En agosto de 1935, un suceso que ha pasado casi de puntillas pudo haber cambiado el rumbo de los acontecimientos que, por desgracia, se iban a precipitar un año después. En aquel verano previo al 36, el entonces jefe del Estado Mayor Central salió ileso de un accidente de circulación. De ello quedó constancia en algunos telegramas y en una columna publicada en prensa. Después, nada. Se trataba del general Franco y de su esposa, Carmen Polo.
Los hechos, recogidos en los mencionados telegramas, narran el suceso con la redacción y formalismos empleados en aquellos años. Y es que corría un ya lejano jueves 23 de agosto de 1935: Francisco Franco y su esposa habían emprendido un viaje a Asturias por carretera, “aprovechando la ausencia del ministro de la Guerra y a fin de proporcionarse un breve descanso, después de tres meses de intensa labor al frente del Estado Mayor Central del Ejército”
El vehículo había partido a primera hora y era conducido por un mecánico sargento de Ingenieros, al que acompañaba su ayudante (conocido es que Franco no obtuvo nunca el carnet de conducir). Sin embargo, a media tarde, llegaron a Madrid noticias de que el automóvil había sufrido un grave percance en las proximidades de Salamanca. Uno de los telegramas lo confirmaba:“Salamanca 22, 5 de la tarde. En las proximidades de Salamanca ha ocurrido un grave accidente de automóvil al general don Francisco Franco, jefe del Estado Mayor Central.”
¿De quién fue la culpa?
Los hechos ocurrieron de la siguiente manera. Al parecer, a las doce y media de la mañana, al llegar al salmantino kilómetro 201, en el lugar conocido por Cabezuelas (término de Pelabravo), entre los pueblos de Calvarrasa y Santa Marta, el vehículo “se encontró con dos ciclistas que iban en dirección contraria, cuyos nombres son Agustín Ricardo Curto Pérez, de veinticuatro años, y Matías Martín Cornejo, de veintiséis, ambos obreros del campo, que se dirigían a buscar trabajo.”
A partir de aquí, la descripción del accidente comienza a tomar un cariz novelesco en el que, sutilmente, la responsabilidad de lo sucedido va recayendo en una de las partes implicadas. Y es que,“Seguramente aturdidos ante las señales dadas por el coche se metieron encima, resultando atropellados. El primero (de los ciclistas) quedó muerto en el acto y el segundo muy grave. El chofer que conducía el coche dio tan enorme patinazo que se atravesó el automóvil en la carretera, de la cual se salió y quedó volcado con las ruedas hacia arriba, por lo que tuvieron que salir sus ocupantes por las ventanillas. El general resultó milagrosamente ileso; su esposa y el chofer con heridas de poca importancia. Inmediatamente acudieron a prestar auxilio numerosas personas.”
Como se venía narrando, el accidente ya ha sucedido. Pero aún queda el final del texto, en el que se detalla cómo se atendió a los heridos, todo ello sin entrar en mayores detalles. Y es que la fortuna hizo que “el gobernador de Avila, que casualmente pasaba por el lugar del suceso”,recogiera a los heridos trasladándolos Avila, donde fueron atendidos en la Casa de Socorro».
El texto del artículo publicado en prensa cuenta que “la señora del general Franco sufre una herida contusa en el parietal izquierdo. Una vez curada fue trasladada a un céntrico hotel. El obrero Matías Martín tiene heridas de importancia en diferentes partes del cuerpo, habiendo sido trasladado después de curado al Hospital provincial”
Por descontado, y en vista de quien viaja en el vehículo,“al conocerse la noticia en Salamanca, las autoridades y numerosas personas han acudido a saludar al general Franco, lamentando el suceso, siendo una de las primeras en acudir el comandante militar, general García Alvarez.”
Despistando a la prensa
Los telegramas, sin embargo, no dejaron constancia de que un médico salmantino, Filiberto Villalobos, que además era ministro de Instrucción Pública durante la República, se personó en el Gran Hotel de Salamanca para echar una mano en terrenos de salud y en lo referente al proceso judicial que se había abierto con el fin de conocer los responsables del accidente y las indemnizaciones posteriores.
Según Luis Santos Gutierrez, en un capítulo de su libro De todo lo visible e invisible, gracias a esas gestiones Villalobos consiguió que el accidente pasara desapercibido para los periódicos locales, que se eximiera de culpa al conductor del vehículo y que al ciclista superviviente, Matías Martín Cornejo, le consiguieran un puesto de trabajo fijo en Pelabravo, donde residía su familia.
A partir de este punto, la historia posterior toma otros derroteros. Y como los caminos políticos no son motivo de estas líneas, aquí finaliza la historia que pudo cambiar, precisamente, la Historia.
Créditos y agradecimientos:
Las tres últimas fotos de este artículo pertenecen al archivo de la familia Villalobos y han sido reproducidas en «Sueños de concordia. Filiberto Villalobos y su tiempo histórico (1900-1955)» (Salamanca, 2005), catálogo de la exposición comisariada por Ignacio Francia y Antonio Rodríguez de las Heras. Agradecemos a José María Lama, autor del blog Las piedras del río, por su inestimable y desinteresada colaboración.
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