Con modelos tan sobresalientes como el Alpine A110 o el R5 Turbo, Renault es una de las marcas más laureadas en el mundo de los rallyes. En este sentido, el primer modelo consiguió éxitos recurrentes en el Montecarlo y el Acrópolis -el cual llegó a ganar tres veces- a pesar de convivir con el Lancia Stratos. Mientras tanto, el segundo fue uno de los vehículos del mítico Grupo B con victorias como la obtenida en el Montecarlo de 1981. No obstante, entre el comienzo de los setenta con el A110 y el de los ochenta con el R5 Turbo distan una serie de años en los que Renault parecía estar en una fase de tránsito.
Y en verdad así lo era. En primer lugar porque su división deportiva -dentro de la cual quedaría integrada la plantilla de Alpine tras su absorción en 1976- centró sus esfuerzos en el desarrollo de la tecnología turbo con Le Mans y la F1 en el punto de mira. Algo que hizo realmente bien. En Le Mans porque cosechó la victoria en 1978 con el A442. Y en la F1 porque aunque los éxitos tardaron en llegar su apuesta por el turbocompresor desde 1977 convirtió a Renault en la marca referencial para esta tecnología. Así las cosas, durante aquellos años el cuidado de los rallyes recayó en el Alpine A310.
Un modelo que intentó aunar las cualidades del A110 con el uso diario propio de un GT. Pero que en las pistas nunca logró nada reseñable siquiera cuando a partir de 1976 montó un nuevo motor V6. De esta forma, a mediados de los setenta Renault parecía alejarse del mundo de los rallyes. Situación conjurada cuando su departamento de competición decidió hacer del R5 Alpine una máquina ganadora para el Grupo 2. Todo ello con la vista puesta en lograr tiempo de cara al desarrollo del R5 Turbo Grupo B. Con el cual volvería a ser tan referencial como lo fue en 1973 gracias a la victoria del A110 en el campeonato de constructores.
A finales de los setenta parecía difícil que un modelo popular llegase a lo más alto en el mundo de los rallyes. Al fin y al cabo, las referencias en esta disciplina estaban derivadas de modelos deportivos como el Fulvia o el A110. O incluso habían nacido específicamente para las pistas como en el caso del Stratos. Por ello, los ingenieros de Renault Sport tuvieron que emplearse a fondo para la adaptación del R5 Alpine. Especialmente por el cambio de paradigma provocado por la tracción delantera. Muy alejada de la recurrente propulsión trasera definitoria en los A110 y A310.
Sin embargo, para 1977 consiguieron homologar en el Grupo 2 al R5 Alpine tras numerosas modificaciones. Siempre sobre la excelente base ofrecida por el modelo de serie. Un compacto con afinación deportiva que llegó a España bajo el nombre de Copa -en alusión al trofeo monomarca– pero que en Francia mantuvo el de Alpine dando claras muestras de sus intenciones. Intenciones plasmadas en una potencia de 93CV para unos 840 kilos con 2,4 metros de batalla y un motor delantero pero echado al centro. Las características que hicieron del R5 Alpine una especie de primitivo GTI al sacar el mejor partido en curvas de un sencillo compacto.
Por todo ello, Renault Sport vio en el R5 Alpine una base excelente para los rallyes. Eso sí, siempre como un punto intermedio antes de alumbrar al R5 Turbo. Modelo nacido por y para la competición. Tan alejado del vehículo de calle que bajo su carrocería en verdad se escondía un motor central-trasero. Una apuesta estrenada en 1979 tras años de preparación mientras el R5 Alpine cubría el expediente de la marca gracias a sus constantes victorias en el Grupo 2.
ALIGERANDO Y POTENCIANDO
Más allá de un excelente comportamiento, bajo centro de gravedad y buen reparto de pesos todo automóvil deportivo requiere aligerar y potenciar. Justo aquello que Renault hizo con el R5 Alpine del Grupo 2 al rebajarlo hasta los 800 kilos. Respecto al motor, el bloque de cuatro cilindros en línea vivió un repaso con el que se aumentó su potencia hasta los 110/140CV gracias a dos carburadores de doble cuerpo y unos nuevos escapes. Además, el apartado de estabilidad cambió con unos amortiguadores regulables mejorados y unas barras estabilizadoras más gruesas. Todo ello conectado al suelo con neumáticos de 185 mm resguardados bajo unos anchos pasos de rueda.
En lo referido a la caja de cambios, ésta se sustituyó por una de relaciones cortas. Complementando sus reacciones rápidas con un nuevo equipo de frenos de disco también en el eje trasero, el cual venía de serie con frenos de tambor. Con todo ello, el R5 Alpine consiguió no sólo ser una máquina destacable dentro del Grupo 2 sino la dominante desde 1978 hasta 1980. Años en los Jean Ragnotti quedó segundo en la clasificación absoluta del Montecarlo 1978 y el Tour de Corse 1979 para acabar ganando el campeonato francés en 1980.
De esta forma, la marca del rombo ganó tiempo sin perder presencia en los rallyes de cara a su definitivo regreso a lo más alto de la categoría con el R5 Turbo del Grupo B. Una máquina de precisión que, sin embargo, aún siendo más espectacular cooperó menos en el carácter deportivo de la marca. Y es que, al fin y al cabo, el R5 Alpine fue una montura popular usada por multitud de escuderías y pequeños equipos tanto dentro como fuera del asfalto. Justo el tipo de acciones responsables de llevar la deportividad a un público masivo para seguir manteniendo a Renault como una de las marcas europeas más versátiles.
Fotografías de Renault Classic.