En 1894, Henry Ford tenía 31 años y dedicó su tiempo libre a construir un automóvil en el trastero de su casa. Terminó su Quadricycle en 1896, siete años antes de crear la empresa automovilística que lleva su apellido.
Ahora, el español Antonio Pérez fabrica en pequeña serie un Quadricycle réplica de gran fidelidad, que vende tanto a museos como a entusiastas de la marca del óvalo y aficionados en general.
La idea surgió hace una década, cuando Antonio Pérez conoció a través de la red el prototipo Quadricycle que se puede contemplar en el Ford Museum de Dearborn, en el estado nortemericano de Michigan y cerca de Detroit. De aquel lejano y único ejemplar, lo que más le llamó la atención a Antonio fue que en aquel auto inventado por Henry Ford era posible contemplar, con el motor arrancado, cómo se movían algunas de sus piezas.
Dado que a través de internet, con sólo teclear quadricycle es sencillo encontrar abundante información sobre el auto de Henry Ford, desde ahora nos centraremos en el vehículo que elabora Antonio Pérez en su taller-nave de Burgos.
Observado de frente, sólo dos elementos sobresalen en la tabla de madera de olmo, que son el timbre éléctrico que oficia de claxon y la lámpara de acetileno, encargada facilitar la visión nocturna y de que el Quadricycle sea visto en la oscuridad. Lo curioso es que tanto el faro, de la marca Solar, como el timbre, son los mismos que equipa el Quadricycle original, localizados a través de anticuarios y portales de compraventa en internet.
También sobresalen por abajo los reenvíos de la dirección, que ponen de manifiesto la calidad técnica del trabajo realizado en su tiempo libre por Henry Ford. Bien asentado sobre sus cuatro ruedas blancas de 28 pulgadas e indudable origen ciclista, el Quadricycle nos invita a desplazarnos a su zona trasera, que es donde se encuentra su motor bicilíndrico y buena parte de su implantación mecánica.
Mágica intuición
Bajo el respaldo del único asiento, se vislumbran dos depósitos de cobre, en cuyos tapones figuran con letras rojas las palabras PETROL y WATER. Y más abajo, en dos esferas de cristal se aloja el aceite que lubrica cada cilindro por depresión. Siguiendo el recorrido del tubo de cobre que baja por gravedad desde el depósito de gasolina llegamos hasta el carburador, que parece un simple tubo pero que es efectivo y que va situado al lado de las válvulas automáticas de la admisión.
Las bujías están próximas, con sus cables que llegan de la bobina, mientras que atrás se agrupan ambas culatas, el ingenioso mecanismo que abre y cierra las válvulas de escape y el no menos genial sistema que distribuye el encendido. Aún inmóvil y en silencio, el motor es de los que invitan a fijarse en cada detalle, hasta llegar a la conclusión de que Henry Ford no sólo trabajó a fondo para crearlo, sino que contaba asimismo con una prodigiosa intuición mecánica.
Eso sí, el espectáculo comenzará en cuanto Antonio abra el grifo de la gasolina y active el circuito eléctrico, busque el punto en que unos de los dos cilindros comienza a comprimir y dé con una sola mano un empujón al enorme volante motor. Al instante y a la vista, inician su movimiento repetitivo y automático los muelles de las válvulas, sus empujadores o el balancín que dirige el encendido. Y si miramos adelante, cómo se mueven las bielas y el cigüeñal mientras gira el volante motor.
Todo ello sin grandes estruendos, ya que con una relación de compresión de 3:1 sólo se escuchan los chasquidos metálicos del encendido, los bufidos de la admisión y las acompasadas explosiones amortiguadas por el silencioso de escape. Cuando el bicilíndrico de 1.050 cc está ya a su temperatura de servicio, el ralentí se queda en un increíble régimen de 50 rpm, ideal para contemplar y escuchar cada pistonada de un propulsor que tiene un diámetro de 63 mm y una carrera de 152.
Toca ahora acceder al asiento tapizado en capitoné, donde Antonio se acomoda al lado derecho. Desde ahí controla con al mano derecha el mando fijo del gas, situado abajo y a la derecha del asiento y acelera hasta un régimen mediano. La palanca del cambio de dos velocidades también está al lado derecho y basta con empujarla hacia atrás para que el Quadricycle comience a avanzar. Así de sencillo, sin necesidad de un embrague y con el piso libre de cualquier pedal.
De nuevo, la habilidad técnica de Henry Ford para idear una transmisión mediante correas de cuero y tensores. Gracias a ella, obtuvo un cambio fácil de manejar por cualquiera y que carece por completo de asperezas e incomodidades. Con la mano izquierda agarrada al pomo de la «cola de vaca» que manda la dirección, donde va asimismo el pulsador del timbre, el manejo del Quadricycle es simple y no requiere excesiva concentración… excepto si de repente tenemos que frenar.
