros sólo contemplaban el incremento de la cilindrada si se quería ir más rápido. Obviamente esto empezó a dar problemas de todo tipo. Desde el consumo voraz -con el consiguiente problema del repostaje- hasta un peso responsable de crear comprometedoras inercias tanto en los giros como en las frenadas. Por ello, algunos pensaron en rebajar el tamaño de las mecánicas priorizando cuestiones como la sobrealimentación o la relación de compresión. Y sí, acertaron.
Prueba de ello es la idoneidad de modelos como el Amilcar C6. Lanzado en 1926, este automóvil deportivo simboliza perfectamente aquel proceso por reducir, ser más ligero y ganar maniobrabilidad. Llegados a este punto, tanto el C6 como el Bugatti Type 37A superaban en las pistas a deportivos más potentes.
De esta manera, se ponía encima de la mesa la importancia del peso en relación con el caballaje, aumentado aquí gracias a la acción de un compresor volumétrico accionado por el propio cigüeñal. Una tecnología tomada de la metalurgia y sus altos hornos, puesta aquí al servicio de alimentar los seis cilindros del Amilcar y su poco más de un litro de cilindrada.
Todo ello para llegar a una velocidad máxima de 170 kilómetros por hora. Evidentemente bastante menor que la lograda por modelos como La Bestia de Turín, sí. Aunque no tanto si tenemos en cuenta su cilindrada unas 25 veces menor. Además, el tamaño y el peso del Amilcar C6 hacían de él un modelo extremadamente efectivo en trazados revirados. Con todo ello, y a pesar de ser modelos con propósitos divergentes, resulta imposible no ver el producto de una transición mecánica que apostó por reducir en vez de incrementar sin fin. En fin, historias que sólo puedes ver en vivo gracias a eventos como los convocados en el autódromo de Montlhéry.
Fotografías: Unai Ona