Comenzamos aquí una nueva serie de reportajes en los que rescataremos una selección de locales de reparación, restauración y/o mantenimiento de vehículos de toda condición que atesoran un carisma especial. Son lugares con solera, espacios alquímicos capaces de transformar lo inerte en animado, de insuflar vida, color y potencia audiovisual a todo tipo de maquinarias; de alta alcurnia deportiva, contemplación vintage o simple trasiego utilitario y que pueden ser catalogados, sin duda alguna, como talleres clásicos en si mismos.
“Casa Riojim, fundada en 1940”, se puede leer en la tarjeta de visita que nos facilita su propietario: José Luis del Río. No podíamos haber empezado más acertadamente este recorrido por los talleres con solera, puesto que Riojim lleva reparando, cuidando y mimando motocicletas, scooters y principalmente Vespas de todo tipo en su recoleto espacio de la calle Juan Bravo de Madrid, desde hace la friolera de setenta y cuatro años. No es el Barrio de Salamanca una zona proclive a la grasa y la llave inglesa, sin embargo este pequeño y selecto espacio de reparación y mantenimiento de scooters y similares ha permanecido en esta misma ubicación desde su apertura en 1940.
Nos recibe muy amablemente su propietario actual, José Luis del Río Jiménez, nieto del fundador original, Félix del Rio Villa. Fue el hijo de éste, también José Luis del Río Jiménez (de ahí el acrónimo RIO-JIM), quien continuó con el negocio familiar hasta que se incorporó en 1980 su hijo, asimismo de nombre José Luis, con quien mantenemos en estas fechas una fluida y detallada conversación.
[su_quote]“El local lo alquiló por primera vez mi abuelo en 1940. Acababan de terminar la construcción del edificio después de la Guerra Civil y en esa época él tenía conocimientos de mecánica porque trabajaba como conductor de autocar en la línea Barco de Avila – Avila y también como chófer particular del Marqués de Urquijo.
Al principio se ocupaba de la reparación de las motos que todavía circulaban después de la guerra, todas extranjeras, principalmente inglesas, BSA, Norton, Royal Enfield; belgas, FN y francesas, Terrot y luego marcas como Sarolea, Motobècane, hasta que aparecieron las primeras motocicletas nacionales como Sanglas a partir de 1943 y ya desde 1953/54 se especializó en Vespa.”[/su_quote]
Mientras José Luis nos sitúa en los inicios de la andadura profesional de su negocio observamos el espacio y sus circunstancias; un ínfimo taller con salida directa a la acera de la calle Juan Bravo, concretamente en el número cuarenta de esta arteria madrileña con espacioso bulevar central. El local, de forma cúbica y con una única estancia, tiene aproximadamente 15 metros cuadrados, con espacio para un par de bancos de trabajo y un elevador hidráulico sobre el que descansa una Vespa de última generación, una ET2.
[su_quote] “Mi abuelo consiguió el servicio oficial Vespa en Madrid desde los inicios de la marca, en 1954, cuando la fábrica estaba en el número 15 de la calle Julián Camarillo, en el distrito madrileño de Ciudad Lineal. Aparte de Vespa también se hizo con el servicio oficial de Lambretta y Mobilette. Mi padre siempre afirma que el primer motor que se abrió de una Vespa en España tuvo lugar aquí entre estas cuatro paredes.” [/su_quote]
El espacio de trabajo es mínimo pero suficiente, efectivamente cuatro paredes con techo alto pintadas de azul y crema y todavía con la carpintería original de portón de cierre y cristal con barrotillo. Con la herramienta dispuesta en paneles horizontales de madera en dos de los frentes y todo el decorado mecánico reflejando esa pátina de uso meticuloso, con tonos apagados y mates producto del tiempo, los gases y las grasas. Porque el aroma inconfundible de la gasolina, los aceites lubrificantes y el humo de los escapes impregna la pequeña estancia mientras José Luis prosigue su relato:
[su_quote] “Desde 1981 la especialización y exclusividad Vespa ha sido la norma de la casa, y en estos últimos treinta años se ha producido una evolución lógica con la incorporación de los componentes electrónicos y los sistemas de comprobación de averías con el ordenador.
