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Saoutchik y el ocaso de los grandes carroceros franceses

El dictado de la gran serie es firme: todo ha de estar cada vez más y más estandarizado. Sin embargo, siempre queda un pequeño nicho de mercado para los vehículos únicos o en serie corta. Aquellos que, ya sea por exclusividad, prestaciones, diseño o uso específico encuentran una cartera de clientes tan escasa como fiel. Así las cosas, según el automovilismo fue haciéndose masivo los antiguos carroceros independientes fueron cayendo en manos de los grandes fabricantes.

De esta manera, después de la Segunda Guerra Mundial muchos de los talleres más prestigiosos, aquellos que habían vestido a los mejores Hispano-Suiza, Isotta-Fraschini o Rolls-Royce, fueron desapareciendo en pos de una producción cada vez menos externalizada. De hecho, el único país donde lograron sobrevivir -e incluso florecer- los carroceros independientes más allá de los años cincuenta fue Italia.

País donde, dicho sea de paso, gozaron de los favores de Fiat. Una leal protectora de la industria local, responsable de suministrarles chasis desnudos e, incluso, comercializar algunas de sus creaciones en serie corta. Con todo ello, si nos situamos en la Europa correspondiente a mediados del siglo XX ya eran muy pocas las referencias en materia carrocera tanto en Reino Unido como Alemania o Francia.

Algo especialmente llamativo en el caso de Francia, donde algunos de sus diseñadores habían alcanzado cotas muy interesantes tanto en cantidad como en calidad. Es más, así como en Italia Pininfarina estaría llamada a marcar un canon con diseños como el del Florida, en el país galo sus diseñadores también habían logrado una cierta unidad de diseño.

Prueba de ello son las carrocerías producidas por Portout durante los años treinta. Marcadas por el uso constante de la línea curva y los volúmenes generosos, aquella voluptuosidad en las formas se veía rematada por el uso de diversos colores sobre un mismo vehículo. Todo ello acompañado con diversos cromados que, en ocasiones, lucían con un aspecto similar al de los objetos decorativos del Art Déco. En fin, un estilo perfectamente reconocible con exponentes tan vistosos como el Peugeot 402 Darl’mat Special Coupé de 1938.

Además, tres años antes -y también sobre base Peugeot- los carroceros locales demostraron habilidades en materia aerodinámica gracias al 402 N4X. Uno de los primeros automóviles conceptuales de la historia, donde resuenan los ecos del Chyrsler Airflow llevando hasta las últimas consecuencias aquella máxima del Streamline Moderne “la forma es consecuencia de la función”. En fin, si a todo esto se le suman las carrocerías convertibles con techo rígido -las llamadas Eclipse- resulta imposible dudar sobre el estilo y la audacia futurista mostradas por los carroceros franceses durante los años treinta.

Sin embargo, tras la Segunda Guerra Mundial la situación iba a ser muy diferente. Interpelados por la necesidad, desde Renault hasta Citroën pasando por Peugeot todos y cada uno de los grandes fabricantes locales tuvieron que centrar sus gamas en creaciones populares y estandarizadas. De esta manera, el espacio dado a los talleres independientes -adictos a la alta gama- fue siendo cada vez más menudo. Más aún si tenemos en cuenta lo bien que estaban haciendo las cosas en Italia. Donde desde Pininfarina hasta Zagato pasando por Ghia o Vignale se copaban las referencias en materia de diseño.

Llegados a este punto, hacia 1950 quizás el único taller carrocero francés de referencia era el de Saoutchik. Superviviente a la contienda, éste lograba salir adelante como lo venía haciendo desde 1906 gracias piezas únicas encargadas por clientes especialmente adinerados. Además, éstas conservaban -y evolucionaban- el incipiente estilo nacional ya marcado en los años treinta. Debido a ello, las creaciones de Saoutchik son aún reconocibles gracias a su particular estilo. Para algunos excesivo y nada proporcionado aunque, en verdad, siempre cargado de un mérito evidente amén de una incuestionable calidad en los acabados.

Así las cosas, a sus talleres llegaron incluso algunas unidades del Pegaso Z-102. Indudablemente no tan canónicas en su estilo como las carrozadas por Touring, pero sí totalmente identificables desde el primer vistazo. Y es que quizás aquella era su principal virtud: la de firmar creaciones exclusivas dotadas de una personalidad excéntrica, llamativa y diferenciadora. En fin, justo lo que muchos nuevos ricos estadounidenses del momento estaban buscando.

De hecho, si nos ponemos a buscar y rebuscar entre las últimas grandes creaciones de Saoutchik destaca el Cadillac 62 de 1948 con el cual estamos ilustrando este breve artículo. Un vehículo donde todo se juega a poner las miradas sobre el mismo; luciendo formas, colores y volúmenes capaces de celebrar un estilo de vida ampuloso donde no se repara en gastos. Algo así como un intento de revivir lo que fueran, también en el automovilismo de alta gama, los “felices años veinte”.

Es más, el historial de este Cadillac 62 ilustra a la perfección todo esto. Para empezar, se concibió como una pieza única sin las limitaciones financieras de la producción en serie. Además, aun vendida en París ésta se orientó a la clientela norteamericana, encontrando su primer dueño en la figura de un famoso peletero de Nueva York adicto a los focos de la vida pública. Eso sí, por suerte para la afición a los clásicos la vida de este automóvil ha perdurado más que la fugaz existencia de algunas de aquellas fortunas sobrevenidas. Todo ello para ser ahora uno de los últimos grandes exponentes en relación al periodo dorado de los carroceros franceses. C’est fini.

Fotografías: RM Sotheby’s / Peugeot

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Escrito por Miguel Sánchez

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