Antes de nada debemos confesar cómo este artículo a modo de recomendación de compra no parte de la lógica práctica. De hecho, sus presupuestos se sitúan en las antípodas de la misma, poniendo el foco en un automóvil que, seguramente, le pueda traer más problemas y quebraderos de cabeza que alegrías y soluciones.
Sin embargo usted ha entrado libremente a una cabecera dedicada a los vehículos históricos. Algo que, no se engañe, ya le pone en una dudosa lista junto a otros muchos seguidores de lo absurdo si por esto entendemos el ejercicio de la irracionalidad.
Al fin y al cabo, no descubrimos nada nuevo al señalar cómo sopesar en pleno siglo XXI la adquisición de modelos antiguos, inseguros, contaminantes e ineficientes es a todas luces una insensatez. Insensatez que ustedes como lectores y nosotros como redactores compartimos en afición suicida por conducir aparatos carentes de elementos tan esperanzadores como el airbag.
Entonada esta vergüenza de existir -necesaria en tiempos donde cada vez más fanáticos se encuentran encantados de haberse conocido-, pasamos a señalarle al Rover SD-1 3500 MKII como una opción de compra llena de encanto y extravagancia británica. Un vehículo amplio, agradable en largas rutas y, al tiempo, bendecido con toda la potencia inherente a un motor V8 con entrega de par contundente y progresiva.
Eso sí, cuenta con multitud de problemas mecánicos, un consumo elevado -en autopista a velocidades legales quema unos 12 litros a los cien- e, incluso, poder experimentar estas cuestiones es una suerte en sí misma debido a la escasez de unidades disponibles. Más aun si nos ponemos continentales y por tanto buscamos como condición inexcusable una con el volante a la izquierda. Vamos, un lio tremebundo al cual se suma el desgaste prematuro de sus cajas de cambio.
De todos modos, pocos modelos han sido capaces de sintetizar tan bien el equilibrio entre extravagancia y clasicismo como el Rover SD-1 3500. Asimismo, la génesis de su motor V8 es una de las historias más interesantes de entre todas las del automovilismo británico. En fin, múltiples atractivos para pensar en buscar uno; más aún cuando, siendo sinceros, nuestra afición ya tiene de base un alto componente descabellado.
ROVER SD-1 3500 MKII, LA POSIBILIDAD DE CONTAR CON UN V8
Hace unas semanas les sugerimos la compra de un Daimler Double Six como la posibilidad más realista de adquirir todo un V12 sin arruinarse. No gustó demasiado o, al menos, gustó unas treinta veces menos que anunciar la venta de un SEAT. Bien. Dicho esto, volvemos a la carga británica señalando al SD-1 como el portador más asequible del motor V8 con el cual Rover empezara a trabajar en 1965.
Año en el que compró sus derechos de fabricación a General Motors, ajustándolo aquí a 3.5 litros para ser el propulsor con el cual la casa británica iba a motorizar su nueva gama alta. Planteada en principio en base a los prototipos P8 y P6BS -una berlina y un deportivo con motor central-trasero respectivamente-, ésta finalmente tuvo que rebajar sus vuelos debido a la integración en 1968 de Rover en British Leyland junto a Jaguar.
No obstante, aquello no significó la renuncia al V8 sino tan sólo su inclusión en modelos evolucionados de sagas ya existentes como los P5B y P6B. Todo ello con potencias en torno a los 160 CV y, en el caso del P5B, una exquisita estética británica que hacía del mismo una especie de berlina de acceso para la gama de Jaguar -si se nos permite la voltereta mercadotécnica-.
Además, en su desempeño resaltaba una llamativa suavidad en la entrega del par capaz de hacer del V8 con origen Buick el motor perfecto para un rodar cómodo con potencia desde bajas vueltas. Así las cosas, esta mecánica se consignó con distintos ajustes para servir en los Range Rover, Triumph TR8, MG MGB y -claro está- Rover SD-1.
Lanzado en 1976, este último tomaba la antorcha del P6 heredando su motor con 3.5 litros para ofertarse tan sólo en versión de cinco puertas. Toda una heterodoxia en la cual reside el encanto de sus líneas, pues lejos de asimilarse con las clásicas berlinas de tres volúmenes el nuevo Rover prefirió una carrocería innovadora con una zaga Kammback en la cual se plasmaba todo el trabajo realizado por Paolo Martin en Pininfarina mejorando lo ya teorizado por Wunibald Kamm.
En suma, la apariencia del SD-1 no sólo es llamativa por su originalidad, sino también por ser capaz de seducir a la ingeniería con evidentes argumentos aerodinámicos. Eso sí, en lo referido a la fiabilidad la primera serie del modelo exhibió bastantes puntos débiles empezando por sus cajas de cambio -tanto automáticas como manuales- hasta su sistema eléctrico -típicamente endeble como el de otros muchos automóviles británicos-.
Además, dado lo especial del motor V8 tanto en consumos como en potencia Rover dispuso versiones más modestas con bloques de cuatro y seis cilindros en línea. Por cierto, una de ellas turbodiésel y hoy en día significativamente más asequibles que las V8; tenga eso en cuenta si su fetichismo va más por la apariencia y practicidad rutera del SD-1 que por la adquisición concreta de un motor con ocho cilindros.
Dicho esto, hay que ser justos al reconocer cómo Rover corrigió muchos de los fallos mencionados al presentar en 1982 la segunda generación del SD-1. Debido a ello le aconsejamos centrar su búsqueda -si ha llegado hasta aquí en la lectura del presente artículo algo de tilín le ha hecho el coche- en el SD-1 3500 MKII.
Si lo encuentra y decide hacerse con él seguramente le traiga algunos problemas; pero tenga en cuenta cómo serán unos problemas lógicos para un aficionado a los clásicos pues, si lo que quiere es un vehículo sobrio y nada complicado, entonces le sugerimos uno de los actuales Skoda. Yo tengo uno en el garaje y la verdad, problemas no da aunque emociones tampoco.