Todavía lo recuerdo claramente. Era de color rojo y aparcaba siempre frente a la puerta del bar-restaurante que había en la esquina de la calle donde, en aquellos años, vivía con mis padres. Yo era un niño, no tendría más de 10 años, pero sabía que ese coche era especial, diferente. Aquel alerón, las taloneras, esas ruedas… recuerdo igualmente ver la plaquita negra con la inscripción Mi16 en la parte trasera. Me gustaba. Siempre pensaba que cuando fuera mayor, tendría un coche así, molón; especial.
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Fantástico artículo, un ejemplo de arqueología del motor, y de amor por el mundo del automóvil, hay que reconocer el esfuerzo de gente como Carlos que recuperan vehículos para hacer realidad sueños y vivencias que hoy en día los coches actuales no tienen, me encanta ver como un coche en estado lamentable vuelve a la vida, disfruto leyendo artículos como éste, hoy en día existe muchos «expertos» que te enseñan coches y sus pantallitas pero no transmiten sensaciones y eso es la gracia de un clásico, sus limitaciones y carencias nos dan un conocimiento mayor de lo que considero uno de mis mayores placeres, conducir, enhorabuena