Sin duda alguna, el 600 fue una de las creaciones más populares de entre todas las realizadas por Fiat durante el siglo XX. Aun cuestionable en muchos aspectos -el motor trasero no era lo más adecuado para un pequeño utilitario-, su economía y venta a plazos favoreció el acceso de las clases populares al automovilismo junto a la acción de otros modelos diseñados en Francia, Alemania o Reino Unido.
Además, gracias a la visión comercial de Fiat el 600 llegó a España como uno de los vehículos a fabricar por la empresa local licenciada para ello. Un excelente punto de partida sobre el cual multitud de carroceros y especialistas realizaron sus particulares transformaciones. Para empezar, Abarth se enfocó en la vertiente prestacional generando verdaderas máquinas de competición con el 600 -y el 500- como base.
Dicho esto, incluso se llegaron a ver variantes con acabados realmente cuidados a fin de servir como elegantes vehículos urbanos. Y es que, aunque pueda parecer una paradoja, el Fiat 600 cerró el círculo de su clientela dando una vuelta completa a la misma.
No en vano, aunque éste interpretaba un tremendo éxito como primer coche para millones de familias, al mismo tiempo encontró un pequeño pero interesante nicho comercial entre las clases más acomodadas.
Aquellas mismas que, con su amplio despliegue financiero, podían permitirse un garaje nutrido con diversos vehículos para cada situación.
EL FIAT 600 COMO COCHE DE PLAYA
Así las cosas, en no pocas casas de la burguesía italiana los GT más prestacionales convivían con berlinas alemanas y, al tiempo, diversas preparaciones del Fiat 600. Algunas tan específicas como la Jolly, carrozada por Ghia con el único objetivo de ser un transporte elegante para los días de playa.
Aquellos en los que había de salvarse una pequeña distancia entre la casa de vacaciones y la línea de costa, siendo para ello muy práctico el uso de uno de estos utilitarios convenientemente preparado. En primer lugar, la carrocería cubierta del modelo original era recortada para dejar así la marcha al descubierto.
Tras esto, se añadían unas barras capaces de dar una mayo resistencia al conjunto al tiempo que proporcionaban puntos de sujeción a los pasajeros. Los mismos que, en un alarde de simpleza y practicidad, descansarían sobre asientos de mimbre. Totalmente ajenos a los problemas inherentes a la ropa mojada y, al mismo tiempo, muy fáciles de limpiar con un simple manguerazo.
En fin, a todas luces el Fiat 600 Jolly de Ghia fue una especie de precedente para los posteriores “buggies” playeros. Eso sí, con mucho más estilo y gracia como mandaban los cánones de la clase alta radicada en el norte de Italia y que, eventualmente, usaba a este simpático vehículo en sus residencias de la costa mediterránea. Una deliciosa rareza en la historia del 600.
Imágenes: RM Sotheby’s