El Bugatti International Meeting se celebra cada año en un país diferente. Hace dos años visitaron nuestro país, y los (malditos) exámenes no me permitieron acercarme a verlos. Pero el tiempo me tenía reservada una muy buena sorpresa: el destino elegido este año era Escocia, en unas fechas en las que yo estaba por allí.
Ver un Bugatti sin esperarlo emociona. Uno se “lía” a hacer fotos, a conversar con el dueño (si se tiene la suerte de verlo parado), e incluso se espera a que arranque de nuevo para hacer un vídeo del coche en marcha, y si es posible, llenarse de humo.
Algo así me ocurrió hace unas semanas en Edimburgo, capital de Esocia, pero multiplicado.. .¡por más de 50! Tanto fue así que volví a casa con un olor similar al que se tiene cuando se ha pasado el día encerrado en un taller probando un coche antiguo.
Me pilló casi por sorpresa a pesar de estar bien informado sobre los eventos del motor que se celebraban en ese país, y al preguntar a los organizadores el porqué de la casi total ausencia de publicidad ante un evento de tal calibre, la respuesta fue muy simple: “En las últimas ediciones hemos decidido que dado el altísimo valor de los coches reunidos, es mejor no publicitarlo demasiado”.
Escocia es un país frío y húmedo pero que ofrece unos paisajes, monumentos y carreteras realmente impresionantes. A ello se une el que es un sitio bastante tranquilo, sin aglomeraciones de tráfico, y, por último, el que este año se celebra el 50 aniversario del Bugatti Owners Club, el más importante de la marca y que tiene orígenes británicos, por lo que estaba claro que la elección del lugar en esta edición iba a estar al otro lado del Canal de la Mancha.
El evento comprendió una semana completa (del 16 al 22 de Junio) y se recorrió prácticamente toda Escocia hasta completar un total de casi 600 millas. El país del Lago Ness (lugar que también se visitó) no es tan grande como parece, de modo que la ruta prevista muchas veces llegó a describir círculos alrededor de la misma zona, algo que con la variedad de paisajes que ofrece la orografía escocesa no debió ser motivo de problema alguno.
Como suele ocurrir en este tipo de reuniones, la participación es de lo más variada en cuanto a procedencia y diversidad de modelos. Este año había propietarios inscritos de más de 16 países, y prácticamente se podían ver todos los modelos de Bugatti previos a 1945.
Efectivamente, en esta edición no participaba ninguno de los actuales “Veyron”, que en mi humilde opinión desentonan bastante en este tipo de eventos… pero es que ni siquiera había alguno de los Tipo 101 de los años 50; absolutamente todos los Bugatti presentes eran modelos anteriores a la Segunda Guerra Mundial.
En esta especie de museo monotemático rodante se podían ver casi todos los Bugatti de preguerra, si exceptuamos modelos únicos como el Tipo 43 de tracción total, los tempranos Tipo 15 o 17 anteriores al famoso “Brescia” o el gigantesco Royale, normalmente imposible de ver fuera de los museos.
Tabús Bugatti
De entre todos ellos es difícil destacar alguno, pero llamaba especialmente la atención un rarísimo Tipo 59 de mediados de los años 30, un auténtico Fórmula 1 de su época con un angosto cockpit en el que hacer 600 millas no debe ser precisamente cómodo.
Utilizado en su día por ases del volante como Tazio Nuvolari, monta un 8 cilindros en línea de 3.257 c.c., doble árbol de levas en cabeza y compresor que entrega 250 cv de potencia. También llamaban poderosamente la atención sus llantas de aluminio con un fino entramado de cables que en los círculos “Bugattistas” se conocen como “llantas de piano”, quizá porque su diseño recuerda al complicado interior de estos instrumentos.
Sus afortunados y simpáticos propietarios se mostraban en buena forma y dispuestos a seguir haciendo largos viajes en su bólido. Ante la quizá indiscreta pregunta de si el coche era original, comentaron sin ningún problema que se trata de una “reconstrucción” con piezas nuevas a partir del chasis original número 8, el último construido en 1935.
