Una de las cuestiones más positivas en la historia de Fiat ha sido su forma de colaborar con preparadores y carroceros independientes del norte de Italia. Así las cosas, hasta bien entrados los años setenta el gigante turinés proporcionó bastidores y mecánicas a todo tipo de talleres a fin de crear versiones únicas, exclusivas y, muy especialmente, deportivas.
Asimismo, Fiat se involucró muchas veces con la comercialización de aquellos modelos poniendo a disposición su propia red de concesionarios. Algo ocurrido en el caso de Moretti -la cual creó incluso una interesante variante “targa” del 128– pero también de otras firmas colaboradoras.
En suma, una amplia red productiva con base Fiat en la cual se conformaron algunos de los vehículos italianos más seductores de la historia.
No obstante, según se fue entrando en la década de los años setenta la fabricación a gran escala fue haciendo cada vez menos posible esta forma de hacer las cosas. De hecho, mientras muchos carroceros cerraban sus puertas otros eran absorbidos por grandes marcas. Es más, aquello mismo ocurrió con diversos preparadores deportivos.
Llegados a este punto, mientras en Francia Renault se hacía con el control directo de Alpine y Gordini, en Italia Fiat compraba Abarth durante el verano de 1971. Un hecho trascendental para la deportividad transalpina, pues ésta pasaba a formar el grueso del departamento de competición de Fiat, llegando a coordinar la gestación de modelos como el LC2. Un espectacular diseño al asalto de Le Mans con piezas de Lancia y Ferrari entre otras.
Eso sí, aquella dedicación a las carreras y proyectos experimentales desdibujó la presencia de Abarth en relación a los automóviles de serie. Todo ello, claro está, con el permiso de modelos como el Autobianchi A112 preparado por la casa del escorpión la cual, a la postre, se presentaba dentro de Fiat como una especie de gama deportiva tal y como en BMW pueda ser todo lo relativo a las series M.
ABARTH 1300, EL ÚLTIMO CREADO DE FORMA INDEPENDIENTE
Uno de los hechos más llamativos en la trayectoria de Abarth como preparador independiente fue su habilidad para llevar a sus máxima posibilidades piezas muy sencillas. Piezas, de hecho, recurrentes en todos y cada uno de los utilitarios Fiat más fabricados y vendidos de su época.
Dicho esto, resulta interesante comprobar cómo bajo el aspecto radical del Abarth 1300 se esconde un sencillo 850. Eso sí, tan sumamente alterado que ya poca relación guarda con el diseño de fábrica. Para empezar, la carrocería de Francis Lombardi dejaba clara la distancia con el modelo del cual tomaba la base.
De hecho, del mismo sólo se conservan los faros traseros, siendo todo lo demás un curioso ejercicio de diseño donde la transición a la cuña -ya emprendida por Bertone o Pininfarina– convivía con una trasera cortada en estilo “kammback”. En suma, todo un ejercicio aerodinámico al servicio del desempeño deportivo junto a un peso lo más contenido posible.
Respecto a la mecánica, aquí se prescinde del bloque del 850 -al cual Carlo Abarth ya había ampliado en otros diseños hasta los 903 centímetros cúbicos- para instalar el del 124 S perforado aquí hasta los 1.280 centímetros cúbicos. Todo ello para acariciar los en torno a 80 CV que, dado el tamaño y peso del conjunto, se nos antojan suficientes de cara a entregar sensaciones fuertes en carreteras de montaña.
Algo muy al hilo de Abarth pues, no se nos olvide, ésta se movía a las mil maravillas en el terreno de las carreras en cuesta. Eso sí, tras fabricar muy pocas unidades -resulta complejo establecer una cifra exacta dada la disparidad de lo indicado por diferentes fuentes- el Abarth 1300 Scorpion dio su adiós al mercado paralizado por la compra de la marca.
Y es que, al contrario de lo vivido hoy en día, a comienzos de los setenta Fiat no parecía estar especialmente ilusionada por potenciar comercialmente a los modelos con el emblema del escorpión. Sea como fuese, lo cierto es que éste fue el último Abarth creado de forma independiente.
Imágenes: Bonhams