El carruaje del siglo XIX está de vuelta. El alemán Roland Belz había trabajado tres años en perfeccionar el concepto de un carruaje con motor y tecnología moderna que no perdiera nada del estilo y la elegancia de sus predecesores, hasta que presentó su proyecto en 2005. No le fue mal: La empresa Aaglander ha sobrevivido hasta hoy día y se encuentra en pleno auge, lo que demuestra que su idea está cuajando y no es tan –digamos– alocada como se podía pensar.
El lema para su desarrollo fue definir el diseño y la función de un vehículo diferente a lo convencional, en el que se buscaba la integración de la tecnología moderna en el lenguaje de las líneas clásicas de los carruajes de antaño. Hacer nacer un vehículo lejos de un túnel de viento, sin pensar en los coeficientes aerodinámicos, y disfrutar con él de la lentitud y no de la rapidez. O sea, pensar completamente diferente y volver a planear nuevamente salidas motorizadas disfrutando del paisaje y del tiempo que se tenga.
Esta novedosa iniciativa fue presentada a la entrada del tradicional Salón del Automóvil de Ginebra, en Suiza. Lo que parecía un carruaje antiguo restaurado que se había ubicado allá para deleitar al público finalmente resultaba ser un nuevo un vehículo a motor, si lo podemos llamar de esta manera. Llamó aún más la atención en cuanto sus creadores salieron con él a la calle para realizar una demostración.
Fue entonces cuando los presentes se fijaron, un carruaje al estilo de los del final del siglo XIX pero sin la lanza y el timón de los coches de caballos, y a cambio con un motor que no se escuchaba mucho pero que no era eléctrico. R. Belz nos explicaba entonces que su empresa mantendría siempre dos factores primordiales en la producción: la lentitud en la conducción de sus vehículos y el arte de construirlos, con todos los detalles del pasado cariñosamente elaborados por especialistas.
Lo que se pretende es agradar a las personas que disfrutan los paseos a la antigua usanza pero que no pueden –o no quieren– mantener caballos. Sin embargo, la idea de venta no se limita a ello; ya desde el principio se elaboró el concepto de ofrecer servicios de itinerarios por zonas turísticas, en campos, caminos de bosques o zonas poco transitadas, y, además, de recorrer los cascos urbanos de ciudades y pueblos antiguos y carismáticos sin la necesidad de usar caballos, pero con la misma lentitud y, sobre todo, con los mismos vaivenes que suelen tener los carruajes tirados por estos animales.
Desde el principio se han ofertado dos modelos, el llamado Duc, con carrocería de dos plazas –lo que limita su uso para turistas– y el Mylord, versión con cuatro asientos más trasportín. Sus precios están ligeramente por debajo de los 100.000 €, lo que a los clientes no parece exagerado teniendo en cuenta la calidad del acabado de cada uno de los vehículos, que los convierte en auténticas obras de arte.
1- Leones presiden las grandes ruedas traseras
2- El Aaglander no tiene volante, sino colas de vaca
[su_note note_color=»#f4f4f4″]
¿Por qué no un motor eléctrico?
Aparte de tener permiso de conducir, cada comprador debe realizar una pequeña prueba con su Aaglander a fin de conseguir la licencia para conducirlo. Y es que tiene sus peculiaridades… ¡No tiene volante!
En vez de ello cuenta con dos “colas de vaca”, o sea, palos largos con manillar de cuero en su punto final, que sirven para realizar los giros tirando de uno hacia y alejando el otro del cuerpo. El mecanismo es servoasistido, ya que las ruedas son altas y pesadas y se tenía que reducir el esfuerzo. El carruaje es bastante fácil de manejar teniendo en cuenta que no alcanza más de 20 km/h; es, de una manera, más laborioso, pero probablemente más placentero. Lo he probado y me ha gustado, a pesar de que era una máquina novedosa que precisa inexcusablemente de un rodaje.
Su tecnología es algo peculiar. Lleva un motor diésel industrial de tres cilindros que con sus 900cc desarrolla, como hemos dicho, unos 20 CV de potencia. El aislamiento de todos los componentes hace que poco se perciba del ruido del propulsor, y que así no moleste cuando se disfruta del viaje durante los trayectos por la naturaleza. No obstante, una de las primeras preguntas al entonces director de la empresa por parte del que suscribe estas líneas fue, ¿por qué no un motor eléctrico?
