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Comprar un clasico: comedia dramática dos actos

Segundo día

Salimos hacia Taradell, un pequeño pueblo cerca de Vic, donde vamos a ver un Mercedes 280 CE de 1973, excelente coupé derivado de la berlina W114, seis cilindros en linea de doble árbol de levas en cabeza, 2,8 litros inyección electrónica (presentado en 1969 como 250 CE) y 185 CV, tonelada y media de sólido metal germánico; 11.518 ejemplares construidos y mucha clase. Piden alrededor un millón. Bueno, al límite del presupuesto, pero el vendedor ha dicho que me conocía y que estaría encantado de saludarme.

Nos recibe Francesc Garay, un tipo simpático, verdadero aficionado a los coches antiguos y -uno más- socio del CMCB. A ese paso conoceremos los 1.997 socios restantes. El Mercedes espera fuera cuando llegamos a la avenida Guaitallops. Lindo auto, azul metalizado, matrícula de Burgos letra J, 68.000 km encima -no sabemos cuantas vueltas habrá dado- y un bonito aspecto; restaurado hace 3 o 4 años, procedente de subasta.

La pintura muestra unos puntitos, “falta simunizar”, dice Francesc. ¿Podemos probarlo? ¡Desde luego! Asientos de cuero, cambio manual, techo deslizante, un precioso coche. En marcha: escupe la segunda “los sincros de 2ª y 4ª están fotuts” pero no supone mayor problema para circular. Ruidos de dirección “son las juntas de goma, que hay que cambiar” Bueno…

Pie de foto
No estaba mal, pero había unas cuantas cosas que hacerle

Algunas curvas tomadas con cierta alegría y Francesc se pone lívido. “Oye, que esta carretera patina”. Tranquilo, el coche se tiene impecablemente, acelera muy bien, respira salud por sus seis cilindros. Francesc debe deshacerse de él porque tiene en proyecto restaurar un Citroën B-14 “como el que tenía mi padre”, y no le cabe toda la flota en el garaje. Rápido conciliábulo, nos esperan en Barcelona dentro de una hora. El coche está bien pero aunque sea un precio ajustado habrá que invertir en él una cantidad que puede ser cualquier cosa menos simbólica, y eso ya convertiría a Ramon en un esclavo de la estrella de tres puntas. De todas maneras, ha valido la pena venir hasta aquí. Cuando seamos mayores nos compraremos un Mercedes, vaya que sí.

La siguiente cita es para ver un Renault Fuego en Automóviles Feno, calle Gavà, continuación de la carretera de la Bordeta. Tiene 133.000 km y un sólo propietario, B-FC, modelo GTX (como todos los que se importaron en España) con motor 2 litros de 109 CV, tracción delantera, caja de cinco marchas. Data de 1981, o sea que son 20 años, cómo pasa el tiempo. Llantas, elevalunas eléctrico, radiocasete, cierre centralizado, modelo de diseño de la pasada década y carne de purgatorio; también es de un horrible color oro metalizado, retrovisor no original, toques en la chapa, parachoques que han envejecido mal y agrietados, y no tiene batería, hay que hacer un puente con un par de cables.

Parece haber estado parado mucho tiempo, y a pesar de las gomas mal desgastadas anda realmente bien, fino, silencioso… Piden 295.000 pesetas por él, precio a todas luces razonable, pero Ramón aspira a algo más que un R-18 disfrazado de deportivo. Descartado.

Pie de foto
Tampoco tuvimos la suerte de catar este Capri de ocasión

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Tercer día

Hoy estamos en Auto Fira de Catalunya, en Sant Joan Despí, al lado de TV3; la semana pasada nos dimos una vuelta táctica en plan incursión y en los días previos hemos concertado un par de citas. La primera es para probar un fastuoso Ford Capri 2.8i azul oscuro, matrícula B-EV, de 1981, 99.000 km, 700.000 pesetas, parece razonable. Motor V6 con inyección mecánica, 160 CV, suspensión delantera independiente y eje rígido atrás. Cuatro plazas, un práctico portón trasero y esta línea inconfundible que le ha ganado adeptos en todo el mundo. El modelo se presentó en 1978 y la versión 2.8i llegó en 1981.

Me acuerdo de los sabios consejos de Alberto Ferreras, del Club Capri, para inspeccionar el modelo. Efectivamente, hay un agujero considerable en el hueco de la radio (la de origen era muy pequeña), lo cual indica manoseo de cables eléctricos y por consiguiente riesgo de problemas. También es del primer propietario y se ve muy entero, sin trazas de golpes, ni corrosión, con la rueda de recambio impecable… Veremos cómo se desenvuelve por autopista y carretera.

