Miguel Sánchez
Fotografías Ford Model 18: RM Sotheby’s
Aún viviendo en un mundo cada vez más estandarizado, ciertos países siguen conservando sus respectivas tradiciones automovilísticas. En este sentido, sin duda una de las más potentes es la estadounidense. Caracterizada por los grandes chasis y cubicajes a pesar de la irrupción de los compactos en aquel mercado durante la década de los ochenta. Además, desde hace casi un siglo su identidad viene bien marcada por el dominio de los motores V8. Un tipo de mecánica sin la cual no se entiende al automovilismo norteamericano, permeando a sus gamas desde los vehículos más deportivos hasta los más calmados y familiares.
Así las cosas, resulta lógico preguntarse bajo qué coordenadas se alumbraron los primeros V8 masivos en los Estados Unidos. Aquellos que, instalados en un automóvil de gran serie, consolidaron una conducción en la que ir sobrado de potencia no tiene porqué ser sinónimo de apurar el velocímetro. Llegados a este punto, lo primero a tener en cuenta es cómo en aquel país casi todo viene regido por las leyes relativas al beneficio económico. Y es que, lejos de crearse como un mero hito tecnológico, el V8 presentado por Ford en 1932 se gestó para no sucumbir ante la competencia interpretada por Chevrolet.
Pero vayamos por partes. De esta manera, lo primero a tener en cuenta es la forma y manera en la que Henry Ford concibió la oferta de su empresa hasta finales de los años veinte. Dominada por la omnipresencia del longevo Model T, ésta se encontraba en las antípodas de una gama rica y diversa. Algo que, debido a la progresiva popularización del automóvil, resultaba cada vez más necesario. No obstante, en 1927 Ford pareció entender su necesidad de renovación al lanzar el A. Un automóvil con la virtud de ser tan robusto como versátil. Ya que, a su fiabilidad mecánica, se le sumaban múltiples estilos de carrocería desde la camioneta hasta el sedán pasando por el Speedster.
Sin embargo, dos años después Ford tuvo que enfrentarse a un cambio completo en el mercado. Para empezar, el Crack de la Bolsa rompió aquella bonanza en el consumo tan necesaria para la democratización del automovilismo. Un hecho que iba directo a la línea de flotación de los fabricantes masivos. Centrados en las grandes series y, por tanto, dependientes de las clases medias. Pero es que, además, en aquel mismo 1929 Chevrolet presentó su AC International. Dotado con un nuevo motor de seis cilindros en línea para superar así las prestaciones dadas por los modelos propulsados por mecánicas de cuatro.
Y no sólo eso. También lo hacía marcando un precio contenido. De hecho, su propio eslogan de venta hizo bandera de ello. “Un seis por el precio de cuatro”. Llegados a este punto, obviamente los beneficios de Chevrolet empezaron a crecer en la misma proporción que descendían los de Ford. Es más, mientras General Motors conseguía ganancias incluso en los tiempos más oscuros de la Gran Depresión, Ford tenía que echar mano de ahorros para poder seguir adelante. Puesto en esta tesitura, el fabricante de Michigan tenía que reaccionar rápidamente con algún tipo de novedad tan revolucionaria como rentable.
FORD MODEL 18, LA RESPUESTA LLEGA EN FORMA DE MOTOR V8
En 1931 Ford dio un lavado de cara al A hasta el punto de renombrarlo. Así nació el B. Un modelo de transición que, sin embargo, ha pasado a la historia por ser el punto de partida para el Model 18. Creado unos meses más tarde, éste era básicamente igual a su antecesor de no ser por su motor. Ni más ni menos que el primer V8 comercializado de forma masiva en los Estados Unidos, abriendo brecha para toda una tradición automovilística con casi un siglo de historia. Justo el tipo de respuesta contundente y eficaz que Ford necesitaba ante el éxito de los seis cilindros ofrecidos por Chevrolet.
Suave y potente desde bajas vueltas, el Ford Model 18 no sólo permitía una conducción sosegada con la confianza de tener fuerza incluso en subidas pronunciadas. También entregaba el brío necesario para mantener velocidades de crucero con más de 100 kilómetros por hora. Todo ello gracias a su V8 con 3.622 centímetros cúbicos y árbol de levas central, capaz de rendir 65CV a 3.800 revoluciones por minuto en las primeras versiones de 1932. Es más, gracias a ciertas mejoras en el sistema eléctrico y el encendido, de cara al año siguiente el caballaje aumentó hasta los 75CV. De hecho, las unidades de 1934 ya estaban rindiendo 85CV para forzar así el abandono de las mecánicas con cuatro cilindros montadas en el B. Mecánicas que, por un precio no muy diferente, estaban rindiendo sólo unos 50CV.
Y es que, a pesar de sus prestaciones, el V8 con el cual se equipó al Ford Model 18 resultaba bastante asequible. No en vano, en él se había logrado el alarde de fundir todo el bloque motor en una sola pieza. Algo que reducía bastante los costes de fabricación, popularizando así el uso de estos motores con ocho cilindros. Sin duda, un hito fundamental en la historia del automovilismo estadounidense. Estableciendo un camino por donde deberían correr, años después, muchos de los más potentes y musculosos deportivos nacidos al otro lado del Atlántico.
