A finales de la década de los sesenta en Estados Unidos se desató una guerra entre los principales fabricantes del país, una batalla por ver quién era capaz de construir el coche más potente, y a ser posible dentro de un precio asequible.
Esta nueva oleada de potentes y atractivos muscle cars emocionaron al público estadounidense, especialmente a los conductores más jóvenes, haciendo que en muchos casos asegurar uno de estos coches con una potencia superior a los 300 CV fuese misión imposible.
Aunque Plymouth ya se había iniciado en la construcción de muscle cars gracias a los potentes motores V8 Hemi de Chrysler, no sería hasta 1968 que lanzarían su coche más icónico en esta categoría, el Plymouth Roadrunner.
UN MUSCLE CAR CON EL VISTO BUENO DE WARNER BROS
Para bautizar al modelo Chrysler y Warner llegaron a un acuerdo de 50.000 dólares de la época para licenciar al Correcaminos, un personaje muy querido y que representaba a la perfección la velocidad de una manera desenfadada, una estrategia comercial perfecta.
Cabe mencionar que los dibujos animados del Coyote y el Correcaminos llevaban emitiéndose desde 1949, por lo que toda una generación que se crio con ellos tenía ahora edad para conducir y comprar su primer coche veían el Roadrunner como una cara familiar.
El Correcaminos apareció en el material publicitario y catálogos del coche, además de emplear al personaje en adhesivos y anagramas que decoraban en vehículo. También a partir de 1969 apareció el Coyote bajó el capó, con una calcomanía sobre el filtro del aire en la que se leía “Coyote Duster”.
EL TRIUNFO DE UN MUSCLE CAR ASEQUIBLE
El Roadrunner destacó por ser uno de los muscle car más asequibles del mercado, el coche compartía plataforma con los Plymouth Satellite y Belvedere, y la mecánica de acceso siendo un V8 de 6,3 litros y 335 CV de potencia.
El equipamiento de serie del coche era una caja de cambios manual de cuatro velocidades, y como extra podía equiparse con un cambio automático de tres marchas, pero la primera opción era la preferida por los que buscaban una conducción más deportiva y también la más cotizada entre los coleccionistas.
La razón por la cual el coche era tan barato era porque su equipamiento era mínimo y de lo más básico, siendo una prioridad en el Roadrunner las prestaciones frente a cualquier tipo de lujo y confort. Cierto es que el coche contaba con un listado de extras cuantioso que incluía comodidades como la dirección asistida, frenos de disco delanteros, radio AM o aire acondicionado.
También por un desembolso añadido de 714 dólares se podía equipar el motor Hemi V8 de 7 litros que desarrollaba la friolera de 425 CV, una cifra respetable incluso a día de hoy, aunque hay quienes sitúan la potencia real de este motor cerca de los 500 CV.
El coche se vendió únicamente en carrocerías de dos puertas, inicialmente como coupé y hardtop, y en 1969 se lanzó un descapotable, de los que tan solo se hicieron ese año 2.128 unidades, de las cuales solamente 10 montaron el motor Hemi de 7 litros, convirtiendo a estos coches en los Roadrunner más raros y deseados. El descapotable se dejaría de ofrecer en 1970.
También en 1969 se comenzó a ofrecer el motor de 440 pulgadas cúbicas o 7,2 litros y carburador de seis cuerpos, que desarrollaba 390 CV de potencia, con solo unos 1.400 equipando esta mecánica en su primer año en el mercado.
El éxito de ventas fue rotundo. Chrysler esperaba vender unas 20.000 unidades en 1968, pero el resultado fue de 45.000 coches, con otros 84.000 vendidos en 1969. Los problemas generados con las aseguradoras hicieron que en 1970 las ventas disminuyesen a las 41.000 unidades, algo en lo que contribuyó la aparición del Plymouth Duster, una alternativa para tener un muscle car aún más asequible y más fácil de asegurar.
Esta popularidad llevó a Dodge a ofrecer su propia versión de un coche similar al Roadrunner, al cual llamaron el Dodge Superbee.
BEEP BEEP
Los dibujos del Coyote y el Correcaminos carecían de diálogos, pero el silencio solamente se rompía cuando el pájaro se burlaba de su frustrado cazador con su característico “Beep Beep”.
Como guiño al personaje que sirvió de inspiración para el coche en Chrysler se gastaron más de 10.000 dólares para desarrollar una bocina que sonase de una manera parecida al sonido que hacía el simpático Correcaminos.
En el volante del coche se veía la cara del personaje acompañada del texto “Beep beep”, y estas bocinas se han convertido en un auténtico artículo de coleccionista. Solo podemos imaginarnos lo divertido que debía ser adelantar a otro muscle car mientras el conductor hacía sonar el claxon dos veces.
SUPERBIRD, UN CORRECAMINOS VITAMINADO
En 1969 Dodge lanzó el Dodge Daytona, un coche con una particular estética con un frontal picudo y un enorme alerón trasero. Este coche se desarrolló con el fin de triunfar en las carreras de NASCAR, un cometido que cumplió con creces.
Para 1970 Plymouth presentó el Superbird, su propia versión del coche con alerón y que se basaba en el Roadrunner. El modelo arrasó esa temporada en NASCAR, tal fue su éxito que tuvieron que cambiar las reglas para que los aventajados coches con alerón no pudieran competir.
Por motivos de homologación se tenían que construir 500 unidades de calle, pero Plymouth fabricó 1.935 unidades que costó mucho trabajo vender debido a su elevado precio.
UN COCHE CADA VEZ MENOS EMOCIONANTE
En 1971 se presenta la segunda generación del Roadrunner, con un diseño muy moderno y atractivo. Se introdujo una nueva mecánica de acceso, un V8 de 5,6 litros, mientras que la potencia del V8 de 6,3 litros disminuyó hasta los 300 CV con el fin de hacer más fácil asegurarlo. En 1972 se ofrecerían los V8 de 7 por última vez en este modelo y el motor de 7,2 litros ya no montaría los carburadores de seis cuerpos por no cumplir con la normativa de emisiones.
En 1973 y 1974 el coche recibe una nueva mecánica V8 de acceso de 5,2 litros y tan solo 170 CV. El motor 440 de 7,2 litros ahora desarrollaba 280 CV y solo se podía equipar con caja de cambios automática.
El inicio de la crisis del petróleo mató al muscle car americano, y las cada vez más estrictas normativas de polución obligaron a que los motores fuesen cada vez menos potentes. Esto quedaba de manifiesto con la tercera generación del modelo, que se fabricó solo durante 1975 y que estaba ahora más centrada en el confort que en la deportividad, aunque el motor de 7,2 litros podía seguir alcanzando los 200 kilómetros por hora pese a que su potencia se había reducido ya hasta los 235 CV.
El Roadrunner terminó su vida en una época oscura para el automóvil estadounidense. En 1976 se presenta la cuarta y última generación del Roadrunner, ofrecida hasta 1980 y que no era más que un paquete estético del Plymouth Volaré.
Tan solo se conservaban como únicas mecánicas los V8 de menor cubicaje los de 5,2 y 5,6 litros, a los que se sumó al final de su vida el bloque de seis cilindros en línea de 3,7 litros que en España habían montado los Dodge Dart y 3700.
Un final poco digno para el que fuera uno de los muscle car más emocionantes y recordados de las décadas de los 60 y 70, nacido en una desenfrenada guerra por aumentar la potencia y que años después se vio forzada a disminuir.
Fotografías: Chrysler