Recuerdo siendo niño una cena en mi casa con invitados en los primeros años 60. En el transcurso de la misma, una “señora bien” dijo algo así como “no sé para qué quieren los pobres tener coche si apenas pueden mantenerlos”. Dicho comentario hacía referencia a que, gracias al SEAT 600, empezaba a ser difícil encontrar aparcamiento en Barcelona que es donde vivíamos, y conste que “dificultad” en esos años consistía en no poder aparcar en la puerta del lugar al que se iba. Además, cabía suponer que en esa época los “pobres con coche” eran todos ellos integrantes de la clase media y media alta que eran los que en esos momentos podían permitirse adquirir el citado automóvil.
Esta historia, absolutamente real, nos parece hoy sacada de una película de Berlanga. Lamentablemente, no es preciso retroceder 60 años para ver algo parecido porque, sobre todo a partir de enero de 2023, han aumentado obligatoriamente en muchas ciudades las llamabas ZBE (Zonas de Bajas Emisiones), eufemismo por el que se prohibirá la entrada a los vehículos y furgonetas de cierta edad.
Todo con el pretexto -falso- de que son contaminantes -antes se decía “más contaminantes” y ahora se dice simplemente “contaminantes”- algo que sorprende cuando uno creía que eso de más o menos contaminante se controlaba en las ITV. Y yo me pregunto: ¿para qué sirve entonces la ITV en este aspecto?
Es indudable que hay que ir disminuyendo las emisiones de CO2 estrictamente ligadas al consumo de hidrocarburos, pero ¿quién emite más CO2, un Renault Clio o un SUV grande? ¿Quién emite más NOx, un Citroën 2CV o cualquier coche diésel? Porque las emisiones de NOx del 2CV son cero y, si esto es así, ¿por qué se han tomado estas medidas en toda Europa sin apenas discusión, siendo los llamados “progresistas” los más activos en este aspecto?
EL ENEMIGO EN CASA
Conviene recordar que, desde la crisis de 2008, esa asociación de coche antiguo igual a coche contaminante fue una idea lanzada por los propios fabricantes de automóviles como una manera de forzar el incremento de las ventas. Todo un absurdo, por cuanto el que va en un coche viejo es porque no puede comprarse uno nuevo. En parte a raíz de ello y desde hace ya varios años, se está instalando una autofobia no confesada pero más que evidente. Ese odio al automóvil con cualquier pretexto se manifiesta como un dogma tal y como corresponde a todas las religiones integristas.
El ecologismo, que debería ser una ciencia, porque realmente lo es, ha pasado a ser una religión con unos gurús que se atribuyen el derecho a señalar a fieles e infieles. Con las disposiciones de las ZBE, resulta que los infieles son los que no pueden cambiar de vehículo, pero como bien decía la señora del principio de este artículo, ¿para qué quieren los pobres tener coche?
Tenemos paradojas tan chocantes como la de que quien se compra un coche eléctrico tiene una subvención estatal de varios miles de euros si no estoy mal informado, además de un IVA reducido. Sin esas ayudas y descuentos, los coches eléctricos más asequibles estarían en torno a los treinta o cuarenta mil euros. ¿De dónde proviene el dinero de esas ayudas? Pues en parte de los impuestos de los que no tienen acceso a ellos. Dicho de otra manera, el que se compre un SEAT Ibiza base o similar está pagando con sus impuestos una parte de las subvenciones estatales dadas a un coche eléctrico premium de unos cincuenta mil o más euros. Y yo me pregunto: ¿por qué nadie dice nada? ¿Por qué nuestros rectores políticos no nos cuentan estas cosas?
LA SARTÉN POR EL MANGO
Conste que no estoy en contra del automóvil eléctrico, antes, al contrario, pero hay aún demasiadas cosas que no encajan. Por ejemplo, las mayores reservas de litio del planeta estén en China, lo que quiere decir que dicho país podría condicionar la movilidad mundial o, cuando menos, la europea. ¿Es eso lógico? ¿Qué está pasando actualmente con las decenas y decenas de miles de coches ya acabados y almacenados por los fabricantes a la espera de unos microchips que vienen de Asia?
Por otra parte, nada se hace para iniciar en serio la instalación masiva de miles de puntos de recarga. Es algo que a uno le sorprende en un país como España, en el que -según fuentes fiables- de doce a quince millones de automóviles duermen en la calle. La pregunta es ¿cómo recargarán?
Claro que, siguiendo el “razonamiento” de la señora citada al principio del artículo, esa situación tampoco será mala para todos. Porque los que puedan o podamos tener un coche eléctrico y un punto de recarga en nuestro garaje, circularemos muchísimo mejor, sobre todo por las ciudades una vez que los pobres tengan que ir a pie o en autobús. A fin de cuentas ¿para qué quieren los pobres tener coche?
SEAMOS SERIOS
¿Es todo esto un disparate? Pues sí, pero es real, y usted, querido lector, no se le ocurra criticarlo porque le acusarán de todo.
Por cierto, que, a pesar de esa contaminación atroz debida al automóvil, la esperanza de vida no deja de aumentar. Y esa esperanza de vida es más o menos la misma en grandes ciudades que en poblaciones pequeñas sin contaminación. ¿Quiere eso decir que la contaminación es indiferente? Evidentemente no, pero los problemas deben abordarse seriamente, con criterios científicos y no con criterios dogmáticos sin base, o basados en pretendidos estudios científicos encargados por entidades que piden a quien los haga el resultado que ellos desean, y por eso los pagan.
Foto de Juan Nadie de Craig Whitehead en Unsplash.