Para quien explora en la historia del automovilismo deportivo la conjunción de nombres estelares suele ser un gran reclamo. De esta manera, cuando la labor de un reconocido ingeniero se encuentra con el trabajo de un excelente diseñador así como con el talento un exitoso piloto, resulta imposible no sentir la excitación que da todo hallazgo de hemeroteca.
Así las cosas, desde Ferrari hasta Lotus pasando por la Lancia de los D50 y D24 contamos con no pocos ejemplos sobre esto. Ejemplos en los que, junto al resultado global, el fetiche de unir a ciertas leyendas de diferentes campos consigue actuar a modo de valor añadido. Algo especialmente visible si hablamos de las tres unidades del Sunbeam Tiger Le Mans Coupé de 1964. Un automóvil creado por y para la competición y, en cuya historia, contemplamos una legendaria panoplia de iconos deportivos.
Para empezar, en la génesis de este modelo se encuentra la intervención personal de ases del volante como Ken Miles o Carroll Shelby. Pero es que, además, en lo referente a su fabricación hallamos referencias británicas tan notables como Lister, Jensen Motors y, claro, está, el propio Grupo Rootes propietario de Sunbeam. Con todo ello, el remate viene dado por haber tenido a las 24 Horas de Le Mans en el punto de mira. En fin, dicho esto no quedan dudas sobre la importancia histórica de aquellas máquinas.
Sin embargo, de cara a comprenderlas lo mejor será ir por partes. De este modo, hemos de situarnos en la Inglaterra de 1953. Recuperada de los estragos realizados por la horda nazi, ésta se hallaba plenamente inmersa en la expansión del estado del bienestar. Gracias a ello, las políticas redistributivas lograron un mayor acceso al consumo por parte de las clases trabajadoras, espoleando así a la industria en pos de crear una oferta de productos lo más amplia y variada posible.
Llegados a este punto, el automovilismo deportivo ya no era un simple fetiche sujeto al capricho de unos pocos. Lejos de ello, comenzaron a aparecer multitud de pequeños roadsters dotados con motores de cuatro cilindros. Obviamente centrados en nichos de mercado relativos a compradores relativamente desahogados pero, al mismo tiempo, aptos para ser producidos en gran serie e, incluso, exportados.
De hecho, aquellos escuetos y ligeros diseños conquistaron por su exotismo a buena parte del público estadounidense, acostumbrado a las ostentosas creaciones firmadas por la industria de Detroit. Por todo ello, la aparición del Sumbeam Alpine en 1953 fue seguida de una tendencia alcista en las ventas de las sucesivas versiones. Es más, justo una década después, coincidiendo con la aparición de la tercera generación, casi se habían alcanzado las 20.000 unidades vendidas a ambas orillas del Atlántico.
No obstante, había un problema. Y es que, tras no pocos éxitos en competiciones continentales de montaña -con la participación de Stirling Moss y Sheila Van Damm en el equipo oficial Rootes Works-, el rendimiento del motor con cuatro cilindros y 1.6 litros se mostraba del todo insuficiente. Al menos, claro está, si se quería un desempeño a la altura del demostrado por los GT de la época. Además, en 1962 ya había tomado cuerpo una de las ideas más exitosas para el automovilismo anglosajón: el AC Cobra de Carroll Shelby.
Basado en colocar un potente V8 sobre la ligera base de un roadster, este modelo renovó las posibilidades de su fabricante en un mundo cada vez más dominado por la escalada de potencia. Debido a ello, en 1963 la delegación de Rootes en los Estados Unidos decidió contactar con este preparador a fin de explorar la posibilidad de replicar la fórmula del AC sobre la base del Sunbeam Alpine. Y vaya, la respuesta fue positiva. Es más, fue doblemente positiva ya que, al prototipo presentado por el ganador de Le Mans en 1959 se sumó otro concebido por Ken Miles.
Eso sí, mientras el primero contaba con multitud de modificaciones dirigidas a manejar mejor la potencia del nuevo motor -especialmente en lo relativo a suspensiones y dirección- el segundo contaba con la austeridad y rudeza propias del piloto asentado en California. A partir de aquí, y usando al modelo de Carroll Shelby como base, se preparó la evolución que acabaría adoptando el nombre de Tiger en referencia al icónico bólido de carreras creado por Sunbeam en los años veinte.
Como pieza clave del mismo se encontraba un V8 Small Block firmado por Ford ajustado aquí a 164 CV aunque, con un kit de competición suministrado por la propia Rootes, podía alcanzar los 245 CV. Cifras muy respetables y, al fin, responsables de ofrecer a los clientes de Sunbeam un modelo realmente superior en todos los sentidos al Alpine de tercera generación. Sin duda, un lanzamiento tan excepcional que bien valía la reactivación del equipo oficial de la marca.
SUNBEAM TIGER LE MANS, TRES UNIDADES PARA EL EQUIPO OFICIAL
Aunque el nombre del Sunbeam Tiger no haya pasado a la historia como el del Jaguar E-Type, la verdad es que, al menos en la época, sí estaban igualados en lo económico. No en vano, la cuidada producción de este roadster fue encomendada por Rootes a Jensen Motors. Una de las empresas más señeras para el automovilismo deportivo en el Reino Unido y que, en el pasado, ya había trabajado como subsidiaria para Singer, Morris o Wolseley. Si a esto le sumamos el desarrollo por Carroll Shelby o la preparación ejecutada sobre el motor Ford, la factura final salía por una cifra nada popular.
No obstante, puestos a hablar de las unidades más valiosas del Sunbeam Tiger hemos de señalar con firmeza a las preparadas para las 24 Horas de Le Mans de 1964. Carrozadas por Lister -la cual había aprendido unas valiosas lecciones de aerodinámica gracias a su trabajo con Frank Costin-, éstas lucen una llamativa trasera cortada en estilo Kammback a fin de hacer competitivo al modelo dentro de la categoría GT. Además, la preparación del motor -también firmada aquí por Carroll Shelby- logra alcanzar los 275 CV.
Desgraciadamente, ninguna de las dos unidades inscritas -la tercera fabricada quedó como vehículo de pruebas- pudieron acabar la carrera debido a problemas de motor. Asimismo, la quiebra de Rootes así como su compra por parte de Chrysler hicieron inviable continuar con un programa de competición solvente. De todos modos, este fin no quita ni un ápice de atractivo al diseño de los Sunbeam Tiger Le Mans. Sin duda, una excelente muestra de hasta qué puntos llegó la fusión de bases británicas con motores estadounidenses.
Fotografías: Fiskens