Esta es una cuestión que ciertamente es un tabú en el mundo de los Bugattis, pues desde hace años se fabrican nuevas prácticamente todas las piezas necesarias para montar, por ejemplo, un T35 completo.
Por este motivo, a pesar del altísimo nivel del evento siempre se cuelan vehículos poco originales: Vease si no el extravagante Tipo 57 SC carrozado en aluminio visto. El coche atraía las miradas de mucho público gracias a su carrocería sport brillante rematada con numerosos remaches y detalles en cuero, pero no dejaba de ser un curioso mejunje.
La carrocería es una réplica basada en la famosa maqueta de Burago a escala 1/18 que tantos hemos tenido en nuestras vitrinas, y que a su vez reproduce a un Bugatti que está actualmente expuesto en el museo de Shinsheim. El coche participante tenía además numerosos detalles inventados y probablemente el chasis era de reciente fabricación, aunque esta vez sí, copiando fielmente el original.
Incluso el organizador no tuvo problemas en comentarme sin tapujos ante un T37 con la pintura mate y algunos desconchones que “es mucho menos viejo de lo que el dueño quiere aparentar” y esto es algo que ocurre con frecuencia, sobre todo en los codiciados modelos de competición.
Al igual que los organizadores, normalmente los propietarios con los que tuve oportunidad de hablar (y fueron muchos) demostraron una amabilidad y simpatía fuera de lo común, sobre todo en cuanto se demostraba algún conocimiento sobre su coche, aunque fuera mínimo.
No era raro que se ofrecieran a explicar el funcionamiento de tal o cual mando del tablier, como la indispensable palanquita para dar presión al circuito de aceite que tienen todos los Bugattis hasta bien entrados los años 30, y que es frecuente tener que usar antes de cada arrancado, o abrir el capó para enseñar el motor, o contar la historia de un coche que lleva años y años en la misma familia.
Este fue el caso de un viejo T30 de 1924, cuya propietaria, ya entrada en años, explicaba que había comprado el coche en 1958 y que desde entonces no había recibido una sola mano de pintura. Sin embargo no es oro todo lo que reluce, y este automóvil de aspecto sumamente original había recibido una modificación en su parte trasera: era un Roadster, pero por problemas de espacio se modificó creando una cola abarquillada en los años 60.
Era también curioso ver como familias enteras participaban diseminadas en diferentes Bugattis, o la presencia de caras conocidas en este mundillo como la del norteamericano Peter Mullin.
Hace poco se ha hablado en La Escudería sobre el museo que este acaudalado coleccionista posee en California, y no menos impresionante era ver el plantel de mecánicos y ayudantes que se había traído desde EE.UU hasta Escocia para llevar siempre a punto su precioso T55.
Este coche en concreto tiene una historia completamente conocida que incluye una participación en las 24 Horas de Le Mans en 1934, carrera que no llegó a terminar. Su originalidad y pasado hicieron que alcanzase un precio de 2.097.500 euros cuando fue subastado hace cuatros años por la reconocida casa Bonhams.
Yo, sin embargo, entre tanto pura sangre e imponentes aparatos, si me dieran a elegir creo que me quedaría con el pequeño T40 roadster de 1929. Su cuidada restauración y la atractiva combinación de colores sobre la airosa carrocería diseñada por Jean Bugatti me hicieron pasar un buen rato a su alrededor, aunque sus prestaciones y sonido no sean tan espectaculares como las de otros modelos.
Debe ser que tengo unos gustos más bien raros, porque es cierto que en marcha se disfruta mucho más de los bramidos y el fuerte olor a aceite y gasolina de los modelos de competición, que va “in crescendo” desde los pequeños T37 de 4 cilindros hasta la brutalidad de los Tipo 51 de 8 cilindros twin cam, pasando por los famosos T35, Brescia… En realidad, para qué engañarnos, ¡cualquier Bugatti en marcha produce sensaciones indescriptibles!
2 Comments
Leave a Reply