Evidentemente, aquellas primeras carreras no eran, ni por asomo, como las actuales. Ahí están pruebas míticas como la Mille Miglia, que fue la carrera por excelencia del automovilismo durante 30 años, ¿y qué decir de la Targa Florio? La primera edición de esta prueba, que discurría por los montes de Madonia, en la provincia de Palermo, se llevó a cabo en 1908.
No podemos olvidar tampoco la Carrera Panamericana, aunque esta es algo más moderna con la primera edición en 1950. No obstante, todas estas pruebas son posteriores a la considerada primera carrera de coches de la historia, la París-Rouen de 1894.
Una auténtica epopeya como sólo se llevaba a cabo en los albores del automóvil. Es cierto que actualmente hay pruebas muy duras, como los 5.000 kilómetros que se recorren en el Rally Dakar, los más de 5.000 kilómetros que también se recorren en las 24 Horas de Le Mans o las 24 Horas de Nürburgring entre otras.
De todas formas, objetivamente, las condiciones de seguridad y lo avanzado tecnológica y técnicamente de los automóviles actuales hacen que unas pruebas de semejante calibre no sean tan hercúleas y heroicas como aquella primera París-Rouen. Y eso que su recorrido “sólo” tenía 126 kilómetros de distancia. Para situarnos, una carrera de Fórmula 1 es más larga, ya que por normativa deben recorrer entre 305 y 310 kilómetros.
GESTACIÓN DE LA PRUEBA
Todo comenzó el 19 de diciembre de 1893, cuando el diario parisino Le Petit Journal publicó una convocatoria realizada por el periodista Pierre Giffard, para celebrar una insólita prueba automovilística entre el 19 y el 24 de julio del año siguiente, es decir, 1894. Una carrera que recorrería las carreteras que separaban la capital francesa de la ciudad de Rouen, con diferentes paradas programadas para que los caballeros pudieran tomar un refrigerio. En aquellos años no había pilotos profesionales, eran auténticos gentlemen drivers que en muchas ocasiones acudían a las pruebas con sus propios vehículos. Es más, muchos de los conductores acudían con automóviles de su propia creación.
Por aquellos años todo parecido con la actualidad es mera coincidencia. Las carreras, al menos las primeras, eran puro marketing que, además, solían estar organizadas por la prensa. Ganar una carrera significaba publicidad y renombre que, a su vez, traía ventas y capital, que se empleaba en seguir adelante con la empresa como cabe esperar. Así nacieron muchas marcas, ya que las carreras resultaron ser muy influyentes para los compradores y los fabricantes comenzaron a invertir grandes cantidades de dinero. Todo se acabó abruptamente con la llegada de la Primera Guerra Mundial, aunque esto es harina de otro costal.
Regresando a la considerada primera carrera de la historia, hay muchas curiosidades que hoy pueden parecer totalmente fuera de lugar. El objetivo, de primeras, era demostrar cuál era el mejor vehículo del momento y exhibir, de paso, el desarrollo tecnológico del sector del automóvil en Francia. El señor Giffard optó por una convocatoria abierta, es decir, cualquiera podría apuntarse, aunque se deberían cumplir una serie de condiciones.
MÁS DE 100 INSCRITOS
La respuesta fue tremendamente positiva y se recibieron un total de 102 inscripciones, cifra absolutamente sorprendente. Hay que comprender que, por entonces, el coche no era, ni de lejos, como lo que tenemos actualmente. Los coches de aquel tiempo, en los albores de este invento, apenas se diferenciaban de los carruajes tirados por caballos, los cuales, tenían un novedoso –entonces– propulsor de combustión interna, o bien, un motor a vapor.
Además, los “pilotos” iban vestidos “de calle”, es decir, como vestirían para cualquier otra ocasión. Sin embargo, aunque la respuesta fue muy buena, finalmente sólo 21 coches pudieron tomar la salida, todos los demás no cumplieron con las exigencias de la prueba. Algunos no podían siguiera estar en marcha más de cinco minutos seguidos…
En las normas se establecía que se podía correr con cualquier tecnología de propulsión, así que se juntaron en la línea de salida motores de combustión con otros a vapor, los había alimentados por gas e incluso eléctricos. Lo más llamativo fue un vehículo que usaba el peso de sus ocupantes para desplazarse.
LA PARÍS-ROUEN DE 1894
A aquella primera carrera se la denominó “Les Voitures sans Chevaux”, literalmente los carruajes sin caballos. Tenía un formato tipo rallye, es decir, se disputaba en carretera –entonces no había muchos problemas con el tráfico– y los participantes salían de uno en uno, con un orden establecido y con una separación de 30 segundos. En cada coche, además del conductor y en algunos casos un mecánico, debía ir un juez. Éste se encargaba de que se cumplieran las normas, además de valorar con una puntuación de 0 a 20 el estilo de conducción.
La carrera duró nada menos que 6 horas y 48 minutos, con una velocidad media, por parte del ganador, que no superó los 20 km/h. El primero en llegar fue Jules-Albert, el Conde de Dion, que iba acompañado de su mecánico, George Bouton. El coche que condujo fue un De Dion-Bouton con motor de vapor, que había sido diseñado por Gottlieb Daimler. Recordemos que éste sería quien fundaría la Daimler, fabricaría el primer automóvil con motor de combustión con cuatro ruedas y, posteriormente, se asociaría con Karl Benz para dar lugar a la Daimler-Benz, hoy conocida como Mercedes AG. El segundo clasificado fue un Peugeot, que empató con un Panhard et Levassor.
De todos los participantes en la París-Rouen de 1894, sólo cuatro lograron llegar a la meta, tres de ellos con motores a vapor. Además, tras la carrera, no se proclamó a De Dion como ganador, sino que se produjo un empate entre el segundo y el tercer clasificados, porque, no sólo terminaron la carrera, sino que también eran los más fáciles de manejar y eso, en aquella carrera, también contaba. La necesidad de un fogonero también jugó en contra de De Dion. El coche más rápido fue el Peugeot 3 HP de de Albert Lemaître.
Este tipo de carreras en carretera abierta, se terminaron con el terrible desenlace la París-Madrid de 1903, que hubo de ser cancelada por el gran número de accidentes mortales. Las prestaciones de los coches ya no eran aptas para disputar pruebas de velocidad en aquellos caminos de tierra. El automovilismo lo comprobó de la peor manera posible.
Imágenes de Wikipedia.