En 1967, el Banco Español de Crédito, conocido como Banesto, inauguró el primer autobanco de España en el Paseo de la Castellana 7, en el corazón de Madrid. Este innovador servicio permitía a los clientes realizar operaciones bancarias sin necesidad de bajarse del coche, una idea revolucionaria para la época.
El autobanco estaba equipado con un sistema de televisión de circuito cerrado que guiaba a los clientes a la ventanilla adecuada. Los clientes podían cobrar cheques, realizar depósitos y otras transacciones sencillas sin tener que abandonar su vehículo. Este servicio no solo ofrecía comodidad, sino que también simbolizaba el progreso y la modernidad de la España de los años 60 y 70.
En la descripción del sistema se hablaba de que un «cerebro electrónico» (lo que fuese eso) analizaba las necesidades del cliente y le redirigía a la ventanilla correspondiente. Dentro de las diversas ventajas, se encontraba que la entidad permitía que los clientes pudieran operar en el autobanco independientemente de la sucursal en la que tuvieran su cuenta corriente, algo que, en la época, resultaba más útil que hacer pequeñas gestiones bancarias (pues hipotecas nunca se pudieron firmar, todo sea dicho) sin bajarse del coche.
EL BANCO PARA COCHES QUE DESAPARECIÓ
La prensa especializada se hizo eco de todo el proyecto arquitectónico del banco. «Gracias a las 24 pantallas de circuito cerrado de televisión era posible cobrar un cheque en un minuto y medio desde la entrada y la salida del vehículo en el edificio«. La propuesta resultaba tan innovadora, que apareció en la película de Pedro Lazaga No desearás a la mujer del prójimo (1968). La influencia cultural estadounidense, con su énfasis en la comodidad y la conveniencia, también jugó un papel importante en la popularización de este tipo de servicios.
Además del autobanco del Banesto, otros bancos en España también implementaron este servicio durante los años 60 y 70. Por ejemplo, el Banco de Bilbao y el Banco de Vizcaya también ofrecieron autobancos en varias ciudades. Estos servicios se extendieron rápidamente debido a la creciente popularidad del automóvil y la búsqueda de comodidad y eficiencia en las transacciones bancarias.
El sistema autobanco solo se implantó en algunas sucursales y en determinadas zonas de las ciudades. No solo requería de una infraestructura más compleja que cualquier otra oficina, sino que quedó obsoleto con la aparición de las tarjetas de crédito y los cajeros automáticos que, además de poder ser utilizados por cualquier persona, tuviera automóvil o no, estaban disponibles 24 horas al día y no precisaban tener un empleado atendiéndolo. Aunque el autobanco del Banesto cerró sus puertas en los años 90, su legado perdura como un recordatorio de un tiempo en el que la innovación y la tecnología comenzaban a transformar la vida cotidiana de los españoles.
Texto: Karl Walter Klobuznik. Imágenes: No desearás a la mujer de prójimo (1968), Banesto