Vista en perspectiva, la industria del automóvil no es estanca respecto a otros ámbitos del transporte. De esta manera, las influencias aportadas por la náutica o la aeronáutica son verdaderamente reseñables. Por ejemplo, el uso de la fibra de la vidrio en las carrocerías a partir de los años cincuenta vino precedido por su utilización en los cascos de las embarcaciones deportivas. De hecho, quienes construyeron el Glasspar G2 habían acumulado una gran experiencia con este material gracias a producir pequeños veleros en California. Además, resulta imposible olvidar la influencia de las transatlánticos en Vincenzo Lancia y la génesis del Lambda.
A la sazón, el primer automóvil con chasis monocasco producido en serie. Asimismo, el llamado Efecto Suelo resulta de aplicar el Efecto Venturi a los monoplazas de F1. Eso sí, justo en el sentido contrario al buscado en la aeronáutica. Ya que en la categoría reina del automovilismo sirvió para hallar más adherencia en vez de salir volando. Igualmente, los turbocompresores llegaron al automovilismo tras haberse utilizado en aviones de guerra. Aquellos que, según ganaban altura, perdían efectividad en su combustión debido a la progresiva disminución del oxígeno en la atmósfera.
Por otro lado, tampoco podemos olvidar la aplicación de la inyección directa en los Mercedes 300 SL tras haber sido desarrollada en los cazas de la Luftwaffe. Así las cosas, incluso el automóvil actual más prosaico debe no pocos de sus elementos a los vehículos marítimos y aéreos. Además, incluso en el mercado actual existen marcas claramente unidas al ámbito aeronáutico. En este sentido, no podemos obviar la fabricación de motores de avión por parte de Rolls-Royce. Algo que, en décadas pasadas, incluso llegó a hacer Alfa Romeo. No obstante, si queremos encontrar un ejemplo realmente interesante destaca la historia de Maybach.
Y no, no vamos a hablar del uso actual de la marca. Lejos de ello, remontaremos el calendario hasta situarnos en 1907. Año en el que, tras haber sido un destacado ingeniero en Daimler, Wilhem Maybach decidió crear su propia empresa de motores. Eso sí, éstos ibán claramente enfocados al uso aeronáutico. De hecho, su taller se convirtió casi de inmediato en el proveedor mecánico preferido por Zeppelin. La famosa empresa de dirigibles aéreos que, con hazañas como el vuelo polar de 1930, logró inscribir su nombre entre las referencias más afamadas de la exploración y el transporte.
Llegados a este punto, incluso desarrolló motores con seis cilindros para los biplanos alemanes de la Primera Guerra Mundial. Debido a ello, sus actividades mermaron bastante en base al cumplimiento del Tratado de Versalles. Sin embargo, a mediados de la década Maybach había recuperado músculo gracias a vender motores no sólo a Zeppelin, sino también al ejército estadounidense. Así las cosas, hacia 1925 aparecieron sus primeros ingenios con 12 cilindros. Responsables de motorizar a los icónicos dirigibles LZ Graf Zeppelin con unidades que llegaron hasta los 570 CV.
MAYBACH DS8 ZEPPELIN DS8, DE LOS CIELOS A LA TIERRA
Más allá de los motores para Zeppelin, Maybach lanzó durante los años veinte algunos automóviles en serie corta. No obstante, fue en 1929 cuando al fin dio un verdadero golpe encima de la mesa al presentar su primer modelo con 12 cilindros. Obviamente, derivado en su mecánica de la montada en los dirigibles con los que ya paseaba su nombre por medio mundo. Además, en 1931 finalmente remató aquel asalto al automovilismo de lujo con la presentación del DS8 Zeppelin. Un diseño que, desde su propio nombre, establecía evidentes conexiones con las mecánicas V12 pensadas para los cielos.
Eso sí, en el caso del DS8 la potencia quedaba en 149 CV entregados a tan sólo 3200 revoluciones por minuto. Todo ello gracias a su generosa cilindrada con 7922 centímetros cúbicos. Capaz de llevar a este pesado modelo con casi tres toneladas -dependiendo de la carrocería- hasta los 170 kilómetros por hora. Cifras más que respetables para el momento. Haciendo del Maybach un rival digno para los Rolls-Royce, Hispano-Suiza e Isotta Fraschini del momento. No obstante, más allá de la calidad de sus motores el DS8 Zeppelin encontraba su mejor carta de presentación en el cambio.
Y es que, lejos de ser manual, éste garantizaba toda la suavidad de los automáticos. En base a ello, el embrague sólo se utilizaba al poner el coche en marcha, estacionar o dar marcha atrás. Gracias a ello, aquellas complejas operaciones tan propias de la época -basadas en el doble embrague o ciertos toques de acelerador en el momento oportuno- pasaban a la historia gracias a la sincronización automática. De hecho, el sistema se controlaba con dos pequeñas palancas instaladas en el propio volante junto a algunas breves operaciones con el acelerador. En suma, aquel Maybach fue, sin duda, uno de los mejores automóviles de lujo durante los años treinta.
Fotografías: RM Sotheby’s
P.D Esta unidad roadster fue ampliamente reconstruida tras la Segunda Guerra Mundial. Además, como era normal en este tipo de vehículos, cada unidad era carrozada de forma individualizada por diferentes carroceros.