FOTOS BERTHA BENZ / CORTOMETRAJE: MERCEDES
A mediados del siglo XIX la industrialización se abría paso en España a golpe de raíl. Sin embargo, no todo el mundo estaba igual de ilusionado por la irrupción del progreso tecnológico. Arriba, en las montañas, se acantonaban las huestes carlistas adormecidas en su ilusión feudal. Pío Baroja definía a su militante medio como un “animal de cresta roja que de vez en cuando baja a la ciudad y ataca al hombre”. A tenor de lo que hicieron más de una vez con el naciente ferrocarril no andaba desatinado.
Durante las Guerras Carlistas muchos trenes dirigidos a la industria siderúrgica fueron hostigados en los valles vascos. Hasta aquí todo normal, ya que a nadie se le escapa que en un conflicto bélico lo primero es sabotear las comunicaciones terrestres. Sin embargo, el matiz viene en lo siguiente: estos ataques no eran fruto de la estrategia militar sino del fanatismo religioso. Espoleados por sacerdotes absolutistas, los guerrilleros carlistas destruían las locomotoras por ser obra del Demonio. Además, en ocasiones mataban a los ferroviarios por prestarse a tal “aquelarre”.
En su mente, el progreso tecnológico estaba íntimamente asociado al liberalismo. Y éste, al ateísmo y las nuevas libertades. Destruir un tren no era sólo destruir un bien del enemigo, sino un ataque simbólico al mundo moderno que, a pesar de la furia de estos boinas rojas, se abrió paso inexorablemente. Más allá de los trenes en el norte de España, a Bertha Benz le ocurrió algo parecido con su primer viaje en automóvil por la Alemania de 1888.
A lo largo de los 106 kilómetros recorridos, muchos campesinos se presignaron ante el paso de este ingenio demoníaco. Además, el hecho de que fuera llevado por una mujer encendió en muchos la creencia de que Bertha Benz era una especie de bruja. Afortunadamente el tiempo ha pasado, continuando el imparable avance técnico que mece a la Humanidad desde la época de las cavernas. No obstante, siempre conviene recordar las trabas que se han puesto al progreso. Para ello Mercedes-Benz nos presenta el siguiente vídeo.
BERTHA BENZ, LA MUJER QUE HIZO POSIBLE EL AUTOMÓVIL
Siempre es difícil poner un nombre concreto al determinar quién inventó esto o aquello. No obstante, en el caso del automóvil es fácil. Fue Carl Benz quien solicitó en 1886 una patente al gobierno alemán para registrar su Motorwagen, primer vehículo de la historia diseñado para ser propulsado por un motor de combustión fósil. De todos modos se dio una paradoja sorprendente. Aunque hoy en día registrar esta idea nos pueda parecer una bicoca financiera, lo cierto es que tan sólo dos años después de la patente Carl Benz estaba desestimando la idea de producirlo.
Más allá de la curiosidad tecnológica que el automóvil representaba, casi nadie mostró interés por él mientras pudiera tener un caballo. Y esto era un problema, sobretodo para Bertha Benz, la cual había visto cómo su marido menguaba la fortuna del matrimonio desarrollando el invento. ¿Es que acaso todos esos esfuerzos iban a quedar en una mera patente?
Afortunadamente, Bertha Benz no se resignó a ello. Al fin y al cabo no era una de esas mujeres florero tan comunes en las vieja aristocracia. De hecho, a su carácter inquieto le debemos la invención de las pastillas de freno. Así las cosas, una mañana de verano de 1888 tomó a dos de sus hijos y se subió al Benz-Motorwagen para realizar el primer viaje de largo recorrido en automóvil.
LA IMPORTANCIA DE LOS VIAJES DE PRUEBA
Lo que hoy en día viene a ser lo más normal del mundo en 1888 era toda una aventura. En primera lugar porque Bertha Benz no avisó a nadie del viaje. Ni su marido ni las autoridades estaban avisados de la idea, lo que adquiere un matiz especial en el caso de las segundas, ya que nunca se había dado el caso de un automóvil compartiendo caminos con las caballerías. Además, tampoco se sabía cómo respondería el Motorwagen, ya que las pruebas realizadas hasta le fecha habían sido de pocos kilómetros y siempre con asistencia mecánica.
La aventura de Bertha Benz recorriendo 106 kilómetros desde Mannheim hasta la casa de su madre en Pforzheim fue la primera prueba real hecha a un automóvil. ¡Y sin gasolineras de por medio! De hecho, justo el momento retratado por el vídeo que hemos visto es cuando tuvo que pararse en Wiesloch para buscar al farmacéutico local. Y no porque necesitara algo para rebajar los nervios del momento, sino porque de aquellas la ligroína sólo se encontraba en boticas. Con este disolvente del petróleo el motor podía funcionar. Un problema de abastecimiento que comparado con otros que se presentaron parece cosa de nada.
Y es que Bertha Benz tuvo que reparar la cadena de transmisión con ayuda de un herrero, limpiar un conducto de combustible con su aguja del pelo e incluso empujar junto a sus hijos el vehículo en alguna cuesta. No obstante, tras más de 10 horas consiguió completar el trayecto. Y no sólo eso, ya que con ello demostró las posibilidades reales del automóvil animando a comercializarlo. Lo que vino después, es una historia que conocemos.