Domingo: hace apenas tres días que terminó una de esas húmedas semanas de lluvia de otoño, en las que parece que todos los clásicos están pintados de gris.
Por primera vez desde entonces nada invade un cielo completamente azul y, mirando hacia arriba, no puedo evitar pensar que me falta algo. ¡Atiza! ¡Entre unas cosas y otras, llevo un mes sin sacar mi Jeep CJ-3B!
Y resulta que las condiciones meteorológicas y del terreno son las ideales para montar una gratificante expedición Brunete-Madrid. Una de esas compuestas por dos personas bien avenidas en las que se evoca el pasado a través de uno de los 4×4 más famoso del mundo.
Hago una llamada y recojo las llaves Clausor. A continuación, bajo al sótano, donde me espera un vehículo fabricado en España bajo licencia de la Wyllis Motors. Salió de la cadena de montaje en 1981, por lo que es una de la unidades más modernas ensambladas por la histórica fábrica zaragozana VIASA, que produjo el CJ-3B sin apenas variaciones importantes desde 1959 hasta 1983.
Básicamente, para no alargarnos demasiado, en vez de los célebres motores Go Devil o Hurricane, lleva un entrañable propulsor diésel Perkins 4-108, de 1.8 litros y 50 caballos de potencia.
Para subir no tenemos que abrir la puerta, porque no tiene; aunque sí hay que aferrarse al parabrisas con la mano izquierda y al volante con la derecha, introducir el pié y encaramarnos, cual simio, dentro. A continuación, metemos la llave en el contacto de la izquierda de la columna de dirección, como en los 911… pero no debemos arrancar directamente, ya que eso sería apocalíptico.
Si así lo hiciésemos, podríamos acabar de un solo golpe con la capa de ozono gracias a la densa humareda blanca exhalada por un Perkins con algunos achaques por suerte menores. Para conjurar este mal, es necesario despertar primero las cámaras de combustión mediante el uso de calentadores. Se activan girando la llave de contacto hasta la mitad de su recorrido… Aaahhh, el ritual.
Ahora sí, ponemos en marcha la máquina y ajustamos el acelerador de mano para que actúe como Starter. También sirve para poner al CJ a hacer de tractor, de perforadora o de cualquier otra cosa que tenga que ver con trabajo pesado. Hundimos el embrague con todas nuestras fuerzas y engranamos la primera: será mejor salir de aquí, antes de que empecemos a ver visiones por cortesía de Mr. Diesel.
Esto es un Jeep-Viasa
Tac tac tac tac… el sonido del motor es, sencillamente, adorable; salimos ahora del pueblo mientras nos vamos acostumbrando, no sin dolor, a la suspensión más tosca que hemos catado en nuestra vida. Es como una configuración del DTM o del WTCC, pero a la inversa y con ballestas: la más mínima imperfección en el asfalto hará que empecemos a botar graciosa -y a veces preocupadamente- en el asiento.
Lo cierto es que en el campo, como decidas jugar fuerte, pasarás mucha más tiempo en el aire que arrellanado cómodamente en la butaca. Eso sí, el Jeep podrá con todo y te parecerá que es indestructible.
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Sin embargo, nosotros no llevamos nuestro CJ al límite: su propietario no tiene dinero para pagar las posibles consecuencias -ni siquiera las más mínimas… Ay, Señor. Pero es que, en realidad, nos gusta tal y como es, con los achaques propios de su edad. Incluso aunque no deseemos ni imaginarnos a dónde podría llevarnos la altura de su centro de centro de gravedad si la providencia, o la fortuna, nos volvieran la espalda en un imprevisto.
Pero no nos distraigamos. Volvamos a lo nuestro: ya en ruta hacia Villaviciosa de Odón, seguimos por carretera, como mucho a 80 Km/h, insertando marchas en un cambio de camión de los cincuenta. ¡El recorrido entre velocidades es de al menos veinte centímetros! Y hay que blandir la palanca con decisión, sobre todo cuando en verano la temperatura abrasa en ciudad. Por otro lado, tiene un salto entre la segunda y la tercera marcha que es insalvable y que solo se soluciona llevando la segunda hasta extremos dolorosos del tacómetro.