Para detenernos por completo y con una cierta efectividad, tenemos que olvidar nuestras rutinas, pues en este vehículo hay que tirar de una brida, mientras dejamos al mínimo el mando del acelerador. Curiosamente, Henry Ford quería moverse y no pensó en la posibilidad de tener que pararse con urgencia, por lo que dejó esta función sólo bajo el control de su pie contra el suelo.
Comenzada nuevamente la marcha, llama la atención la suavidad de la dirección y su escaso radio de giro en este auto de dos metros exactos de longitud y 227 kg de peso en vacío, que compensa de forma suficiente la ausencia de marcha atrás. Por otro lado, la ligereza del vehículo hace que pase desapercibida la inexistencia de suspensión trasera, compensada con el empleo de unos neumáticos reforzados por el propio Henry Ford y por el generoso mullido de la banqueta biplaza.
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A fondo
Tras los tanteos, para irse familiarizando con este automóvil diseñado a finales del siglo XIX, llega por fin el momento de efectuar un recorrido de varios kilómetros, en el que salga a relucir la personalidad de nuestro peculiar cochecito. Iniciamos la marcha sobre un tramo asfaltado y cerrado al tráfico, donde el Quadricycle se mueve con suavidad. Al principio en una primera velocidad sobrada de fuerza, en la que se pueden llegar a alcanzar algo más de 15 km/h.
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Para pasar a la segunda marcha, sólo hay que mover la palanca del cambio hacia delante, lo que provoca de inmediato la lógica bajada de vueltas. A partir de entonces, la conducción se reduce a regular el acelerador y gobernar la “cola de vaca”. A un crucero de 25-30 km/h, el trayecto sobre asfalto discurre con un confort de marcha inesperado y sin más cuidado que controlar la dirección, ya que el motor cuenta con suficiente energía para aguantar el ritmo en las ligeras pendientes.
La ruta continúa por un camino amplio y nada parece frenar al Quadricycle, cuyas ruedas de gran diámetro se ocupan de hacer llevadera la locomoción. Eso sí, vamos levantando polvo, no hay filtro de aire y optamos por seguir campo a través. Sobre una pradera amarilleada por el verano, nuestro simpático automóvil mantiene su marcha con total naturalidad, con la precaución que reducir el paso antes de encarar los baches grandes, difíciles de digerir para la suspensión delantera.
Ya de regreso y una vez familiarizado con las peculiaridades del Quadricycle, da gusto guiar este auto a través de un tramo solitario, lejos de la agresividad y de las normas fijadas para su inmensa legión de descendientes. Y de remate, unas palabras de Antonio hacia Henry Ford:
[su_quote] «Cuanto más fui profundizando en la técnica del Quadricycle, me fui dando cuenta de la valía profesional de Henry Ford. A él le bastó con saber que existía el motor de cuatro tiempos para construirse su propio automóvil sin copiar a nadie» [/su_quote]
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La versión «Scale 3/4»
A instancias de un amigo que deseaba regalar una réplica de Quadricycle a su nieto, Antonio Pérez volvió a partir casi de cero en 2010 en su afán de crear un Quadricycle a escala ¾, es decir, que todas sus medidas fuesen inferiores en un 25%. Para ello, tuvo que fabricar de nuevo todas las piezas a dicha escala -o comprar aquellas que fueron de difusión masiva, como el timbre o el faro de acetileno, en anticuarios norteamericanos-, con la sorpresa de que las medidas de volumen eran bastante menores. Por ejemplo, el cubicaje del motor bicilíndrico decrecía hasta 415,6 centímetros cúbicos.
Curiosamente, lo más llamativo es que este motorcito a escala tiene una inesperada facilidad para subir de revoluciones. De hecho, Antonio está convencido de que el Quadricycle Scale 3/4 puede alcanzar mayor velocidad que el modelo standard.
Después de rodar a bordo del Quadricyle personal de Antonio Pérez, tuvimos ocasión de visitar su taller, en el que estaba terminando de montar uno de los motores bicilíndricos que instalará en un nuevo ejemplar. A modo de diminuta fábrica de coches, vimos en el recorrido los diferentes moldes de las piezas que forman el motor, las barras del bastidor, el cuero de las correas de transmisión; y los timbres y faros que, entre otros accesorios, todavía pueden encontrarse en los Estados Unidos.
Curiosamente, la pieza que más quebraderos de cabeza le ha hecho pasar a Antonio es la Cola de Vaca que oficia de mando de la dirección, cuya curvatura precisa es más compleja de conseguir de lo que en principio parece y que tiene un diámetro cónico.
Si alguien desea tener más información sobre este modelo, así como de la variante a escala ¾, puede ponerse en contacto con Antonio, que tiene piezas para montar más Quadricycle por encargo.
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