A mediados de los ochenta tuvo su momento de esplendor la berlina deportiva. Un tipo de automóvil que confirma aquello de que las apariencias engañan. Y es que, bajo sus carrocerías de tres volúmenes con apariencia señorial se escondían verdaderos deportivos con prestaciones sobresalientes. Prueba de ello son modelos tan icónicos como el Mercedes-Benz 190E 2.5-16 EVO II o el Alfa Romeo 155 V6 Ti DTM. Ambos vehículos extremadamente eficientes en las pistas del Campeonato Alemán de Turismos hasta comienzos de los noventa.
Además, la fiebre de las berlinas deportivas provocó sorprendentes colaboraciones entre marcas a priori lejanas. Algo que se ve a la perfección en el Lotus Omega. Transporte fetiche para las bandas de atracadores de bancos británicas, las cuales burlaban a la policía gracias a los 380CV de su motor con dos turbos Garrett. Una historia delictiva de la cual participa el Ford Sierra XR-8. No tanto por servir en huidas como por ser uno de los protagonistas más comunes en las carreras ilegales a las afueras de Johannesburgo y Ciudad del Cabo.
Resultado colateral de su propósito, pues en verdad este modelo tan sólo fabricado en Sudáfrica fue pensando para dominar en las carreras locales del Grupo 1. Aquel en el que se agruparon las competiciones de turismos modificados, en el que el Ford Sierra XR-8 hizo su aparición en 1984 con un aspecto discreto bajo el cual se esconde un motor V8 5.0 H.O de 208CV directos al eje trasero. Sin duda una de las versiones más escasas de esta berlina, debido a que sólo se ensamblaron 250 unidades destinadas al mercado local sudafricano en plena época de restricciones a su comercio internacional.
FORD SIERRA XR-8. LA ORIGINALIDAD DEL MERCADO SUDAFRICANO
Durante los ochenta la conciencia internacional respecto al régimen de segregación racial en Sudáfrica no sólo fue creciendo, sino implementándose en medidas concretas. Así las cosas, incluso los antiguos aliados del gobierno de Pretoria tomaron la vía de las sanciones y el bloqueo económico para aislar al racismo institucionalizado. En este contexto, las empresas automovilísticas que operaban en el país contaban con un escenario de importación cada vez más complejo. Situación en la que florecieron versiones ensambladas en Sudáfrica con disposiciones diferentes a las de los modelos habituales.
En ese sentido, el ejemplo más conocido de estas variantes sudafricanas es el BMW 333i e30. Montado en el país para ser vendido como producto local pero con un diseño afinado en Alemania por Alpina, la cual montó sobre el chasis de un M3 un seis cilindros en línea de 3’2 litros tomado del 733i. No obstante, la otra muestra más representativa de este fenómeno es el Ford Sierra XR-8. Un auténtico coche de competición disfrazado bajo la apariencia de una civilizada berlina. Carácter remarcado por el hecho de no contar apenas con elementos que le otorguen un aspecto algo más agresivo que a la versión básica.
Sin embargo, de ésta se distancia en no pocas cuestiones, ya que el Ford XR-8 se hizo con la idea de poder homologarlo en las carreras del Grupo 1 local. Para ello se necesitaban dos centenares de unidades, aunque por la demanda que tuvo tanto en Sudáfrica como posteriormente por coleccionistas ingleses se superó en cincuenta la cifra requerida. Todo ello con el motor Ford 5.0 H.O como protagonista. Un derivado del mítico V8 “Small Block” presentado en 1982 montado en coches tan dispares como el Mustang, el Capri, el Lincoln Mark VII o incluso el todoterreno Mercury Mountaineer.
PENSADO POR Y PARA LAS CARRERAS
Cuando se habla del concepto de berlina deportiva vienen a la cabeza grandes caballajes y prestaciones generosas. Sin embargo, este tipo de automóvil también se relaciona con una conducción agradable llegado el caso. Hecho que en modelos como el R21 Turbo Quadra se hacía más fácil gracias a la tracción total. Una placidez de la que nunca quiso hacer gala el Ford Sierra XR-8. Ya que al ser diseñado por y para las carreras pronto cobró fama de ser un coche sólo apto para manos expertas. Más aún si tenemos en cuenta la propulsión trasera y el hecho de no ir sobrado en materia de neumáticos. A pesar de montar unas llantas de quince pulgadas en vez de catorce.
Además, las suspensiones se reforzaron hasta un 50 % en el caso del eje delantero. El cual recibía el peso de este enorme motor que también necesitó cambiar la parrilla original para facilitar la instalación de un nuevo radiador y el flujo de aire hacia el carburador de cuatro cuerpos. Respecto a la transmisión, quizás ahí encuentra el Ford Sierra XR-8 su punto más débil. Aquejada por la falta de precisión propia de muchos modelos norteamericanos, su Warner T5 tomada del Mustang no otorga el nervio que se le debería suponer a un modelo así.
Sin embargo, lo cierto es que gracias a sus ocho cilindros este Ford Sierra XR-8 casi llegaba a las prestaciones del Sierra RS500 con motor dos litros Cosworth. Sin duda más ágil y nervioso, pero carente de la originalidad de esta versión sudafricana. Y eso por no hablar de su sonido bronco tan típico de los V8 americanos. Toda una sorpresa cuando ves la imagen de una sencilla berlina despidiendo el sonido de un deportivo con apetito voraz por la gasolina que, sorprendentemente, aquí tan sólo llega a unos consumos de 11 litros/100 kms yendo a a unos 120 kms/h de media. Otro dato que nos vuelve a recordar aquello de que las apariencias engañan.