En 1903 el Automobile Club de France organizó junto al recién estrenado Real Automóvil Club de España la carrera París-Madrid. Tan ambiciosa como trepidante, a su línea de salida acudieron 315 vehículos con la flor y nata del deporte a motor en sus asientos. Sin embargo, tan sólo 99 llegaron a acabar la carrera y, de hecho, ésta siquiera pudo completarse debido a ser anulada por orden gubernamental tras completarse la primera de sus tres etapas.
Una decisión taxativa pero acertada pues, al fin y al cabo, tan sólo entre París y Burdeos se habían registrado hasta siete víctimas mortales. Algunas referidas a la propia carrera -una de ellas fue el propio Marcel Renault- y, desgraciadamente, otras absolutamente inocentes; simples viandantes con la mala fortuna de pasar por el peor sitio en el peor momento. Y es que, aunque pueda parecer llamativo, muchas de aquellas carreras seminales para el automovilismo deportivo se disputaban en vías abiertas al tránsito.
Así las cosas, no es de extrañar cómo gran parte de la población se postuló en contra de aquellos eventos donde la velocidad podía jugar muy malas pasadas. De hecho, aquel rumor estuvo presente cuando en 1904 se anunció la primera edición de la Copa Vanderbilt en los Estados Unidos. Para empezar, lejos de disputarse en un trazado cerrado -en aquel país los óvalos peraltados comenzaban a ser populares, especialmente en el ámbito de las motocicletas- se planteó en formato de carreteras convencionales.
De hecho, se dispuso un recorrido con casi 50 kilómetros a lo largo del condado de Nassau, muy cerca de la ciudad de Nueva York. Algo que, claramente, hizo saltar las alarmas entre políticos y ciudadanos; al menos entre aquellos con memoria suficiente como para recordar lo que había pasado al otro lado del Atlántico tan sólo unos meses atrás. Llegados a este punto, la celebración de la carrera estuvo envuelta en una gran polémica donde tuvo que jugar su influencia mediática William Kissam Vanderbilt II.
Impulsor del evento y, a la sazón, uno de los mayores multimillonarios del país gracias a su fortuna industrial. Eso sí, lejos de organizarlo todo a golpe de billetera, este hombre también era un apasionado de los deportes a motor hasta el punto de lograr una excelente red de contactos. Claves para atraer hasta Nueva York a lo mejor del panorama automovilístico. Es más, hasta 1917 -año en el cual experimentó su primer paréntesis- la Copa Vanderbilt logró ser una de las carreras más prestigiosas en todo el calendario internacional.
Tanto así que, cuando regresó en 1936, marcas europeas al máximo nivel en competición no quisieron perdérsela pues, a resultas, ésta daba un enorme prestigio en el prometedor mercado estadounidense. Debido a ello, la Scuderia Ferrari alineó lo mejor de sí en las bodegas de un transatlántico rumbo a América. Era el estreno de Alfa Romeo fuera de Europa y, a la fuerza, una prueba de la cual había que salir victoriosos. No en vano, estaba en juego el prestigio de todo un país en plena pugna contra los bólidos germanos de Auto Union.
COPA VANDERBILT 1936, LA LLEGADA DE ALFA ROMEO A LOS ESTADOS UNIDOS
La historia de Alfa Romeo no puede entenderse sin su presencia en el mercado estadounidense. Un lugar donde, por contraste y exotismo, los deportivos ligeros siempre han gozado de un público fiel y entusiasta en relación a lo presentado por las casas deportivas europeas. Es más, pensando en los Estados Unidos Alfa Romeo llegó a ensamblar vehículos tan concretos como el Alfetta America 2.0. Dotado con inyección electrónica -de forma pionera en la marca- para cumplir así con la normativa federal en materia de emisiones.
Asimismo, en el ámbito de las carreras los Giulietta Spider llegaron a ser muy populares en los circuitos californianos. Tanto que, a modo de respuesta para los piloto-cliente, se llegaron a ofrecer versiones especiales como la Veloce. Tan sólo unas breves pinceladas a modo de contexto, evidenciando así la importancia supina de los Estados Unidos en la trayectoria de Alfa Romeo. La cual, por cierto, estuvo a punto de ser absorbida por Ford a mediados de los años ochenta. Una serie de datos que nos invitan a saber cuándo empezó todo aquello, cuándo se produjo el desembarco de Alfa Romeo en América.
Pues bien, dejando a un lado el aspecto comercial para centrarnos únicamente en las carreras, éste se dio en 1936 a razón de la Copa Vanderbilt. Especialmente prestigiosa en aquellos tiempos previos al calendario anual de F1, en ella decidió inscribirse la Scuderia Ferrari -la cual asumió desde 1932 las labores en competición de Alfa Romeo- alineando hasta tres monoplazas con la presencia de pilotos tan icónicos como el mismísimo Tazio Nuvolari. Además, aquello se produjo dentro de la competencia creciente contra las “flechas plateadas” de Auto Union.
Es más, a fin de tomar la delantera en aquella carrera prestacional Vittorio Jano acababa de ultimar el diseño del 12C. Dominado por un imponente V12 con 4 litros y 370 CV ya en sus primeras versiones, aquel monoplaza llegaba a la Copa Vanderbilt tras haberse anotado el triunfo en los grandes premios de Penya Rhin -celebrado en Montjuïc-, Módena y Milán. Todos ellos con un Tazio Nuvolari en estado de gloria seguido de cerca por la meteórica carrera profesional de Bernd Rosemeyer.
Y sí, tal y como se esperaba en base a aquella estupenda racha el carismático piloto italiano ganó en la Copa Vanderbilt a bordo de su 12C. Un estreno sensacional para Alfa Romeo en los Estados Unidos, allanando el camino para la llegada comercial de sus vehículos ya durante los años cincuenta.
Imágenes: Centro Documentazione Museo Alfa Romeo
P.D. Más allá de los monoplazas 12C, en las fotografías relativas a la Copa Vanderbilt de 1936 destacan los camiones Alfa Romeo 500 de la Scuderia Ferrari. Una verdadera delicia para los aficionados a todo lo que rodea a las carreras, y de los cuales seguramente les hablaremos en futuras ocasiones.