El Peugeot 406 SVT no es un coche que podemos asociar a la palabra turbo, no hay nada en su denominación que haga pensar en la presencia de un motor sobrealimentado y, además, a simple vista tampoco da la impresión de ser un coche altamente prestacional. Y es que, en el fondo, no es una versión deportiva, aunque sí tiene un motor con turbocompresor. El 406 SVT es uno de esos ejemplos en los cuales, el turbo no está presente para generar potencias muy altas, sino para que la potencia que se genera esté disponible durante todo el rango de uso del motor, con un buen empuje y de paso, con unos consumos que se mantengan en cifras aceptables.
Siempre se ha pensado que el turbo era un elemento para obtener mucho rendimiento de los motores, con ese objetivo se comenzó a usar en los automóviles, aunque en realidad su primera aplicación, la aeronáutica, buscaba suplir la carencia de oxígeno a elevadas alturas mediante la introducción de todo el aire posible, pero comprimido y a presión. De hecho, es como se usa en los coches modernos, para obtener cifras de par y un elevado rango de uso, sin necesidad de deportividad ni elevadas potencias. Es más, casi todos los coches modernos llevan turbo, incluso aquellos que tienen un motor de combustión que solo hace las veces de generador –como el Nissan Qashqai e-Power–.
No obstante, en los años 90, por lo general, se usaba el turbo para obtener potencia, velocidad y deportividad, no para mejorar el agrado de uso o los consumos, la puesta en escena del Peugeot 406 SVT fue casi un rara avis, acompañado de una versión del Citroën Xantia con el mismo propulsor. Todos aquellos fabricantes que aplicaban turbo a sus motores, lo hacían para obtener prestaciones, como es el caso, por ejemplo, del ya mítico 1.8 20vt del Grupo Volkswagen, el cual, tenía versiones que iban desde los 150 hasta los 240 CV, aunque también es justo reconocer que Volkswagen aprovechó para ofrecer un motor «muy lleno» en todo el rango de revoluciones.
UN BRILLANTE MOTOR QUE LE SENTABA COMO ANILLO AL DEDO AL SEDÁN FRANCÉS
El Peugeot 406 llegó al mercado en 1995 como reemplazo del exitoso Peugeot 405, así que la tarea que tenía por delante no era sencilla. Aun así, el resultado obtenido con el 406 es más que bueno, ya que se logró un éxito tan notable como con su antecesor, y eso que competencia no era, ni mucho menos, fácil de doblegar y para colmo, no tuvo ninguna variante deportiva como si tuvo el 405. Lo que sí tuvo fue una versión coupé, diseñada por Pininfarina, cuyas líneas eran realmente equilibradas y atractivas.
Lo mismo ocurría con el sedán, la línea que presentaba era interesante y extremadamente equilibrada, aunque también, quizá, excesivamente conservadora. Peugeot, por aquellos años, era un fabricante con una personalidad muy definida, con la capacidad rutera era uno de los argumentos de mayor peso, una capacidad que también se manifestaba en el 406 SVT. A pesar de incorporar un motor turbo, todo en este coche apuntaba hacia el confort, el agrado de uso y la suavidad, con una entrega potencia con mucho empuje, pero lineal y con especial énfasis en la zona media del tacómetro.
Cuando se inició la comercialización del Peugeot 406, la oferta estaba compuesta por las opciones más populares, las que más ventas acaparan, y aunque eran opciones que rendían más que suficiente para cualquier usuario, el bastidor era capaz de soportar mucho más y se generaba una sensación de que falta algo, un algo que, como cabría esperar, llegó en forma de motor con más potencia, concretamente 150 CV. El motor turbo del 406 SVT rendía eso, 150 CV a 5.300 revoluciones y sobre todo, un par de 24,5 mkg a 2.500 revoluciones, unos 240 Nm. Era una buena cifra par que, combinada con un cambio manual de cinco relaciones –la quinta con un desarrollo de 38,03 km/h a 1.000 revoluciones–, daba como resultado unas recuperaciones más que decentes.
MUCHO MÁS QUE POTENCIA PARA EL PEUGEOT 406 SVT
La fórmula seguida para el propulsor era, y es, sobradamente conocida. Es decir, cuatro cilindros con 1.998 centímetros cúbicos –cotas cuadradas de 86 milímetros para diámetro y carrera de los pistones–, con una sencilla culata de ocho válvulas y un solo árbol de levas, una compresión muy baja de 8,5:1 y un turbo que, junto a un intercooler, sobrealimentaba el propulsor. El Grupo Volkswagen, antes mencionado, lograba la misma potencia pero con otras soluciones, como una compleja culata de cinco válvulas por cilindro y una mayor presión de soplado del turbo, para compensar la menor cilindrada de su propulsor.
Si la fórmula del motor era tradicional, el funcionamiento del motor no tanto. Si tenemos en cuenta lo que decía la prensa en la época –como referencia, la revista Autopista en su número 1.942 y la revista Coche actual en el número 456–, el propulsor turbo del 406 SVT era suave y contundente, con una entrega de potencia progresiva y una estirada final algo corta. No era un motor muy refinado, pero hacía el 0 a 100 en unos nueve segundos –8,9 en Autopista y 9 justos en Coche actual– y podía llegar a los 210 km/h, que no son pocos.
No obstante, lo mejor eran las recuperaciones y los adelantamientos, con un 80 a 120 km/h en quinta por debajo de los 12 segundos –11,07 en Autopista y 11,1 segundos en Coche actual– y podía completar los 1.000 metros en quinta desde 50 km/h en 34, 36 segundos –Autopista–. Nada mal si, además, tenemos en cuenta un consumo de unos 10 litros de media. No obstante, ambas revistas coinciden en que, si se rodaba aprovechando las capacidades del motor, el consumo podía dispararse.
Por cierto, a modo de curiosidad, el Peugeot 406 SVT no era barato: 4.064.000 pesetas, 24.425 euros en 1996-1997 –sin sumar inflación–.