Aquel día, en la apretada agenda de Karajan aparecía una nueva entrevista. Para un hombre tan sumamente mediático, citarse con periodistas era una rutina más. Suponemos que hablarían de música clásica, de la próxima grabación o del último concierto. Una entrevista sencilla, sin más. Al hilo de las preguntas acostumbradas, el periodista preguntó a Karajan por su sinfonía preferida, y este viejo zorro curtido en centenares de auditorios le dio una respuesta atípica: “mi sinfonía preferida es el sonido de un 12 cilindros Ferrari”.
Pocas veces un entrevistado te sorprende con un titular tan inesperado. Suponemos que Karajan, hastiado de una entrevista como todas las demás… decidió hacer de aquella algo diferente. En un mundo a simple vista tan encorsetado como el de la música sinfónica, que alguien tan reconocido como él diera esa contestación pudo haber sido considerado una auténtica salida de tono. En fin, a los genios hay que darles ciertas licencias… y en el caso de Karajan la respuesta no fue una excentricidad sin más.
DIRECTOR Y CONDUCTOR, PERO NO SÓLO DE ORQUESTAS
En la orquesta sinfónica tenemos la sección de metales. Ésa es precisamente la que apasionaba a Karajan; si nos referimos a los metales que van sobre ruedas claro. Este austriaco nacido en 1908, y que seguramente sea el director de orquesta más importante del siglo XX, fue todo un devoto de las dos y las cuatro ruedas. En 1928 hizo su entrada al mundo del motor con una moto, pero por todo lo alto: fue ni más ni menos que una Harley Davision. En 1934 adquirió su primer coche y, tan sólo cuatro años después, su primer bólido de competición: un BMW preparado para correr rallies.
Aunque no fue tan fácil verlo enfundado en un mono de piloto como vestido de frac dirigiendo una sinfónica, no era extraño ver a Karajan en la fábrica de la Porsche, por ejemplo. Era todo un seguidor de la marca. Que sepamos, tuvo un precioso RSK Spyder del 1959, una de las más hermosas carrocerías alemanas. Pequeño y plateado, una bala. Vibrar en los circuitos lo hizo a los mandos del 908 de 1969, un auténtico coche de competición. Y por imaginar… por imaginar nos imaginamos las diabluras que Karajan haría con su 911 RS Turbo en las curvas de los puertos de montaña austriacos.
Pero la pasión de Karajan no sólo se ceñía a la marca de Sttutgart (o al menos a una de ellas). Por su garaje pasaron un Mercedes 300 SL -el mítico “alas de gaviota”-, un Rolls Royce de 1966 -algo más “formal” para ir a las cenas de gala-, el espectacular Ford GT40, o dos de los mejores coches de rally nunca vistos: el anguloso Lancia Stratos y el rectilíneo Audi Quattro.
Sin embargo… había una marca que se llevaba su cariño más especial. Aquella que interpretaba su sinfonía favorita: Ferrari. Si te quedas escuchando en bucle al 250 GTO del siguiente vídeo y no sigues leyendo el artículo, tranquilo, te aseguro que a mí me pasaría lo mismo. Nos encantan Mahler, Wagner, Beethoven… pero hay que reconocer su mérito a Enzo Ferrari.
LA SINFONÍA DEL CAVALLINO
Enzo Ferrari solía decir: “cuando usted compra un Ferrari compra el motor, el resto se lo regalo”. Ésa es la suprema importancia que se da en la marca de Maranello a las macánicas. Y si hay un motor que defina a Ferrari… es cualquiera de sus 12 cilindros. Llevan desarrollándolos desde 1947. Los V12 Lampredi, los actuales Tipo F140… Son los motores que han propulsado a los F1 más victoriosos y a sus modelos de calle más icónicos. Y de entre toda esta leyenda viva del motor, nos quedamos -y creo que Karajan también lo haría- con los V12 Colombo. Un V12 Colombo fue el que motorizó al primer Ferrari: el 125S de 1947. O el que abruma los tímpanos bajo el capó del 250 GTO, posiblemente el Ferrari más legendario de la Historia. El sonido de estos motores es la melodía emblemática de Ferrari, su “sinfonía del cavallino”.
Karajan tuvo dos Ferrari. Justamente dos Ferrari equipados con este tipo de motor 12 cilindros. Ambos son dos iconos de la marca, aunque curiosamente ninguno fue rojo: un 275 GTB de 1966 en color azul y un 250 GT Lusso plateado, adquirido en Viena a mediados de los ’60. Ambos son tan potentes como elegantes; como potente y elegante es el sonido de una filarmónica.
Si te das cuenta, Karajan entraba en un auténtico trance al dirigir ciertos pasajes de algunas sinfonías como este Die Moldau. Pero quién sabe, quizá ahí, rodeado de músicos y espectadores sólo pensara en regresar cuanto antes a su casa, ir al garaje, abrir la puerta y lanzar su Ferrari hacia la carretera en la noche.