Si analizamos la relación entre Fiat y Ford seguramente tengamos en cuenta su rivalidad empresarial. No tanto en lo que se refiere a la competencia en ventas, sino más bien en referencia a cómo ambicionaron las mismas marcas.
De esta manera, aunque durante los sesenta Ford estuvo a punto de hacerse con Lancia y Ferrari, finalmente fue Fiat la que consiguió ponerlas bajo su paraguas. Una historia repetida a mediados de los ochenta con Alfa Romeo; sobre la cual también hubo tanteos de compra por una Ford que parecía no haber olvidado lo ocurrido veinte años antes.
Sin embargo, más allá de aquellos dimes y diretes sobre las casas italianas con mayor rasgo deportivo, Fiat y Ford guardan una historia paralela en relación a sus inicios. No en vano, la casa italiana se miró en el espejo de la estadounidense a fin de seguir sus pasos en materia industrial.
Gracias a ello, supo ser dominante en el mercado italiano gracias al ahorro de costes generado por la producción en cadena, llegando a controlar el 80 % de las ventas locales después de la Primera Guerra Mundial.
De esta manera, Fiat sentó las bases para su posterior internacionalización bajo el mandato de Gianni Agnelli y Vittorio Valletta. Máximos responsables a la hora de lograr la instauración de la casa turinesa como una referencia mundial gracias al sistema de fabricación bajo licencia. Sin duda, un proceso en el que la fábrica de Lingotto jugó un papel clave desde el momento de su inauguración el 22 de mayo de 1923.
Y es que, al fin y al cabo, en ella se materializaron los planes industriales de Fiat, sintetizados en transitar de lo artesanal a lo masivo tal y como ya había hecho Ford en los Estados Unidos. Así las cosas, el propio diseño del edificio expresó de una manera futurista la organización laboral en cadena. Para empezar, su construcción con hormigón y elementos prefabricados sintetizaba muy bien el espíritu industrial de la época. Obviamente, mucho más que una simple declaración de intenciones respecto a trascender los límites impuestos por los viejos talleres mecánicos.
Además, cada una de las cinco plantas de Lingotto se dedicó a una tarea en específico. Debido a ello, la especialización laboral -una de las bases del fordismo- contaba con su evidente materialización física en la cadena de montaje. De esta manera, mientras en la planta inferior se recibían los materiales, en las superiores cada automóvil iba cobrando forma según avanzaba el ensamblaje. Todo ello para llegar hasta la azotea. Donde la famosa pista de pruebas peraltada servía para comprobar el buen funcionamiento de cada unidad antes de salir rumbo a su distribución comercial.
En suma, la fábrica de Lingotto expresó como pocos edificios los planteamientos de la producción en cadena inspirada por las ideas de Henry Ford. De hecho, en términos de arquitectura industrial incluso es más interesante e icónica que las factorías de la propia Ford durante aquellos mismos años. Sin embargo, a comienzos de los años setenta incluso una instalación tan novedosa como ésta empezó a quedarse obsoleta. Debido a ello, mientras la producción se iba trasladando a las nuevas líneas de ensamblaje instaladas en Miriafiori, la fábrica de Lingotto fue quedando cada vez más vacía.
Es más, finalmente tuvo que cerrar sus puertas en 1982 tras montar las primeras unidades del Lancia Delta. Y es que, al fin y al cabo, en sus salas no se podían instalar los nuevos y enormes robots. Los cuales pasarían a dominar las cadenas de montaje hasta nuestros días.
Llegados a este punto, en Fiat tuvieron la feliz idea de mantener Lingotto en buen estado de conservación. De hecho, en ella se suceden hoy en día desde espacios de ocio hasta otros dedicados a la memoria industrial del lugar. Una feliz celebración de la que fuera la factoría automovilística más importante de Europa. Definida por Le Corbusier como “un edificio situado bajo un circuito”.
Imágenes: FCA Heritage