[/su_note]
[su_youtube_advanced https=»yes» url=’https://youtube.com/watch?v=sKJAKMemQlc’ ]
Seguridad ante todo, a pesar de su estética retro
Otras características técnicas son el chasis de acero, resistente pero también pesado, la carrocería hecha de madera al estilo antiguo, y los muchos elementos de adorno de latón y otros materiales nobles. El resultado es un vehículo que casi pesa una tonelada. Debido a las grandes ruedas de rayos hechas de hierro, la compañia tuvo que inventar un sistema de transmisión específico con una desmultiplicación de 1:70 y, por lo tanto, un elevado par motor.
Las dos ruedas traseras de 110cm de diámetro, estrechas y cubiertas de goma maciza, son las encargadas de transmitir la potencia del motor a la carretera. El sistema automático sin escalones, que permite suficiente potencia también en las subidas pronunciadas, sólo cuenta con una marcha hacia delante y otra hacia atrás. Son dichas ruedas y su tamaño los que dan al carruaje los típicos vaivenes que nadie quiere echar en falta en un vehículo de tales características.
No hay compromiso referente a la seguridad. Todos los componentes que tienen algo que ver con un manejo seguro han sido estudiados concienzudamente, lo que ha producido un alto estándar en esta materia, lógicamente muy por encima de cualquier carruaje antiguo.
Los Aaglander cuentan con frenos hidráulicos de doble circuito a las cuatro ruedas y una iluminación moderna y potente escondida dentro de las linternas de diseño retro, más una estructura muy robusta y rígida que aguanta posibles choques. Sin estas medidas de seguridad hubiera sido imposible conseguir la homologación oficial. De hecho, legalmente el vehículo es algo así como un tractor agrícola, y su mundo no es la carretera sino los muchos caminos entre pueblos que ya no son demasiado transitados.
Aparte, cuenta con un sinfín de preciosos detalles de latón y otros materiales, todos hechos a mano por especialistas y que hacen de cada Aaglander una auténtica joya. De todos éstos existen ya moldes para poder reproducirlos en alta calidad, y es un placer para cualquier amante de los adornos antiguos ver todo lo que alberga este carruaje motorizado.
El fabricante ha buscado venderlo a hoteles de lujo y a zonas turísticas, donde se los alquilaría a los clientes. En Alemania ya se ha preparado un GPS, incluido en el vehículo pero escondido a primera vista, con unos elaborados itinerarios que permiten recorrer pueblos y caminos de campo. Disfrutar del paisaje y relajarse con la lentitud de la vida.
[su_note note_color=»#e9e9e9″]
Nuevos aires
A mediados de 2012 la Aaglander fue reestructurada. Se mantuvo el lugar de producción en los antiguos inmuebles auxiliares de un gran castillo ubicado en un pueblo de la Suiza franca -en la región de Baviera-, pero ahora está en manos de un nuevo propietario, Richard Gebert. Este empresario ha restaurado una casona antigua transformándola en un hotel emblemático desde donde, como no podía ser de otra manera, también se ofrecen salidas en carruajes a motor. Es el Hotel «Freihof en Prichsenstadt», la actual sede del conglomerado.
Recientemente se ha contestado a la pregunta sobre un motor más ecológico y se ha presentado la versión eléctrica, con la inestimable ayuda de uno de las grandes compañías de la tracción eléctrica y sus componentes, la alemana Linde, que no solo aporta el motor, el módulo de potencia y las baterías, sino también el software necesario. En este caso el Aaglander utiliza un propulsor asincrónico de una potencia de 16 kW que ofrece un par de 70 Nm y alcanza los 20 km/h. Gracias a una batería de litio-ion de 40V / 400 Ah cuenta con una autonomía de ocho horas de viaje antes de tener que recargarla en un enchufe doméstico.
El concepto es opuesto a todo lo que se ha presentado en los últimos meses; pero a lo mejor es hora de recurrir nuevamente a la lentitud para que nuestra vida no se nos pase demasiado deprisa. ¡Hay que disfrutar del tiempo que se nos ha dado!
[/su_note]