Aunque la Guerra Civil acabó en 1939, lo cierto es que las dificultades económicas para España no cesaron en aquel momento. Lejos de ello, y más allá de la indudable destrucción tanto humana como industrial, la situación internacional puso las cosas aún más difíciles. No en vano, tan sólo unos meses después de haber cesado la contienda civil se inició en Europa la Segunda Guerra Mundial. De esta manera, los ya de por sí precarios suministros relacionados con el combustible fósil se vieron seriamente comprometidos. En primer lugar por una cuestión geoestratégica, y en segundo por otra relacionada con las alianzas bélicas.
Así las cosas, respecto a la primera cuestión todo tenía que ver con los submarinos. O, realmente, con los daños causados por estos. Llegados a este punto, no cuesta entender el pánico desatado en los mares por la marina nazi, responsable de asediar al tráfico marítimo relativo al ámbito anglosajón. Aquel mismo que, gracias al dominio de las petroleras texanas y londinenses, resultaba absolutamente primordial de cara a suministrar gasolina al parque móvil español. Además, en este sentido un giro hacia la Alemania nazi como fuente de combustible resultaba quimérico.
No en vano, la invasión de la URSS por parte de Hitler encalló en el asedio de Stalingrado. Lugar por el cual se debía atravesar de cara a conquistar los pozos petrolíferos de Bakú. Uno de los mayores baluartes energéticos para la Rusia soviética. Con todo ello, la situación de España resultaba realmente complicada. De hecho, se basó en moverse a través de una fina línea. Una fina línea donde, a pesar de dar evidentes apoyos a las tropas nazis, seguía conservando relaciones con el capital anglosajón.
Debido a ello, todos los movimientos comerciales de España en relación a los combustibles fósiles debían ser comunicados tanto a Alemania como a las embajadas aliadas. Una extraña convivencia que, durante la Segunda Guerra Mundial, convirtió a Madrid en un verdadero nido de espías. De hecho, según la participación de Estados Unidos en la contienda mundial fue creciendo -al ritmo con el cual Franco se distanciaba nominalmente de Hitler vislumbrando su derrota y el posterior escenario de Guerra Fría- este país controlaba aún más los puertos españoles.
Es más, destaca cómo en 1942, y durante casi cuatro meses, el suministro de combustibles desde los Estados Unidos se paralizó por parte de la Oil Mission. Un despacho conjunto donde funcionarios americanos y españoles gestionaban las compras a The Texas Company, Atlantic, Solar, Boler y Gulf entre otras. Incluso, debido a la relativa indefinición de Franco durante la Segunda Guerra Mundial y en aras de guardar aún más las apariencias, Estados Unidos siguió vendiendo petróleo a España pero a través de puertos situados en países caribeños.
Un entramado de pistas falsas que, aun con todo, no podía ocultar lo evidente. Y es que Estados Unidos le estaba vendiendo combustibles a un régimen cercano al nazismo en previsión de la futura Guerra Fría. Todo ello mientras, vislumbrando ese mismo escenario, Franco intentaba reposicionarse ante la más que previsible derrota de Hitler. Sin duda, una historia de supervivencia política donde el cinismo se impuso como la regla a seguir. Eso sí, el gobierno estadounidense fue más precavido de lo que se podría esperar.
De esta manera calculó sus exportaciones a fin de dejar a la España franquista con sus reservas bajo mínimos. Algo que de hecho consiguió. Es más, en 1943 -y en respuesta a un impuesto sobre las exportaciones de wolframio- Estados Unidos duplicó con nuevas tasas el precio de los combustibles vendidos a España. Obviamente, todo aquello puso aún más contra las cuerdas a la ya de por sí delicada economía de la posguerra.
SE CREA LA COMISARÍA DE COMBUSTIBLE
Azuzada en lo político por las políticas autárquicas de los falangistas mientras que, en lo logístico, penaba la destrucción de infraestructuras producida durante los tres años de guerra civil. Así las cosas, la situación social resultaba desoladora. Con los marcadores económicos en horas bajas, el consumo seriamente restringido y, además, un fuerte aislamiento internacional. En fin, eran los años de las cartillas de racionamiento y, en lo relativo al transporte, el racionamiento de combustible. De hecho, ya en el temprano 8 de junio de 1940 se había creado la Comisaría de Carburantes.
Uno de los entes básicos para entender el proceso antes descrito, responsable de controlar oficialmente todo lo relativo a la gasolina. Debido a ello, durante los años cuarenta no costó encontrar el rastro a no pocas empresas relacionadas con el gasógeno. Una tecnología basada en el reaprovechamiento de los gases de escape para, en la medida de lo posible, reducir el consumo de combustible con unas escuetas adaptaciones mecánicas. Es más, la historia de no pocos empresarios de éxito se baso en ello. Como muestra, ahí están los días de Pere Permanyer antes de fundar Montesa junto a Xavier Bultó.
Además, debido a la escasez de combustibles fósiles incluso surgieron empresas como Vehículos Autarquía S.A. Una interesante iniciativa relacionada con los vehículos industriales con propulsión eléctrica. Todo ello sin olvidar las primeras actividades de Eduardo Barreiros. Centradas en la conversión de motores de gasolina a diésel. En fin, una panoplia de ideas nacidas de la necesidad que, poco a poco, seguramente iremos desgranando en próximos artículos.