En el mundo del motociclismo hay toda una subcultura basada en cultivar una estética lo más oxidada posible: el movimiento Rat. Ésta se se basa en que, si has de poner algún tipo de recambio que no sea absolutamente indispensable para el motor, éste ha de venir de la misma basura. Mantener el óxido y la suciedad de la moto también son valores indispensables para tener una buena montura ratera.
En suma: la búsqueda de una estética desaliñada y tan pretendidamente gastada como ratonera, a imitación de la pátina. Es una opción, pero al fin y al cabo… No deja de impostarse una cierta antigüedad, ya que la mayoría de los propietarios de motos “rat” corroen el metal a propósito. Aunque la idea es interesante, las más de las veces no hay una historia real culpable de ese óxido. Es como el joven veraneante alemán que se traviste como hippie para pasar un año sabático en Andalucía.
Sin embargo, hay propietarios de clásicos que conducen carrocerías oxidadas que sí cuentan una historia. Es el caso de Mat Hummel, un curtido “porschista” de California firme defensor de utilizar sus clásicos en el día a día, manteniendo la pátina que el tiempo y el uso constante ha dejado en unas carrocerías que cuentan viejas historias de verdad.
UN GARAJE DE ENSUEÑO
Si eres un seguidor de Porsche seguramente ya te suene la cara de este chico californiano; alguien que no tiene ningún problema en meter su 356 por caminos de tierra. Algo que choca con el mimo y el cuidado que, cualquier otro propietario de una joya así, tendría a la hora de que su chapa no se vea rozada por polvo o gravilla alguna. Matt hace todo lo contrario, disfrutando a diario de su 356 por los parajes agrestes que rodean la nave donde atesora una magnífica colección.
Un 911 Carrera 3.2 del 1986, un 912 de 1966, dos 356 cabriolet de 1952 con el número de chasis consecutivo… Y el que se lleva el mayor protagonismo en lo que a uso por tierra y mantenimiento del óxido se refiere: el 356 coupé que Matt Hummel encontró en un deplorable estado cuasi abandonado en un almacén.
Cualquier otro hubiera sometido al coche a un minucioso trabajo de restauración, procurando dejar su carrocería lo más brillante y nueva posible para luego sólo sacarlo a circular en muy contadas ocasiones, no sea que se estropee…
CON LA CARROCERÍA EN ESTADO ORIGINAL
Lejos de seguir los pasos del departamento de restauración de clásicos de la marca, este “porschista” algo gamberrete decidió mantener toda la pátina original para que ésta contara la historia de un coche que acumula varias décadas. Como vemos en los vídeos, el desgaste de la pintura es evidente e incluso hay trazas de óxido en el techo; no obstante Matt no parece ser un suicida, por lo que estructuralmente parece estar bien y el motor luce limpio y cuidado.
Para nosotros lo interesante de este caso reside en la sana polémica que puede suscitar. Y es que, en un mercado de clásicos donde cada vez más unidades de alta gama acaban como objetos de inversión, la historia de Matt y su Porsche 356 nos recuerda dos cosas: La primera es que, también en el metal, el tiempo genera cicatrices a modo de capítulos de una biografía.
La segunda es que un clásico, por muy cotizado que esté, no deja de ser un coche; y los coches están hechos para conducirlos… Y disfrutarlos. Bien hecho Matt.