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Alpine Trial 1913, Rolls-Royce logra ser «el mejor automóvil del mundo»

Aunque Rolls-Royce no es una marca unida a la competición, ésta sí entró al mundo de las pruebas de resistencia par demostrar su fiabilidad. Prueba de ello fue la magnífica actuación firmada en el Alpine Trial de 1913.

A priori, Rolls-Royce no es una marca especialmente unida a las carreras. De hecho, su presencia en las mismas resulta testimonial -o incluso nula- cuando examinamos las últimas décadas. Sin embargo, esto no fue así durante sus primeros años.

Aquellos en los que aún no había consolidado el amplio respeto sobre el cual se sigue asentando su imagen comercial. De esta manera, tras fundarse en 1904 la dirección de Rolls-Royce mostró una evidente preocupación por estar bajo la bandera a cuadros.

Eso sí, ya que su interés no era tanto la velocidad como el lujo y la calidad, los primeros 30 HP y Silver Ghost no se orientaron a los circuitos sino a las pruebas de resistencia. No en vano, el escenario perfecto de cara a mostrar sus bondades mecánicas.

Siempre realizadas bajo los objetivos de la fiabilidad y los mejores acabados posibles. De esta manera, en 1907 la marca ya estaba protagonizando actuaciones excelentes en las rutas disputadas a través de las Tierras Altas de Escocia.

Además, en 1911 venció en la Top Gear celebrada desde Londres hasta Edimburgo demostrando de nuevo la calidad de diseño y ensamblaje inherente a sus robustas mecánicas. Gracias a ello, antes de cumplir su primera década en el mercado Rolls-Royce ya era considerada la mejor empresa automovilística del Reino Unido. Sin embargo, esto no parecía ser suficiente para la ambición de Claude Johnson. Director de la marca y, a la sazón, un empresario metódico consciente de sus posibilidades comerciales en la Europa continental.

Así las cosas, se buscó una prueba deportiva en la que poder demostrar la valía de Rolls-Royce en nuevos mercados. Sin duda un reto importante pues, dada la época, la recurrente carrera de Le Mans -donde Bentley forjó una excelente imagen durante la década siguiente- aún no se disputaba. Asimismo, los Grand Prix no eran el escenario idóneo pues, como hemos comentado anteriormente, la casa británica estaba lejos de dirigirse a lo deportivo y prestacional.

Con todo ello, la situación no parecía muy amable para con los planes concebidos por Claude Johnson. Sin embargo, hacia 1910 el Imperial Royal Austrian Automovile Club había empezado a organizar una carrera conocida como el Alpine Trial. Concebida en forma de una ruta de ocho días atravesando los Alpes, ésta prometía poner al límite las mecánicas al mostrar en su trazado enormes desniveles, temperaturas extremas y carreteras con firmes irregulares. En suma, era justo lo que Rolls-Royce estaba buscando de cara a demostrar la excelente fiabilidad de sus vehículos.

ALPINE TRIAL 1913, ROLLS-ROYCE EN BUSCA DE UNA IMAGEN INTERNACIONAL

Con el objetivo ya escogido, Rolls-Royce organizó un equipo de competición destinado a ganar ampliamente en la Alpine Trial de 1913. Liderado por el mecánico de fábrica Eric Platford, éste contó con un plantel de pilotos donde destacaron Jock Sinclair -con una amplia experiencia en pruebas alpinas- y E.W Hives -primer conductor en llevar un Silver Ghost por encima de las 100 millas por hora, alcanzado los 162 kilómetros por hora-.

Además, se modificaron para la ocasión tres unidades del ya conocido Silver Ghost. Para empezar, lo primero fue incluir una nueva caja de cambios con cuatro marchas, siendo una de ellas una relación especial para afrontar pendientes que, en ocasiones, podían superar el 20 % de desnivel. Además, se aumentó la relación de compresión del motor, logrando alcanzar unos 75 CV en vez de los 60 CV dados por las unidades de escrupulosa serie.

Esperando un firme especialmente problemático, tanto el chasis como las suspensiones recibieron refuerzos. Una mejora perfecta para las carreras de resistencia, disponiendo asimismo de un depósito de combustible con hasta 80 litros de capacidad. Por último, dados los enormes contrastes térmicos los técnicos de la fábrica incluyeron un sistema de arranque apto para temperaturas bajo cero. En fin, una interesante panoplia de mejoras con las que aquellas “águilas alpinas” cumplimentaron con éxito las pruebas de reconocimiento desarrolladas en mayo.

Con todo listo, el equipo Rolls-Royce tomó la salida del Alpine Trial de 1913 el 22 de junio. Por delante, más de 2.600 kilómetros en los que solventar puertos de montaña con pendientes de hasta un 27,9 %, barrancos llenos de barro y rectas en las que poder lucirse con la velocidad punta. Todo ello con un más que evidente castigo térmico para los motores. Expuestos tanto al frío como el calor en una misma jornada donde los cambios de altitud también tenían efectos evidentes en el comportamiento de aquellas mecánicas atmosféricas.

No obstante, Rolls-Royce controló la prueba desde el principio hasta el final logrando situar a sus Silver Ghost en todos los puestos de cabeza. Debido a ello, el impacto mediático logrado en aquel Alpine Trial fue tremendo, ganando -ahora sí- la consideración de “mejor automóvil del mundo”. Algo que la casa británica ha guardado con celo hasta nuestros días. Es más, tras asentar su fama ya no regresó nunca más a las pruebas alpinas.

No en vano, Rolls-Royce nunca ha estado interesada en la competición más que para asentar su fama durante aquellos primeros días del automovilismo. Desde entonces, su fiabilidad ha sido probada sin necesidad de pasar bajo la bandera a cuadros. Con datos como que casi el 80 % de los automóviles producidos siguen estando hoy en día conservados y plenamente operativos.

Fotografías: Rolls-Royce

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Escrito por Miguel Sánchez

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