Entre los aficionados al motor siempre habrá preguntas que moverán eternas disputas. Una de ellas es la de si resulta más complicado pilotar en el Campeonato Mundial de Rallyes que en la F1. Sinceramente, nosotros preferimos no entrar a ello. La razón es simple: cada una representa formas diferentes de entender la competición automovilística. Si en la F1 todo se enfoca a la máxima velocidad posible dentro de la seguridad de un circuito, en los rallyes hay que lidiar con una serie de problemas para los que se necesita un coche mucho más resistente. No obstante, sí existe una prueba en la que se marcan diferencias abismales. Especialmente en materia de fiabilidad.
Hablamos del Rallye Safari. Celebrado desde 1953, las condiciones ofrecidas por las pistas de Kenia sentencian un grado de dificultad para hombres y máquinas muy por encima de la media. Y es que, a la conducción trepidante de cualquier rallye se suma aquí toda una serie de imprevistos creados por la sabana. Un entorno imposible de vallar para la prueba, haciendo que los pilotos puedan encontrarse con otros vehículos, todo tipo de animales salvajes y grupos de personas pastoreando ganado. Además, hay que sumar los factores climatológicos. En primer lugar un calor asfixiante que, hasta la llegada de normativas más severas, invitaba a los participantes a quitarse el mono ignífugo y el casco.
Y en segundo lugar la alternancia entre barro y polvo. En caso de lluvia, las pistas se convierten en un barrizal arcilloso donde el lodo hace imposible mantener recto el coche. Pero es que en caso de sequedad todo se envuelve en unas imponentes nubes de polvo en suspensión. Tan cegadoras como peligrosas para la refrigeración del motor en medio de África. Y ojo, porque si todo esto fuera poco debemos añadir baches de órdago, etapas larguísimas y tramos nocturnos. Con este panorama, no es de extrañar que muchos definan al Rallye Safari como el más peligroso de todos los que han sido parte del Campeonato Mundial.
Por eso, cada coche que lo haya ganado merece un puesto de honor en el panteón de la fiabilidad. Algo que hace 50 años alcanzó el Datsun 240Z, posiblemente el deportivo japonés más interesante de su época.
DATSUN 240Z. CAMPEÓN DEL RALLYE SAFARI 1971
En los últimos 23 años el reinado de Mitsubishi en el Rallye Safari es incuestionable; habiendo ganado 15 veces, 9 de ellas consecutivas. Durante los ochenta y noventa aparecen los inevitables Lancia Delta Integrale y Toyota Celica Turbo 4WD, con el cual ganó la edición de 1992 Carlos Sainz. No obstante, lo interesante viene cuando se exploran los primeros años. Ahí aparecen los VW Beetle ganadores de las dos primeras ediciones. Los Ford Zephyr de 1955 y 1958. Los Peugeot 404 que dominaron durante los sesenta con tres victorias consecutivas… Una panoplia de coches a priori poco deportivos, pero increíblemente duros como piedras.
Justo lo que hace falta para ganar el Rallye Safari. Sin embargo, llama la atención cómo en la década de los setenta aparecen en escena vehículos que realizarán la transición entre estos sencillos utilitarios adaptados para la sabana y las máquinas virtuosamente especializadas de los ochenta. Un momento de transición donde Datsun/Nissan destaca con 4 victorias en 12 años. Una racha comenzada en 1970 gracias al Datsun 1600 SSS de Edgar Herrman y Hans Schüller, quienes repitieron en lo alto del podio al año siguiente con su Datsun 240Z.
Una unidad que se ha hecho mítica entre los aficionados a los deportivos japoneses. Ya que supuso el mayor éxito en competición de este deportivo con el que Japón conquistó el mercado occidental. Ideado por Yuyaka Katayama -director de Nissan en los Estados Unidos-, el Datsun 240Z responde a la necesidad de ofrecer un deportivo prestacional pero al mismo tiempo asequible. Una fórmula con la que la división deportiva de Nissan conquistó el mercado americano gracias a una mezcla de buen diseño y motor tan fiable como juguetón.
LA UNIDAD DEL RALLYE SAFARI. CUSTUDIADA POR LA PROPIA NISSAN
Con un motor de 2’4 litros capaz de rendir 150CV con aspiración natural, el Datsun 240Z ofrece las coordenadas básicas para una adaptación a pistas de tierra. Eso sí, la dureza del Rallye Safari hizo que la marca lo preparase a conciencia. Algo que no sólo se ve en las luces para los tramos nocturnos, sino también en unos pasos de rueda agrandados que resguardan neumáticos y suspensiones totalmente diferentes a lo montado por las unidades de serie. Operativo en las ediciones de 1971, 1972 y 1973, este Datsun 240Z ganador acabó resguardado en las naves de la colección propia de Nissan America.
Un dato que no debería sorprendernos, ya que como hemos visto antes la idea del 240Z partió de la división americana de la marca. Además, en Japón no se comercializó la versión de 2’4 litros, sino tan sólo la de 2. Un modelo con menos potencia que, lógicamente, no fue el escogido para los duros tramos del Rallye Safari. Mellado por los obstáculos de la prueba, nuestro protagonista permaneció en un estado algo lamentable hasta que en el pasado 2013 el Nissan Restoration Club decidió devolverlo a sus días de esplendor. Una iniciativa muy interesante, ya que este centro dependiente de la marca lleva rescatando joyas desde el 2006.
Y no, siendo japoneses la idea de este centro de restauración no iba a ser tan sencilla como la del FCA Heritage. Y es que, además de cumplir las labores de preservación, este departamento de Nissan America sirve como banco de pruebas de ingenieros y mecánicos de la marca, usando a los clásicos como objetos de práctica. Una solución inteligente que ya ha conseguido resultados notorios con varias unidades históricas. Eso sí, ninguna tan interesante como la que ahora conmemora el medio siglo desde su victoria en el Rallye Safari. Seguramente, la prueba más dura de todas las que han pasado por el Campeonato Mundial de Rallyes.
Créditos de la fototgrafías: Datsun-Nissan