Nos remontamos a finales de la década de los 80, una época de oro para el automovilismo en Europa, con coches claramente influenciados por las demenciales creaciones del Grupo B y una competición entre los fabricantes por ver quién fabricaba el compacto deportivo más radical.
La respuesta de los alemanes de Opel a esta guerra fue el Kadett GSI, pero para Günter Artz esto no era suficiente. Esta especie de científico loco del automóvil era conocido por sus creaciones de lo más dispares que combinaban el alto rendimiento con carrocerías que acompañasen estas características. Uno de los primeros proyectos fue un Volkswagen Type 4 con motor de Porsche 911, pero sin duda los trabajos más famosos de Artz fue el Golf MK1 con base de Porsche 928, o sus conversiones de diversos Porsche a shooting brake.
ARTZ CORDETT, UNA DE LAS CREACIONES MÁS LOCAS DE LOS OCHENTA
En 1989 Günter Artz decidió hacer otra de llevar otra de sus extravagantes ideas a cabo. Al igual que había ocurrido con los matrimonios que había forzado entre mecánicas de Porsche y carrocerías de Volkswagen la endogamia automovilística sería esta vez entre coches de General Motors, aunque cada uno procedente de distintas partes del océano Atlántico, pues se iba a unir un Chevrolet Corvette de cuarta generación con un Opel Kadett GSI.
Evidentemente hubo que hacer algunos ajustes para que todo encajase. Por muy deportivo que fuese, el Corvette tiene proporciones de coche americano, por lo que el primer paso fue alargar la carrocería del Opel, añadiendo incluso algo más de zaga a este compacto, y especialmente mucha más anchura. El Chevy terminó siendo treinta centímetros más corto que el original y ganó veinte centímetros en altura.
Bajo el capó se encontraba el consagrado motor “Small Block” V8 de Chevrolet de 5,7 litros, que en el caso del Cordett rendía 306 CV de potencia a las ruedas traseras, eso sí, unido a una caja de cambios automática, al más puro estilo americano. El frontal del Kadett se modificó para crear un capó con apertura similar a la del Corvette, además de buscar soluciones para alojar el depósito de combustible o incluir asientos traseros, que vinieron de un Porsche 944.
Al igual que con otras muchas de las creaciones de Günter Artz, solo se realizó una única unidad del descabellado Cordett, algo que tiene sentido dadas la extensa labor que había que hacer para la transformación de dos coches. Pero su descomunal precio de 240.000 marcos alemanes, más del doble de un Porsche 944 Turbo, hizo que, aunque su producción en serie se hubiese llevado a cabo, muy pocos podrían pagar o habrían estado dispuestos a hacer semejante desembolso por este molón Frankenstein de la carretera.
Gracias a Benni de @PetrolPunx de Instagram por las fotos y la información para escribir este artículo.