Pues sí, el especialista británico Autostorico ha puesta a la venta por 750.000 libras -891.000 euros- el cuarto Aston Martin más antiguo de entre todos los conservados. Hablamos del Razor Blade de 1923, un monoplaza que además pasa por ser uno de los automóviles de competición más estrechos de la historia gracias a su carrocería en aluminio con un ancho máximo de 47 centímetros.
Una pieza altamente reseñable en relación a las carreras de preguerra, habiendo sido construido en específico para una serie de récords de velocidad finalmente no cosechados. No obstante, semejante final apenas logra empañar el esfuerzo tecnológico desplegado en nuestro protagonista, quien se beneficia de un ligerísimo vestido en aluminio al tiempo que asienta sus elementos a un refinado chasis curvado bajo propósitos aerodinámicos.
En suma, una exquisita muestra del ingenio británico en esto del metal y el petróleo a la cual, sin embargo, se nos antoja adecuado comenzar a comprender recordando la historia del Hispano-Suiza T20 “La Sardina”. Tristemente desaparecido, éste adquirió su culinario apodo no sólo en base a la forma penetrante de su carrocería alargada, sino también gracias al aroma a pescado frito dejado por su lubricación con aceite de ricino.
Asimismo, resulta interesante comprobar cómo su estreno se produjo en el circuito de Brooklands durante la temporada de 1913. Justo una década antes que la llegada del Aston Martin Razor Blade a ese mismo circuito a fin de intentar batir los récords por entonces en manos de la casa AC Cars. Sin duda una llamativa casualidad geográfica sumada a la ya de por sí evidente correspondencia en lo referido a la estrechez de la carrocería en pos de una mejor aerodinámica.
NACIDO PARA BATIR RÉCORDS
Insinuaciones aparte, lo cierto es que no existe prueba alguna en torno a la posible influencia del Hispano-Suiza T20 sobre el posterior Aston Martin Razor Blade. Es más, en caso de haberse dado lo más plausible es que ésta hubiera llegado más por la aplicación de una cola estabilizadora que por el mero hecho de estrechar lo máximo posible la anchura de los travesaños en el bastidor.
En fin, un pequeño divertimento de redactor en plena crisis emocional antes de pasar a lo que realmente nos interesa: la razón por la cual alguien se molestaría en poner su vida en riesgo pilotando semejante artilugio hoy en día tan lleno de encanto como en su momento evidente gusto por el peligro.
Pues bien, el fundamento de aquello fue el modelo de negocio bajo el cual operaba la Aston Martin de la época; no sólo claramente artesanal sino también limitando su producción a una breve panoplia de unidades creadas con la competición o el simple gusto por la velocidad en el punto de mira.
Algo en lo cual la marca inglesa sabía muy bien cómo satisfacer a sus clientes, buscando además una clara “propaganda por el hecho” en la realización de este vehículo donde la incipiente aerodinámica y el afán por la reducción de peso buscaban ser la fórmula adecuada para batir récords de velocidad en Brooklands.
En fin, con referentes así resulta lógico saber porqué Frank Costin y Colin Chapman hicieron carrera en el Reino Unido.
ASTON MARTIN RAZOR BLADE, SOLUCIONES PRECARIAS PERO INGENIOSAS
El récord conquistado por AC Cars estaba referido a cubrir con un motor inferior en su cilindrada a los dos litros la mayor cantidad de millas posibles en tan sólo una hora girando sin parar en el circuito de Brooklands; a la sazón -quédense con la copla porque esto es importante- con un trazado prácticamente homologable al de un óvalo en la NASCAR.
Llegados a este punto, los técnicos de Aston Martin decidieron priorizar la ligereza y la aerodinámica por encima de otros valores, partiendo así un bloque-motor Ballot con tres litros y ocho cilindros para terminar creando una escueta mecánica de 1.5 litros, 55CV, cuatro cilindros en línea, 16 válvulas y doble árbol de levas en cabeza.
Toda una virguería para la época y además en estricto carácter atmosférico pues, como es sabido, la instalación de un compresor volumétrico en el frontal no sólo aumenta el peso del conjunto sino que además lo hace especialmente subvirador.
Respecto al chasis -curvado, para una mejor penetración aerodinámica- fue aquí donde se hizo más palpable la preocupación por la báscula y el aire, haciéndolo lo más estrecho posible al tiempo que piloto, motor y depósito iban cubiertos bajo una carrocería ligera realizada en aluminio sin pintar a firma del especialista aeronáutico Havilland Aircraft Company.
BROOKLANDS 1923, UN FRACASO DEL CUAL NACIERON ÉXITOS
Llegados a la escena del récord, el giro constante hacia el mismo lado típico de aquel Brooklands acabó sentenciando el futuro del Aston Martin Razor Blade, incapaz de resistir en el neumático izquierdo del eje delantero el desgaste producido en el óvalo a tan altas velocidades.
No obstante, a las pocas semanas ganó una carrera en el mismo circuito registrándosele velocidades superiores a los 160 km/hora. Un prólogo excelente a los éxitos cosechados poco después batiendo el récord de velocidad a milla parada con Kensington-Moir o el de kilómetro parado con Frank Haldford; a la sazón ingeniero de la propia Havilland Aircraft Company.
Tras esto siguió en activo durante algunos años más para luego pasar por la colección del Harrah Motor Museum en los Estados Unidos y la del Brooklands Museum, institución a la cual su propietario permitió el depósito y exhibición del vehículo hasta ahora. En fin, estaremos a la espera de ver en qué manos acabará dentro de poco; aunque acabé en un lugar oculto al público al menos el Razor Blade sí ha llegado hasta nuestros días.
Imágenes: Hispano-Suiza / Autostorico