Siendo como era un sistema totalitario, el III Reich intentó controlar todos los resortes de la vida cotidiana a fin de asentar su poder. Así las cosas, la gestión pública del deporte fue una obsesión constante para el régimen nazi, enfocado a utilizar cualquier logro en el mismo a modo de medida propagandística. Algo que, además, alcanzó cotas especialmente perversas al poner sobre la mesa todo tipo de ideas raciales y genocidas.
En este sentido, la práctica del automovilismo deportivo también jugó un papel esencial de cara a entender la imagen internacional del nazismo. De esta manera, el gobierno alemán gastó generosas sumas de dinero en financiar la actividad de ingenieros y diseñadores tanto a sueldo de empresas como del propio estado.
Así las cosas, las pruebas documentales han transcendido por encima del ruido propagandístico. Desvelando cómo desde BMW hasta Mercedes multitud de empresas hoy en día aun existentes fueron ampliamente subvencionadas dentro del nazismo. Algo, por otra parte, bastante común en la Alemania de aquella época. Liderada por un capital cómplice de la expansión nazi al igual que millones y millones de colaboradores necesarios.
Llegados a este punto, la competición se convirtió en un factor de propaganda mediante el cual expresar el auge del país. Debido a ello, desde las carreras motociclistas hasta las automovilísticas – pasando por las hazañas en materia de exploración – todas ellas ingresaron a un puesto de atención en la política pública del III Reich.
Es más, desde 1934 el NSKK controló todo lo relativo a los deportes a motor bajo la autoridad personal de Adolf Hitler. Especialmente consciente sobre el potencial ideológico de los mismos según crecía y más y más el poder de los medios de comunicación.
Con casi medio millón de afiliados en sus momentos de máxima actividad, el NSKK gestionó desde cursos de mecánica hasta la implantación de nuevas leyes en seguridad vial. Además, poco a poco fue integrando dentro de sí multitud de tareas relacionadas con la conducción tanto de motocicletas como de automóviles. Un hecho especialmente visible en su relación con las Juventudes Hitlerianas, a las cuales adiestró de cara a utilizar vehículos con fines bélicos.
En suma, visto en perspectiva el NSKK jugó el mismo rol que el resto de instituciones del III Reich. Sirviendo como piezas necesarias en el complejo entramado dedicado a la instauración de un régimen totalitario. Asimismo, durante la segunda mitad de los años treinta su gestión deportiva resultó bastante prolífica. Teniendo al equipo nacional como mascarón de proa de cara a mostrar en el exterior los avances mecánicos firmados por Alemania.
BMW 328 “EQUIPO NACIONAL”, UN ARMA DEL NAZISMO
Cuando fue presentado en 1936, el BMW 328 estaba llamado a ser uno de los mejores automóviles de carreras de todos los tiempos. No en vano, gracias a su motor con cámaras hemisféricas – así como a su chasis tubular – éste incorporaba una serie de innovaciones destinadas a crear un vehículo tan ágil como efectivo. Es más, debido al nervio de su motor con 1.971 centímetros cúbicos y seis cilindros en línea BMW consolidaba la tendencia a reducir cilindrada aumentando las prestaciones.
Así las cosas, el 328 logró ser el modelo dominante en las carreras destinadas a la clase con dos litros. Es más, se hizo con la victoria en esta cilindrada tanto en la Mille Miglia – donde llegó a ser un referente indiscutible gracias a la victoria absoluta de 1940 – como en Le Mans. Dos carreras especialmente celebradas en la época y, por tanto, objetivos propagandísticos para el III Reich.
De hecho, en este sentido la gestión del equipo nacional fue confiada al NSKK. El cual incluso llegó a contar con una flota propia con la cual sumar éxitos a los logrados por los equipos oficiales de Mercedes y BMW. Así las cosas, a comienzos de 1939 la institución nazi recibió tres unidades del 328 especialmente preparadas. Es más, mientras las mecánicas de serie rendían 80 CV a 5.000 revoluciones por minuto, los motores de aquellos roadster podían llegar hasta los 135 CV gracias a una mayor relación de compresión.
Asimismo, el tanque de combustible se hizo más grande pensando en las carreras de resistencia. Todo ello acompañado con reducciones en el peso con llantas de aleación ligera. Como remate, un nuevo y más firme ajuste en las suspensiones garantizaba un comportamiento perfilado y radical en la competición. De hecho, durante 1939 aquellos tres BMW 328 del equipo nacional corrieron con el característico color blanco de los vehículos de carreras alemanes en Trípoli, Mille Miglia y Le Mans entre otros compromisos internacionales.
Es más, fueron los protagonistas de la victoria en la clase de dos litros durante las 24 Horas de Le Mans. Junto con lo acaecido en la Mille Miglia de 1940, el mayor éxito deportivo en la historia del BMW 328. Eso sí, el estallido de la Segunda Guerra Mundial truncó lo que podría haber sido una senda de éxitos sin parangón. Aupada en la evidente superioridad técnica de aquel diseño.
Tras la contienda, dos de aquellas unidades fueron rápidamente adquiridas por coleccionistas conscientes de su importancia histórica. De hecho, la unidad con la cual ilustramos este artículo – la 85335 – también acabó en manos de una colección. En este caso estadounidense. Aunque, en verdad, poco consciente sobre el historial en carreras de la misma. Por ello durante décadas este chasis se dio por perdido. Un descuido más que evidente debido a su más que reseñable historial en carreras. Afortunadamente, hoy en día este 328 “equipo nacional” se encuentra debidamente restaurado a su estado de origen. Aquel bajo el cual se convirtió en un arma de propaganda al servicio del NSKK.
Fotografías: RM Sotheby’s