[dropcap]D[/dropcap]entro de las naves de la empresa “Cars1247” nos esperaba Santiago García, presto a sacar a pasear su bonito autobús Leyland Comet de los años 50 carrozado por la empresa Maiso. Llevábamos tiempo queriendo probar un autobús antiguo, pero como se pueden imaginar esto no es tarea fácil: Hay pocos, muchos de los que se conservan no están en funcionamiento y, si lo están, son difíciles de maniobrar y no todos los propietarios están dispuestos a sacarlos a pasear así porque sí.
Sin embargo nuestro anfitrión desde un principio se ofreció “sin problemas” a la tarea de hacer de chófer de época por un día, quizá porque esto de los autobuses clásicos a él le viene de familia. Su padre fue chófer de autobús –cuando estos aún no eran clásicos- y Santiago recorrió muchos kilómetros a bordo de aquellas antiguas “viajeras”, hasta que llegó a aprender el manejo y mantenimiento de esas vetustas mecánicas.
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Un Leyland Comet 90 siempre en familia
Por todo ello, Santiago García es a día de hoy una de las pocas personas capaces en nuestro país de restaurar completamente o, incluso, reproducir desde cero carrocerías completas de antiguos autobuses. Y esto de restaurar industriales comenzó para él precisamente con el Leyland Comet de nuestras fotografías…
Esta unidad fue conducida por su propio padre durante muchos años, realizando la ruta Chiclana-Úbeda; y, tras su jubilación, estuvo en funcionamiento algunos años más, hasta los años 70, cuando la empresa propietaria por fin decidió darlo de baja.
Afortunadamente esta compañía, que aún tenía otras “viejas glorias” como una viajera Buick de los años 20, guardó el Leyland Comet en un lugar a cubierto y donde no estorbaba, lo que aseguró su conservación durante varios años. Allí estuvo hasta que Santiago lo adquirió como recuerdo de su infancia y procedió a restaurarlo con la ayuda de toda la familia… Aunque de esto hace ya más de 20 años.
Desde entonces este Leyland ha sido utilizado en rallyes, carnavales, cabalgatas de los reyes magos e incluso en alguna que otra película. Su robusta mecánica solo necesitó una puesta a punto, y de su buen funcionamiento pueden dar cuenta ustedes mismos en el vídeo que acompaña a estas líneas.
Los Leyland se ganaron su fama de robustos desde que la marca comenzó a implantarse a gran escala en España durante los duros años de la posguerra. Entonces copó una importantísima parte del mercado de los vehículos pesados, solo a la altura de otras marcas como Pegaso o Barreiros… que incluso llego a superar a finales de los 40 o principios de los 50, cuando éstas eran solo “embriones”.
Fue así porque, a pesar de las restricciones internacionales que pesaban sobre el autárquico gobierno franquista, los ingleses tenían tal necesidad de exportar que firmaron acuerdos comerciales con España en un volumen de una magnitud impensable. Sobre todo si tenemos en cuenta la situación de aparente bloqueo a la que nuestro país estaba sometido.
El motivo de la fiebre exportadora del Reino Unido estaba en que al finalizar la II Guerra Mundial, Inglaterra permanecía sumida en la destrucción y el racionamiento, de manera que sus inteligentes gobernantes llegaron a la conclusión de que para conseguir divisas necesitaban “exportar o morir”.
La mayoría de exportaciones británicas de la posguerra tuvieron que ver de un modo u otro con el metal, de modo que la industria del motor tuvo un papel fundamental en el despegue económico del país en aquellos años.
A esto se sumaba otro factor: En Inglaterra, dado el gran esfuerzo bélico que se había realizado, la armada contaba con una enorme cantidad de excedentes de todo tipo, entre los que se encontraban muchísimos camiones y automóviles.
Tras la contienda éstos fueron subastados para encontrar nuevos usos en manos privadas, por lo que el mercado local de vehículos nuevos de repente se encontró con un competidor desde dentro.
Con todo, este difícil panorama no amedrentó a los británicos, que se propusieron motorizar a medio mundo. Durante las décadas de 1940 a 1960 las marcas automovilísticas inglesas inundaron sus “colonias” (con India y Australia a la cabeza, donde por cierto se instalaron cadenas de montaje de la marca Leyland), pero también los principales países de Sudamérica, toda Europa, EE.UU… ¡E incluso lo intentaron con China!
Leyland y la conexión Pegaso
En nuestro país la entrada de productos británicos durante la posguerra fue, al menos en el mundo del motor, apabullante. Las marcas Austin, Morris y Standard se situaron durante los años 40 y 50 entre las primeras indiscutibles en número de ventas de automóviles, y lo mismo ocurrió con Leyland y AEC-Aclo en el terreno de los industriales. Y no solo fueron estas; en aquella época se importaron a nuestro país un gran número de exóticos camiones ingleses de marcas como Thornycroft, Foden, Beardmore y un largo etc, con mayor o menor gloria.
