En sus inicios, el automovilismo recibió una gran influencia de la aviación. De hecho, en diversas biografías tanto industriales como individuales ambos campos de la técnica automotriz se entrecruzan sin remedio. En este sentido, Hispano-Suiza representó un buen ejemplo. Desarrollando motores de aviación forjados en aluminio que, ya pasada la Primera Guerra Mundial, se adaptaron con gran éxito a la saga H6. De hecho, la propia historia de Hispano-Suiza encuentra puntos de conexión con la biografía de Gabriel Voisin. Sin duda, uno de los personajes más poliédricos e interesantes para el automovilismo de entreguerras.
Pero vayamos por partes. Así las cosas, lo mejor será situarnos en la Exposición Universal de París celebrada en 1900. Uno de aquellos lugares donde, en la época previa a la sociedad de la información, se mostraban con no poca pompa y boato las nuevas maravillas de la técnica. Y es que fue allí donde un jovencísimo Gabriel Voisin contempló por primera vez los prolegómenos de la aviación. De hecho, éstos lo fascinaron de tal manera que abandonó sus estudios en arquitectura para enfocarse completamente a la construcción de artilugios para el vuelo. Llegados a este punto, hacia 1902 fundó en compañía de su hermano su propia y temprana fábrica de aviones.
Es más, por un tiempo estuvo completamente convencido acerca de haber sido el auténtico pionero de la aeronáutica. Es más, llegó a defenderlo públicamente en contra de las presiones de los hermanos Wright, quienes se desplazaron hasta Francia a fin de reclamar sus méritos en base a la evidencia cronológica. No obstante, lo cierto es que Gabriel Voisin abordó el diseño de sus aviones con una perspectiva más global que la desplegada por los estadounidenses. Gracias a ello, aún no quedando para la historia como el padre de la aviación, sí ha sido reconocido como el primero en dar soluciones a todos y cada uno de los retos planteados por la misma durante sus años seminales.
Además, sus planteamientos basados en la sencillez y la eficacia no dejaron de evolucionar durante la década de los años diez. Debido a esto, en 1911 comenzó a fabricar sus aeroplanos enteramente en metal. Algo muy extraño para el momento. Ya que estos se producían mezclando elementos ligeros realizados en madera y textil. No obstante, el tiempo le dio la razón. Especialmente tras estallar la Primera Guerra Mundial. Cuando sus cascos de avión resultaban evidentemente más efectivos ante cualquier ataque que aquellos realizados en materiales tan endebles como inflamables.
Gracias a ello, Gabriel Voisin amasó una auténtica fortuna durante la contienda al producir miles de aviones de guerra para la República Francesa. Es más, muchos de ellos fueron equipados con motores de la Hispano-Suiza, por lo que su biografía quedaba claramente unida a la de Marc Birkigt. No obstante, acabada la guerra en Europa sus intereses viraron hacia el automovilismo. Concretamente hacia el de alta gama. Justo aquel en el que, sin demasiados problemas de presupuesto, podría aplicar todo lo aprendido en la aeronáutica.
Puesto en esta tesitura, Gabriel Voisin se enfocó en dos líneas de trabajo. La primera tenía que ver con el uso intensivo del aluminio en las carrocerías. Siempre diseñadas bajo criterios relativos a subordinar la forma a la función priorizando la ligereza. Además, en lo referido a la segunda la idea también resultaba bastante innovadora para los tiempos. Y es que, debido a la adopción masiva del motor de combustión, las mecánicas ya no eran tan simples y suaves como podían ser las basadas en el vapor o la electricidad.
Es decir, fabricar automóviles de combustión sin merma del silencio y una cantidad reducida de piezas se estaba convirtiendo en todo un reto. Algo para lo cual Gabriel Voisin se hizo rodear por un nutrido grupo de ingenieros. Es más, uno de ellos fue André Lefèbvre. A la postre realmente exitoso en Citroën gracias a su participación esencial en la génesis del Traction Avant, el 2CV o el DS. Así las cosas, aquel equipo técnico decidió iniciar sus pasos experimentando con un motor de doble camisa deslizante.
Justo el mismo diseño patentado por Carles Yales Knight antes de la Primera Guerra Mundial. Poniendo en el centro de sus afanes el silencio debido a carecer de válvulas convencionales. Eso sí, como gran problema estaba la lubricación. Algo similar a lo ocurrido con los motores rotativos al aplicarse en gran serie por NSU o Mazda durante los años sesenta. No obstante, la casa Voisin supo solventar las dificultades planteadas por el motor Knight y, a pesar de reveses como el interpretado por el ambicioso prototipo C2 con su V12, pudo asentar una efectiva familia de propulsores con cuatro y seis cilindros en línea.
Gracias a ello, a comienzos de los años treinta Voisin ya era reconocida como una de las mejores marcas automovilísticas francesas. De hecho, en 1935 presentó su C25 basado en el chasis del C24 Aérodyne. Uno de sus modelos más icónicos, tomando también del mismo su motor con 2994 centímetros cúbicos y dos carburadores. Eso si, dándole más compresión para aumentar así el caballaje hasta los 95 CV. Además, contaba con amortiguadores regulables y una curiosa caja de cambios con tres opciones. La marcha atrás, una marcha para carretera y otra para ciudad. En suma, un compendio de tecnología punta al servicio de la sencillez y la eficiencia. Puro carácter Voisin.
De este modelo sólo se construyeron 28 unidades, carrozadas en diferentes presentaciones aunque siempre con el particular toque Art Déco de la casa. Un hecho visible en el alado adorno de capó al tiempo que en el original tapizado del habitáculo. Detalles con los que, aún habiendo pasado casi un siglo, el Voisin C25 sigue siendo uno de los automóviles más fascinantes de todos los tiempos. Por cierto, otro día trataremos con mayor atención las razones mecánicas de su suavidad en marcha. Sigan atentos a esta cabecera.
Fotografías: RM Sotheby’s