Lo reconozco, a veces me dedico a buscar los juguetes de mi niñez en internet, normalmente sólo por mera curiosidad, pero, en ocasiones, también con la idea de ver si puedo comprarlos. En este segundo grupo estaba el recordado Auto-Cross, el pequeño tablero con volante al que jugué horas y horas en casa de un amigo del pueblo. Así que, hace un tiempo decidí ponerme una alerta en Wallapop que me avisara cuando saliera alguno a la venta para trata de hacerme con él.
Antes de seguir con mis peripecias, repasemos brevemente la historia del Auto-Cross, juguete lanzado por Congost nada menos que en 1975. Se trataba de un tablero con un circuito de habilidad con coches, que debíamos guiar a través de un volante. Además, incluía una llave para arrancarlo con dos posiciones -más y menos batería- y un cambio de marchas de cuatro velocidades. El mecanismo era muy sencillo, con un pequeño imán montado en un brazo móvil que gira continuamente, con el coche -que a su vez tiene otro imán debajo- pegado al tablero.
Más adelante, aparecieron nuevas versiones del Auto-Cross, aunque el funcionamiento no cambió. En el año 1987, y ya bajo marca Falomir juegos, llegó el Auto-Cross Turbo, con nuevo diseño, cinco velocidades e incluso indicadores de velocidad y revoluciones por minuto. Una virguería, vamos. El tablero se simplificó un tanto, al igual que la gasolinera central, que ahora incluía un aparcamiento. Dos años después, bajo marca Mattel, se lanzó el Auto-cross TDR 16v, con un nuevo diseño más tipo circuito y marcadores digitales. Existió una versión moto lanzada por Congost o las de Fórmula 1 y Spiderman creadas por Falomir.
A LA BÚSQUEDA DE MI AUTO-CROSS
Como ya os he adelantado, puse una alerta en Wallapop para ir viendo los Auto-Cross que salían a la venta y creedme si os digo que aparecieron más de los que pensaba. Lamentablemente, su precio de salida, unos más que razonables 30 euros, respondía a que no funcionaba. Hasta cuatro y cinco veces apareciendo ejemplares a la venta por un precio similar, pero siempre estropeados. En mi caso, no tenía sentido comprar un juguete roto, así que seguí esperando.
Hasta que apareció. Un Auto-Cross Turbo -me daba igual la versión, siempre que fuera de coches- en perfecto estado de revista, con su caja casi nueva y, sobre todo, que funcionaba perfectamente. En este caso, el problema era el precio, pues pedían ¡75 euros! Me había puesto a mí mismo un límite de 50 euros, así que debería haberlo descartado y seguir esperando a que saliera otro, pero no pude.
Al final, me calenté y tras negociar infructuosamente una rebaja de precio, me lo quedé. “Pon que está reservado”, apremié al vendedor, temeroso de que apareciese algún comprador a levantarme el que ya consideraba mi Auto-Cross. Acordado el envío, esperé nervioso a que me confirmara que lo había mandado. No es la primera vez que después de cerrar una venta aparece otro interesado que ofrece más dinero y me quedo con un palmo de narices.
VUELVO A MI NIÑEZ
Tengo que reconocer que sentí un pellizco en el estómago cuando vi a cartero de Correos por la pantalla del telefonillo con el paquete. Allí llegaba mi Auto-Cross Turbo. Además, como el comprador me había informado de que las pilas estaban a punto de agotarse, ya tenía otras preparadas para sustituirlas, Tipo D, de las “gordas” que hemos dicho toda la vida.
Tras despedir al cartero, al que estuve tentado hasta de dar propina, despejé la mesa del comedor y desembalé el juego. La caja era más grande de lo que pensaba, aunque no pesaba demasiado. La abrí con todo el cuidado del mundo y saqué el Auto-Cross Turbo con sus dos coches -blanco y amarillo- en perfecto estado de revista. Mientras hacía fotos para este artículo, disfruté del detallado tablero, la instrumentación, ya mucho más moderna que en el original y, cómo no, me dispuse a jugar.
Girando la llave de contacto, se pone en marcha el juego, al que no cuesta volver a cogerle el hilo. Poco a poco, me fui animando, subiendo marchas y disfrutando de los dos relojes que suben de velocidad y revoluciones al unísono. No me extraña que nos volviera locos de pequeños. Y así acabé echando la mañana, gira para un lado, para otro, intentando pasar por los túneles, parando a “repostar” y, sobre todo, olvidándome del mundo por un rato. “¿Sabes que llevas hora y media jugando al Auto-Cross?”, me sacó del trance mi chica…
Qué rápido pasa tiempo cuando uno lo está pasando bien. Especialmente con un juguete que te transporta a la infancia, a un momento en el que tu mayor problema era esperar un día entero a ver un nuevo capítulo de El Coche Fantástico o que se te había vuelto a pinchar la bici. Una época feliz a la que he vuelto gracias a mi Auto-Cross Turbo, al que, por cierto, no he parado de jugar en todo el fin de semana.