La conquista del poder político conlleva la posibilidad de transformar la sociedad. Sin embargo, esto no se puede hacer sin capturar antes los recursos económicos necesarios para ello. Sin un control efectivo sobre los mismos todo discurso ideológico, por hegemónico y aplaudido que sea, está abocado al cerco y la derrota. Un hecho que pone encima de la mesa la crudeza de la política, señalando la primacía de los recursos materiales por encima de las fábulas retóricas. En este sentido, quizá ningún acontecimiento histórico haya sido tan aleccionador como la Segunda Guerra Mundial.
Un trance bélico en el que millones de personas murieron y penaron de las formas más abyectas, y bajo el cual existe una tema esencial en el que pocos han reparado. Algo en cierta medida comprensible. Ya que las soflamas y los discursos encendidos eclipsan lo que cualquier historiador ha de analizar fríamente para comprender el devenir de este conflicto: el petróleo. Posiblemente el recurso más necesario para la evolución de ejércitos que emprendieron una guerra totalmente mecanizada. Desde los aviones británicos que repelieron los ataques alemanes sobre la población civil hasta los tanques nazis que violaron las fronteras de estados soberanos todo dependía del combustible fósil para poder funcionar.
Esto lo sabían los norteamericanos -seguros del abastecimiento barato proveniente del Cono Sur- y los ingleses -aún con Oriente Medio bajo su control-. Pero sobretodo lo sabía Hitler. Quien ambicionaba los campos petrolíferos del Cáucaso. Dando prioridad a la conquista de esta región frente a la de la propia capital de la Unión Soviética. Motivo por el cual se lanzó la operación Barbarroja. Una barbarie con millones de muertos bajo la bota nazi. Sólo parada por el invierno y la resistencia de Stalingrado como última puerta hacia los depósitos petrolíferos de Asia.
PEUGEOT VLV. UN ELÉCTRICO NACIDO DE LA NECESIDAD
Así las cosas, al igual que casi todo el acero se destinó al esfuerzo bélico el petróleo debía fluir desde la retaguardia hacia los combates en el frente. Un contexto duro. Donde la necesidad aguzó el ingenio para responder a la falta de combustible desarrollando coches eléctricos. Con ellos, se aseguraban servicios básicos como la sanidad o el correo. Justo la situación en la que apareció el Peugeot VLV. Primer eléctrico de Peugeot, la cual cambió aquí su sempiterno león por un rayo que indicaba la propulsión eléctrica del modelo.
Fabricado desde 1941 hasta su orden de cese por parte del Gobierno de Vichy en 1943 tras 377 unidades fabricadas, el VLV fue la respuesta a las necesidades de movilidad profesional en un ámbito urbano. Fin que se intuye desde el propio nombre de este Peugeot eléctrico, cuyas siglas resultan de “Vehícle Léger de Ville”. Vehículo ligero de ciudad. El ámbito en el que daba satisfacción a carteros y personal médico gracias a su autonomía de 80 kilómetros, velocidad máxima de 36 kms/h y 3’3CV de potencia. Todo ello posible gracias a unas baterías de plomo de 12 voltios instaladas en la parte delantera. Recargables en 10 horas mediante cualquier enchufe de la red eléctrica.
Unos datos que pueden resultar mediocres hoy en día. Pero que sin duda no lo son si nos libramos del ventajismo que da el tiempo y las observamos de forma objetiva. Como el resultado de un eléctrico improvisado sobre la marcha hace la friolera de ochenta años. Además, este biplaza pesaba tan sólo 365 kilos gracias a su fabricación en aluminio y no en acero. Una finura que no viene por refinamiento de diseño alguno, sino porque el acero era destinado de forma masiva a la producción bélica.
LA VUELTA DE LOS ELÉCTRICOS
Recientemente el Peugeot VLV ha sido rescatado del olvido por la propia marca del león. Un hecho que, como en toda gran empresa, no responde a una simple razón de azar. Para nada. Lejos de ello, esta época en la que la transición a lo eléctrico resulta la tónica dominante es pródiga en traer de vuelta modelos no sólo desconocidos para el gran público, sino incluso olvidados por los entendidos del motor. De esta forma se pretenden establecer referentes.
Hitos del pasado que, de una manera u otra, presenten como normal lo que en estos momentos está siendo revolucionario. Algo que en cierta manera cuenta con poderosas razones, ya que hasta bien entrado el siglo XX empresas como Detroit Electric fabricaron modelos eléctricos en tandas de miles con total normalidad.
Especialmente si iban destinados al ámbito de la movilidad urbana, donde el problema de la autonomía limitada por las ineficientes baterías de plomo no era un obstáculo determinante. No obstante, la facilidad de movimiento dada por un motor de combustión fue la razón crucial para la preponderancia del petróleo. Una forma de hacer las cosas que ahora, no por los nazis sino por la propia conciencia de lo finito en ciertos recursos, vuelve a estar en cuestión. En fin, lo que está claro es que nada espolea tanto el avance tecnológico como la necesidad.
Fotografías: Peugeot