Si nos acercamos al automovilismo desde la óptica de la afición es lógico prestar una gran atención a los deportivos. Sin embargo, ampliando el foco al puro registro enciclopédico e histórico resulta del todo necesario recordar aquellos modelos basados en la practicidad y la economía.
Es más, siendo el automóvil uno de los objetos de consumo con más impacto durante el siglo XX el ahorro de combustible y la modestia en el precio se alzan como dos de las cualidades esenciales en el sentido de su democratización.
Una liga donde Ford siempre ha jugado de manera excelente, siendo responsable de acercar el transporte privado a las clases populares con modelos tan variopintos como el Model T o el Fiesta. Dos ejemplos representativos sobre el concepto “coche global” y, por tanto, capaces de penetrar con éxito en mercados realmente dispares gracias a su diseño práctico en conjunción con una fabricación capaz de radicarse en casi cualquier país.
Un carácter que, en el caso del Fiesta, resulta realmente visible no sólo por su propio concepto -más en concreto cuando hablamos de sus versiones más básicas– sino también por el propio contexto histórico para el cual la marca lo diseñó; algo cuyo arranque situamos en la España de mediados de los años setenta.
LA PRIMERA RAZÓN PARA LA ECONOMÍA DEL FORD FIESTA
En 1973 estalló la Crisis del Petróleo. Un momento disruptivo en la historia del transporte debido no sólo a la escasez -y por tanto carestía– de combustibles fósiles en occidente, sino especialmente por el debate generado a raíz del mismo en la industria automovilística.
No en vano, los fabricantes -en pleno crecimiento dado el aumento exponencial del parque móvil desde finales de los años cincuenta- tomaron conciencia inmediata sobre dos cuestiones. A saber, en primer lugar la necesidad de seguir desarrollando modelos populares con los cuales motorizar a la población -algo que, en Europa, ya se había entendido muy bien desde tiempo atrás- y, sobre todo, la de dotar a los mismos con motores eficientes en su consumo.
Es más, esto incluso se notó en las gamas más potentes, llegando a aparecer versiones turbodiésel que desde la cúspides de las gamas -ahí está el Mercedes 300SD para demostrarlo- fueron empapando a las más básicas creando modelos de éxito en ventas como el Renault 9 GTD; a la sazón el “diésel para todos” más vendido en España durante 1984.
EL PAPEL DE LA GEOGRAFÍA
A la hora de desarrollar un vehículo el pliego de condiciones marca los parámetros en los cuales se habrán de mover ingenieros y diseñadores. Así las cosas del Ford para con el Fiesta dictó la necesidad de crear un vehículo de bajo coste realmente económico tanto en su fabricación como en su uso, sumando así opciones para ser un éxito de ventas en países donde las clases más populares aún estuvieran accediendo al automovilismo.
De esta manera Ford puso su miras en el sur de Europa, siendo por tanto una idea lógica el inaugurar una factoría específica para el proyecto en la costa de España. Concretamente en Almussafes, lugar en el cual la administración estatal desplegó todo tipo de facilidades económicas y logísticas -se llegó a hacer una carretera pública en previsión de aquellas instalaciones- a fin de amarrar fuerte la inversión prometida por Ford.
Con todo ello, el Ford Fiesta llegó al público en 1976 con la idea de ser un vehículo popular para mercados en desarrollo. Además, éste también se pensó para venderse muy bien en mercados consolidados a modo de segundo coche para uso urbano en el día a día. Respecto a las motorizaciones, éstas acompasaban el carácter utilitario con cilindradas modestas que abarcaron desde los 957 cc hasta los 1.117 cc y 1.298 cc durante sus primeros años.
FORD FIESTA 957 BAJA COMPRESIÓN
Llegados a este punto nadie puede dudar sobre cómo tanto por contexto como por diseño el Ford Fiesta se alzaba como uno de los vehículos más ahorrativos de su época. Es más, en el caso del mercado español esto lo llevó a ser todo un éxito de ventas logrando ser el coche más vendido tanto en 1979 como 1980.
En fin, una muestra evidente sobre cómo SEAT había de acostumbrarse a un contexto más competitivo, faltando además muy poco para que FASA la superase después de años creciendo.
Asimismo, la gama del Ford Fiesta quiso redoblar su apuesta por la economía lanzando desde el primer momento una versión con baja compresión de la variante con motor de 957 cc. Apta para funcionar con gasolina de 90 octanos -disponible en las gasolineras españolas casi a la par del lanzamiento de nuestro protagonista-, ésta rendía en torno a 40 CV con un consumo medio fijado en poco más de 6.5 litros.
Asimismo, la caja de cambios recibió unas marchas especialmente largas; perfectas para rodar tranquilo en llano aunque, evidentemente, éstas eran responsables de convertir al Ford Fiesta 957 Baja Compresión en un vehículo un tanto especial a la hora de ser llevado; digamos que había que prever con tiempo los adelantamientos. En suma, ir lo más relajado y suave posible para, a fin de cuentas, acentuar más si cabe el ahorro al cual estaba destinado este utilitario.