Aún así el cliente Vespa ha mantenido una inquebrantable fidelidad a la marca, siendo su procedencia muy ecléctica: estudiantes universitarios, mensajeros, carteros, profesionales liberales que huyen del atasco y los problemas de aparcamiento, médicos, periodistas de televisión, etc, etc.” [/su_quote]
Ciclo de tres generaciones
Efectivamente, sobre uno de los bancos de trabajo descansa un ordenador portátil que comparte espacio con un variado surtido de herramientas vivas que el propio José Luis ha estado manejando instantes antes de nuestra conversación. Las paredes libres están decoradas con todo tipo de memorabilia alusiva a scooters y el universo Vespa en particular: anuncios de publicidad de diversos modelos, diagramas de motores, recortes de prensa, fotografías del abuelo fundador del taller (ya fallecido) y del padre continuador de la saga (actualmente jubilado).
[su_quote] “Yo ahora trabajo aquí solo, prosigue José Luis, este ES un espacio muy pequeño y soy autosuficiente. Si entra una máquina por la mañana, intento que esté terminada en esa misma jornada. No acometo restauraciones porque inhabilitan el taller durante un tiempo mucho más prolongado. Yo hago mecánica, electricidad y electrónica pero cuando hay chapa y pintura lo derivo a Vespa Roma, a Elvira o a Samper (establecimientos madrileños también adscritos al microcosmos Vespa).
Principalmente me ocupo de las Vespas de última generación, automáticas, de cuatro tiempos, desde 50 cc. hasta 500 cc, pero también trabajo sobre motores de dos tiempos con caja de cambios, de 75, 125 y 200 cc, aunque más antiguas que la Primavera (1972) no suelo admitir, porque escasean los recambios y son más trabajo de un restaurador”. [/su_quote]
José Luis nos muestra orgulloso su herramienta, con algunas piezas de los años treinta y cuarenta todavía colocadas sobre los paneles verticales; soldadores de aleación con mango de madera, abuelos, escariadores, sargentos, macillos, y otras piezas más contemporáneas que comparten espacio en los paneles junto a otros objetos que descansan sobre pequeñas estanterías.
[su_quote] “Durante estas últimas décadas recuerdo algunas anécdotas curiosas», nos comenta José Luis, «como en una ocasión a finales de los años setenta que apareció un cliente sudoroso, el señor Cano, a principios del mes de Julio después de llegar empujando su Vespa S 125 desde la Plaza de Castilla. “Se me ha parado y no arranca”, comentaba jadeante el trajeado cliente.
Lo primero que comprobé fue el depósito de gasolina y su grifo correspondiente y efectivamente aquel caballero no lo había situado en Reserva; bajé el grifo, di un par de patadas a la palanca de arranque, y al tercer intento el motor de dos tiempos cobró vida con estruendo entre una vaharada de gases blanquecinos. A continuación el cliente, no sin cierto sonrojo, me dio efusivamente las gracias y se perdió entre el tráfico. [/su_quote]
[su_quote] En otra ocasión apareció otro cliente con un problema similar, yo estaba atareado con otra máquina en el elevador y le di las instrucciones de viva voz mientras él se ocupaba de su Vespa 150 Sprint en la calle: “Primero desenrosque el tapón del depósito de la gasolina y compruebe el nivel”… y a aquel cliente no se le ocurrió otra cosa que acercar un mechero al orificio del depósito.
Los gases en suspensión se prendieron al momento y a continuación aquel incauto sopló para intentar apagarlos… menos mal que se apagaron con ese primer soplido porque si las llamas llegan a penetrar en el depósito, salimos todos chamuscados.» [/su_quote]
Durante el transcurso de la entrevista somos interrumpidos por saludos de varios vecinos, señoras, caballeros, transeúntes y comerciantes de los alrededores. Tras la amena conversación trufada de anécdotas y detalles curiosos logramos finalizar la charla y nos despedimos de José Luis del Río Jiménez, no sin antes cuestionarle sobre la continuidad futura del negocio.
[su_quote] “Probablemente cuando me jubile, más o menos dentro de diez años, se cerrará definitivamente el ciclo familiar con respecto a Talleres Riojim, porque mis dos hijos varones no han mostrado interés por el negocio de la mecánica. Pertenecen a otra generación, están estudiando en la universidad y no se mueven con soltura en el ámbito de la grasa y los gases combustibles.
Mi hija, aunque es profesora en una guardería infantil, es la única que no querría perder el local y continuar con la actividad tras mi jubilación. Yo ya lo tengo asumido, el negocio mecánico de reparación de Vespas y similares finalizará conmigo.» [/su_quote]
Con ello se cerrará definitivamente este pequeño taller con gran solera, este espacio mecánico con pedigrí inmemorial en el madrileño barrio de Salamanca: “Casa Riojim, fundada en 1940”.
Texto de Edi Clavo / Fotografías de Gonzalo Bárcena
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