Una de las cuestiones más apasionantes en el mundo del automovilismo histórico es la realización de pesquisas en busca de unidades tan reseñables como olvidadas. De esta manera, comenzar una investigación nos puede conducir a una trama detectivesca en la que podemos encontrar de todo. De hecho, muchas veces no es raro tener que contrastar relatos procedentes de diferentes aficionados; unas veces cubriendo la existencia de vehículos con los que han lavado dinero negro, otras, sencillamente, ocultando con un privativo y absurdo celo lo contenido en sus garajes.
Con todo ello, el investigador ha de callar y saber guardar. Unas veces frustrado por no poder mostrar una gran colección de motocicletas de los años veinte, otras debiendo ignorar cómo se le ha intentado borrar la huella de una pista evidente. Así las cosas, la búsqueda de vehículos históricamente reseñables aún nos reserva multitud de sorpresas para quien sepa mirar en los lugares adecuados.
Algunos tan sorprendentes como Venezuela, donde incluso a día de hoy podría resultar creíble la localización de alguno de los modelos de competición que tanto afloraron allá durante los años cincuenta. Pero vayamos por partes. Para empezar, lo primero a entender sería la razón por la cual este país sudamericano contó con semejante escena automovilística hace ahora unas siete décadas. Y sí, la razón es el petróleo. No en vano, Venezuela se alzaba en la época como uno de los principales abastecedores de combustible para la economía estadounidense.
Es más, desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial una incuestionable oleada de capitales norteamericanos empezó a traspasar el sistema extractivo venezolano. Un fenómeno inversor asegurado en lo político por el régimen militar de Marcos Pérez Jiménez quien, para más datos, resultaba ser un declarado apasionado del automovilismo deportivo llegando a contar con un Mercedes 300 SL en su garaje.
Así las cosas, entre la élite petrolera de Caracas comenzó a gestarse un claro interés por las carreras automovilísticas. En primer lugar por dar rienda suelta a las ínfulas de “gentelman racer” tan propias de la época pero, al mismo tiempo, también por una evidente necesidad de promocionar a Venezuela y sus recursos petrolíferos a lo largo y ancho de todo el occidente capitalista. Debido a ello, en 1955 se celebró la primera edición del GP de Caracas, reuniendo en la parrilla de salida a pilotos como Fangio o Alfonso de Portago aun sin ser puntuable para ningún campeonato internacional.
https://youtu.be/Q4j3Px8YiaI?si=WJtyQW41-EMbFXqT
Asimismo, durante el año siguiente a Caracas se consiguió atraer la presencia de Stirling Moss, quien se hizo con la victoria al volante de uno de los Maserati del equipo de fábrica. Tras todo esto, la tercera edición logró ser al fin puntuable para el Mundial de Marcas, mutando en su nombre al de los 1.000 Kilómetros de Caracas. Llegados a este punto, en aquella primera -y última- edición de 1957 lo más granado del automovilismo deportivo se dio cita en la capital venezolana para celebrar aquella prueba que, durante aquella temporada, compartía calendario con Sebring, Mille Miglia, Buenos Aires, Nürburgring, Kristianstad y, claro está, Le Mans.
No obstante, el penoso diseño del trazado puso boca arriba todas las esperanzas de asentar en Caracas una carrera de tal envergadura. En primer lugar, cada una de las vueltas parecía estar pensada con la única intención de reventar las cajas de cambio. Además, el circuito urbano de aquellos 1.000 Kilómetros no tuvo en cuenta los peligros de competir a altas velocidades junto a todo tipo de mobiliario urbano. De esta manera, lo que Phil Hill describiera como “una pesadilla surrealista” no se volvió a convocar nunca más.
Ahora. Dicho esto, lo cierto es que aquel bochornoso final no borró el hecho de que, durante todos los años cincuenta, la escena deportiva alimentada por las corporaciones petroleras había importado una gran cantidad de vehículos a Caracas. Vehículos de marcas tan reseñables como Maserati, Ferrari, Mercedes -llegaron no menos de cuarenta 300 SL “Gullwing”- o AC.
De hecho, debido a su excelente desempeño en carreras los modelos de la casa británica lograron ser especialmente populares entre los piloto-cliente venezolanos. Eso sí, cuando muchos de estos abandonaron el país en busca de nuevos negocios -según se incrementaba la extracción de crudo en los países árabe la élite financiera de Caracas veía mermada su posición- una gran cantidad de aquellos deportivos cayeron en desgracia.
Debido a ello, mientras unos fueron literalmente olvidados y perdidos para siempre, otros se malvendieron a aficionados locales que acabaron alterando terriblemente su estado original. Una situación poco dada en otros lares y que, en última instancia, ha alimentado un panorama detectivesco en el país sudamericano bajo la promesa de, incluso a día de hoy, poder encontrar un hallazgo de altura como el realizado por HK-Engineering hace unos ocho años. Éste, concretamente, relacionado con 300 SL perfectamente recuperable.
De hecho, mientras el mencionado Mercedes conserva su motor original, en otras recuperaciones el esfuerzo a realizado tuvo que ser mucho mayor. Y es que, cuando el AC gracias al cual ilustramos este artículo fue llevado al Reino Unido para su restauración, si quiera conservaba su mecánica de serie ya que ésta había sido sustituida por un V8 estadounidense ajustado para carreras de aceleración. Afortunadamente, el especialista Gregg Margetts logró reconstruir la carrocería en base a una gran cantidad de material fotográfico; además, incorporó un motor de dos litros correspondiente a las especificaciones originales.
Tras semejante y exquisito trabajo con factura británica, este AC entregado en 1955 a Renny Ottolina -uno de los personajes televisivos más célebres de Venezuela- al fin recuperó su esplendor original incluyendo su llamativa librea con la bandera nacional. Aquella que lució durante los 1.000 Kilómetros de Caracas porque, sí, esta unidad compitió en la polémica prueba pilotada por el propio Renny Ottolina. Un hombre, que a pesar de quedar último en la posición número 21, pudo presumir de haber sobrevivido a semejante “pesadilla surrealista”. Tremendo marimbazo.
Fotografías: AC Heritage