Desde tiempos inmemoriales el ser humano ha ambicionado moverse por tierra, mar y aire. Es más, somos una de las pocas especies capaces de poner nuestra vida en riesgo sólo por ver qué hay más allá del lugar donde ya encontramos recursos satisfactorios; sin más pretensión, sin más fin, que dar respuesta a nuestra propia curiosidad.
Así las cosas, la historia de la humanidad bien podría contarse a través de cómo hemos ido creando nuevas formas de desplazamiento. Una línea cronológica en la que no sólo se han ido sucediendo cuestiones mecánicamente más complejas, sino también más versátiles.
De hecho, al compás de la Revolución Industrial los motores a combustión fueron aplicados a todo tipo de máquinas capaces de moverse por terrenos variopintos según las circunstancias.
Una forma de entender las cosas a la cual se adscribe el Amphicar 770 de 1960. Un híbrido insólito entre automóvil y lancha donde, en vez de darse respuesta a diferentes problemas, estos se agraban hasta el punto de hacer del diseño algo realmente inadecuado.
Pero vayamos por partes. Para empezar, justo después de la Segunda Guerra Mundial el mercado estadounidense vivió un crecimiento sin igual.
LA LLEGADA DEL COCHE ANFIBIO PARA LAS MASAS
Espoleado por la democratización del consumo, éste pudo permitirse el ir más allá de opciones masivas y generalistas adecuadas para los propósitos del día a día. Y es que, no en vano, al fin las capas medias de la población contaban con el suficiente dinero como para derrocharlo en cuestiones accesorias a la pura necesidad.
De esta manera, desde las motocicletas Off-Road con visos puramente recreacionales hasta modelos con más aspecto deportivo que desempeño verdadero los fabricantes fueron lanzándose a presentar gamas con vehículos muy concretos.
Un contexto, un panorama, en el cual la compañía germana Quandt Group planteó la posibilidad de fabricar un utilitario anfibio inspirado en el diseño del Tipo 166 Schiwimmwagen. Aquel que, años antes, fuera usado por las tropas nazis durante la Segunda Guerra Mundial.
AMPHICAR 770, MENOS PRÁCTICO DE LO PENSADO
Curiosamente, aunque su mayor futuro lo encontrase en los Estados Unidos la génesis del Amphicar 770 se halla en Alemania. No obstante, destalles como la abundancia de cromados o las aletas traseras propias de Virgil Exner atestiguan cómo Quandt Group puso sus miras más allá del Atlántico. Eso sí, desde su bastidor en chapa estampada hasta su motor Triumph con 1.147 centímetro cúbicos todo en este vehículo es de origen europeo.
Poco ducho sobre tierra debido a la altura de sus suspensiones y lo poco especializado de sus volúmenes, el Amphicar 770 se revelaba como una lancha realmente efectiva siempre y cuando no se quisiera navegar demasiado rápido. Es más, en su haber está la hazaña lograda en 1965 por dos unidades que, contra todo pronóstico, lograron salvar el Canal de la Mancha incluso con olas de cierto calado.
Sin embargo, lo cierto es que aún pudiendo unir dos usos muy diferenciados el Amphicar 770 no era destacable en ninguno de ellos. Además, aquella compatibilidad no era demandada más que por un escueto grupo de compradores que, de no haber visto este vehículo en las revistas, siquiera lo hubieran deseado para sus domingos de sol y pantano.
Y vaya, por si todo esto fuera poco tras usarlo en el agua devolver a tierra con garantías requería del engrase de, al menos, 13 elementos mecánicos. Con todo ello, no cuesta entender cómo nuestro protagonista vio la clausura de su producción en 1965 con tan sólo unos 3.800 ejemplares vendidos.
Eso sí, hoy en día, desde la perspectiva del coleccionista, todos y cada uno de ellos son verdaderas joyas heterodoxas con las cuales ilustrar hasta qué punto el automovilismo se ha dado la mano con otros ámbitos del transporte.
Imágenes: RM Sotheby’s