El señor, auténtico retrato en vivo del vendedor de coches de ocasión -cadena de oro, grueso anillo, gafas de sol, tupé tintado, tintineante nomeolvides en la muñeca y logorrea aguda-, es tajante: “No se puede probar porque no tiene seguro” Ah… ¿no? “¿Qué quieres? ¿que tenga un seguro para todos?” y va en busca del papelamen para demostrarnos no sé que. Ya, pero comprenderá que sin catarlo no vamos a arriesgarnos… “Es que, valga la rendundacia, yo soy un profesional y garantizo que el coche está bien”. Vale. “Podéis dar una vuelta por el recinto y ya lo habréis probado, je, je”. Si, en 1ª y a 10 km/h entre mirones y vendedores, la prueba definitiva para saber si un coche nos convence o no. Ramon lo tiene muy claro: si no lo prueba, nanay. Pues nanay… Hala, passi-ho bé (buenos días).

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Es posible que escondiese una (o varias) desagradables sorpresas

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Lo siguiente es un Triumph TR7 en Autos Vilalta. Lo habíamos visto un par de semanas atrás, Ramon preguntó y el vendedor le dijo que sí, que estaba muy bien pero solo tenía un pequeño problema. “Es que no arranca”. Ya. Los buenos oficios del equipo de publicidad de una célebre revista en Barcelona obran maravillas. El sábado por la mañana está el TR7 recién lavado y con una batería con más energía que una central hidroelétrica. “Sí, sí, ningún problema, podéis probarlo”, nos dan las llaves. Y nos vamos. El coche es gris metalizado -aunque no es su pintura original- y con techo deslizante de lona, un argumento a favor para el verano pero malo para dejarlo en la calle.

Presentado en 1975, el TR7 no fue nunca un éxito de ventas. Llevaba un 4 cilindros 2 litros de 106 CV alimentado por dos carburadores, y un conservador eje rígido atrás bajo una carrocería moderna que nunca logró sustituir con éxito los TR previos, demasiado pensado para el mercado americano. Caja de 5 marchas y 177 km/h. Anodino, pero con el extraño encanto de la mediocridad. Cesó su producción en 1983 y los pocos que llegaron a España vagan como almas en pena de un dueño a otro. Por el glamour de la difícil estética de los 70 y sus faros retráctiles piden 700.000 pesetas.

Matrícula OR-K, un poco baqueteado pero anda bien. Vamos a hacer Santa Creu d’Olorde para ver qué tal. Suena el motor ¿válvulas? a partir de 5.000 rpm, se ahoga en aceleraciones fuertes, falto de puesta a punto. La dirección transmite algún traqueteo al pisar el pedal de freno. Agradable de conducir aunque no muy cómodo, los asientos están desfondados. A coche parado tiene rincones llenos de óxido, producto de un diseño poco afortunado que retiene el agua y de la proverbial calidad de construcción inglesa de finales de los setenta.

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Pie de foto
El último de la fila: Triumph TR7

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En la terminología británica es un coche basically sound. Tal vez no es necesario estar básicamente sonado para comprarlo pero pide unas sesiones de taller que vaya… no logramos llegar a Vallvidrera sin detenernos por pura precaución ante el alarmante cante de frenos, pastillas al borde de un ataque de asma. Fin de la tercera parte. Fin del segundo acto.

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Epílogo

“No hay color: ya estoy decidido, te puedes imaginar, me lo he quedado. Mañana la verás” El mensaje de Ramon no ofrecía dudas: ya tenía el vehículo de sus sueños. Pero ¿cuál? Al día siguiente oigo llegar un coche que se detiene ante mi puerta y escucho un repertorio de soplidos, silbidos y rumores de inconfundible naturaleza hidroneumática. Suena el timbre.

Y ahí está, radiante, mi socio con su diosa mecánica bichevronada. “Toda mi vida he soñado con tener este coche. Debería haberme decidido ya el primer día y no habrías tenido que meterte en el lío ese de probar coches cada sábado. Lo tenía muy claro, vaya, desde el día en que la vi…”

Sí, pero… ¿cómo habría escrito yo este artículo? Telón.

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Escrito por Manuel Garriga

Manuel Garriga (Sabadell, 1963), periodista del motor especializado en historia, lleva veinticinco años en la profesión escribiendo artículos y reportajes para diversas revistas y periódicos, y ejerciendo de corresponsal de varios medios extranjeros. Autor y traductor de una decena de libros sobre esta temática, ha realizado colecciones de fascículos, ha trabajado en la radio, el cine y la publicidad, y acaba de estrenar Operació Impala, su primer documental, como director. Tras haber dirigido durante casi tres años la revista Motos de Ayer vuelve a escribir regularmente para Motor Clásico, donde empezó su carrera, y continua colaborando en el diario El País mientras prepara nuevos proyectos dentro del ámbito audiovisual.

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