Durante aquel periodo Leyland se instaló en España, primero bajo el amparo de la Compañía Petrolífera de Transportes S.A., hasta que, en 1949, se constituyó la firma Leyland Ibérica S.A sita en el Nº7 del madrileño Paseo Marqués de Monistrol, donde incluso hubo un concesionario de venta directa de la marca bajo el nombre de Ateco S.A.
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El éxito fue desde un principio aplastante, sobre todo en la zona del levante español, donde Leyland se convirtió casi en un imperio monopolístico para las empresas que se dedicaban al transporte de cítricos y hortalizas.
Incluso, en el caso de los modelos más grandes como los Leyland Buffalo (200 CV, 16 toneladas), Super Hippo (150 CV, 14 toneladas) o Beaver (125 CV, 10 toneladas), fueron importados en versión “de morro” y en chasis desnudo, de manera que se creó toda una red de carroceros españoles que realizaban las cabinas… incluso algún taller como los vascos Mintegui S.L se atrevieron al montaje de mecánicas incluyendo alguna curiosa variación que mezclaba componentes de Leyland y Mack.
En definitiva, los Leyland fueron tan bien recibidos en nuestro país que incluso en 1960 «nuestra» ENASA firmó un acuerdo de colaboración con la marca inglesa de la que nacería el Pegaso Comet, terminándose así la etapa de Leyland como firma autónoma en España. ↓ VIDEOPUBLICIDAD ↓
Silbadores, aunque más para los ingleses
Leyland era una empresa pionera en el uso de avanzadas mecánicas diésel, tecnología en la que entró ya en la década de 1930. El modelo que probamos, el Comet, se presentó en 1947 en dos variantes de 4 y 7 toneladas de carga útil. Tres años más tarde, en 1950, se sumaría la famosa versión “90” capaz para 8 toneladas. Este último además se podía suministrar en batallas de 3.17, 4.32 y 4.65 metros, siendo el último tipo el modelo escogido para este reportaje.
Montaba un motor delantero de 6 cilindros en línea con 5.760 cc que rendía unos “tranquilos” 90 cv de potencia. Estas mecánicas, de probada fiabilidad, emitían un curioso sonido pausado que entre cada ciclo parecía que iban a pararse, además de producir una especie de “silbido” al estar el motor en el punto de compresión, motivo por el cual en Inglaterra fueron apodados como “whistlers”, es decir, “silbadores”.
En nuestro país sin embargo causó mayor impresión el ralentí pausado, cuyo motivo estaba en el curioso diseño de la bomba inyectora, cuyo regulador se solía ajustar para alargar la cadencia de ralentí en la mayor duración posible. Muchas veces era a petición de los propios conductores, según nos han comentado antiguos mecánicos que trabajaron con estos Leyland. En el vídeo pueden observar esta legendaria característica de los diesel de esta marca británica, que además se remataba con un ronco sonido de escape.
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El cambio de marchas era de 5 velocidades, con una reductora Eaton 16500 acoplada al eje trasero y asistida por una bomba de vacío, que se accionaba mediante un botón situado en la palanca de cambios. Su manejo requería pericia –una vez más remitimos al vídeo para comprobarlo- mientras que la dirección carecía de asistencia alguna.
Los frenos (con una superficie en cada rueda de 3.097 cm2) dependían de un circuito hidráulico asistido por un servofreno, novedoso en su época pero muy poco eficaz si se compara con los posteriores frenos eléctricos, por lo que para ralentizar la marcha del autobús irremisiblemente había que acudir a la reductora en un auténtico baile entre embrague, acelerador y palanca.
Afortunadamente, este complicado proceso venía explicado “a groso modo” en unas placas escritas en castellano situadas frente al conductor, al igual que sucedía con las grandes insignias ubicadas a cada lado del capó y en las que se leía “El Camión Inglés Leyland”. Venía así de fábrica en los modelos para España y Sudamérica y se convirtió en todo un eslogan publicitario en su época.
Carrocería clásica por Maiso, S.A.
Desafortunadamente, todas estas señas de identidad en castellano han desaparecido de la unidad probada, matriculada en Madrid en Noviembre de 1957. Es así porque en algún punto de su vida –probablemente a comienzos de los años 60- fue recarrozada con la forma de autobús que luce ahora; perdió su cabina metálica “de morro” fabricada en Inglaterra por la empresa carrocera Briggs Motor Bodies, que compartía diseño con otros productos de las marcas Dodge y Ford, y con “nuestros” Ebro de la serie B.
La carrocería que vemos en las fotos es obra de Maiso S.A y fue construida en la factoría que esta empresa tenía en la localidad sevillana de Torreblanca, filial de la casa matriz fundada en Logroño en los años 30 por la familia del mismo apellido y que ha estado en activo hasta hace pocos años.
El diseño es clásico, proporcionado y muy sencillo en comparación a otros autobuses de su época que estaban repletos de cromados y lucían frontales y traseras inspirados en los automóviles americanos de los años 50. Sin embargo muestra el encanto de la sencillez y en las imágenes puede llegar a parecer una bonita maqueta; pero no se confundan, este Leyland Comet es real y afortunadamente aún está en perfectas condiciones. Ojalá cunda el ejemplo entre otros aficionados españoles, porque ¿a quién no le despierta simpatía un vehículo como este?
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