Ya hemos llegado. Hagamos una breve parada para recoger a una recién iniciada en vehículos antiguos:
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¡Ding dong!
“Hola, ¿está Johanna? Bla, bla bla…»
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Johanna hace su aparición,
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«¡¡¡Pero qué es esto!!! ¡¿Una reliquia, un juguete?!»
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La sorpresa va mutando poco a poco en cariño -aunque lamentablemente no hacia su dueño.
Y es que todo el mundo experimenta una reacción muy parecida, casi idéntica: una sonrisa que amenaza seriamente con dislocar la mandíbula más robusta. Especialmente la de los niños, que gana en intensidad cuando sus incrédulos ojillos intentan escapar de las cuencas en que residen, siguiendo al dedo con el que señalan impetuósamente al enorme juguete amarillo. Entonces es cuando sueltan algo parecido a lo siguiente:
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“¡Mamá! ¡¡Mamá!! ¡¡¡MAMÁ!!! ¡¡Mira!! ¡¡Cómo en los dibujos!!»
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Más de uno pensará que me estoy yendo por las ramas o que estoy exagerando, pero os juro que no es así. Esta tremenda emotividad es inseparable de los Jeep CJ hasta el modelo 3B que hoy probamos.
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Ergonomía, consumo, frenos y algún que otro defecto
Arrancamos de nuevo y ponemos rumbo al hábitat campestre, a dar un buen paseo y a desrriñonarnos en su trascurso. La verdad es que, al quedar encajado en el asiento, la ergonomía de este coche es bastante buena. Mientras te sujetes bien fuerte al volante y hagas presión con los pies en el suelo, no caerás al vacío.
No hay muchas más acciones que puedas ejecutar aparte de conducir. En ruta, concretamente, sólo pueden ocurrir tres cosas más: que tengas que poner las luces, el limpia-parabrisas -sólo para el conductor- o las warning de emergencia. Es por esto que todos sus botones están inevitablemente a mano, so pena, eso sí, de tener que contorsionarnos. A algún soñador anterior se le ocurrió instalar una radio-cd, pero es imposible escucharla ya que un huracán, en el caso de ir descapotados, o el ruido del Perkins lo impedirán.
Hace calor cuando, con la reductora, emergemos de las profundidades en la Ciudad de la Imagen. Una vez más, al llegar a la primera rotonda, tenemos la oportunidad de constatar el que es el principal defecto de este Jeep: es endiabladamente subvirador. Y es que no se sabe lo que es irse de delante hasta que, a una velocidad ínfima y por más que giras el volante, tu CJ persevera en no torcer. Además, la dirección no contribuye a mitigar el asunto, ya que no es ni remotamente un dechado de sensaciones.
En cuanto a los frenos… ¡¡Ay los frenos!! Únicamente diremos que hay que arreglarse con horas de antelación para la cita con el semáforo o con la señal de Stop. También, merece la pena destacar que el pedal es de verdadero cemento armado.
Respecto al consumo, para terminar con este apartado, creo que nunca me he fijado. Aun así, puedo deciros que no me parece especialmente gastón: como mucho, muchísimo, unos 8 o 10 litros a los 100.
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Sensación de hipervelocidad y el CJ como gimnasio
Hemos llegado a Madrid. Entrar en la ciudad y callejear es complejo, un duro ejercicio físico más. Eso sí, se vuelve tremendamente divertido cuando atraviesas avenidas largas y anchas como el Paseo de la Castellana, en las que, encaramado a los mandos de uno de los coches más espartanos de los cincuenta, vas tomando glorietas y sorteando a propietarios de automóviles modernos. Con la concentración al borde del misticismo y a una velocidad máxima de 70 Km/h, aquello se convierte en una j***** travesía deliciosa.
Está bien, aquí sí que estoy exagerando. Pero de verdad que es muy emocionante.
Finalmente, aparcamos delante de una acogedora terraza. Entonces giro la llave para apagar el motor, pero éste se niega: hay que tirar de una varilla metálica que pone Stop y que estrangula al Perkins.
La verdad es que lo más parecido a bajarse de un Jeep CJ es hacerlo de una moto de enduro, después de una buena jornada campestre. Musculatura inflamada, fatiga y… una sensación de tremenda satisfacción.
Con el aliciente, además, de la conexión con la Historia.
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