TEXTO: FRANCISCO CARRIÓN / FOTOS: UNAI ONA
El Vintage Revival Montlhéry es uno de esos eventos únicos que los aficionados esperan –o esperamos- como agua de mayo. Aparte de una exclusividad impuesta por los organizadores –sólo vehículos anteriores a 1940, y bajo estricta supervisión de estos- hay que esperar dos años entre cada edición, pues es bianual.
Este año, además, participaba por primera vez un equipo español… nosotros mismos. Tras varios años viéndolo desde la distancia, por fin en esta edición fuimos hasta allí con un estrambótico Austin Seven de 1925 recarrozado como coche de carreras en España, y seguro que los organizadores aceptaron nuestra solicitud sólo porque nunca habían visto un “cacharro” similar. ¿O sería porque éramos los primeros españoles en mandar la solicitud?
Matriculado originalmente en Barcelona, probablemente fue creado en la postguerra por algún piloto que no podía acceder a un coche de carreras propiamente dicho. El viaje en furgoneta de más de 10 horas (con parada en País Vasco para recoger el coche) lo realizamos el que esto escribe, nuestro fotógrafo Unai Ona y Rubén, un buen amigo que vino desde Lugo.
Vintage Revival Montlhery, espectáculo pre-1940
Cuando por fin llegamos el viernes 5 de mayo a las puertas del circuito, nos dieron con ellas literalmente en las narices, pues habíamos llegado a las 6 y 5 minutos, cuando la entrada estaba limitada hasta las 6 ¡En punto! Aun así no fuimos los únicos -ni mucho menos-, y a las 7 de la mañana del día siguiente allí estábamos de nuevo para acceder sin problema alguno junto con muchos otros participantes. Nada más entrar, comenzó el espectáculo.
Enormes Mercedes o Napier anteriores a 1910, decenas de diminutos ciclecares Amilcar, Salmson, Darmont, Bugatti de todo tipo –tantos que al final casi eran lo que menos nos llamaba la atención-, toda clase de extrañas motos de carreras, varios puestos de recambios, etc etc.
El día se presentaba nublado, frío y desapacible por culpa de un intenso viento, pero enseguida descargamos el bólido y comenzamos a pasear entre los diferentes parques cerrados.
La disposición de estos es curioso, porque todo está alrededor de unos pasillos en forma de cruz, en cuyo centro se formaban continuamente interesantes atascos. Primero porque justo desde ahí se agrupaban los coches antes de las tandas en el circuito, y segundo porque había muchos vehículos que se habían llevado simplemente para pasear por allí, a pesar de que la mayor parte de esos caminos son de tierra que en este casos e había convertido en barro. Y además, por esos mismos pasillos había un gran tráfico de viandantes.
A veces era tan interesante –o incluso más- que las tandas en pista, pues tan pronto uno se tenía que apartar alertado por el estruendo de un Bugatti 35 como por los toques de bocina de un parsimonioso Panhard Clement de 1898 o por el petardeo de cualquiera de las motos de competición, que usaban precisamente esas pistas para arrancar a empujón. Todo ello convenientemente sazonado con un toque de olor gasolina y mucho aceite quemado… ¡una maravilla!
Mezcla en la pista de Montlhery
Las tandas en pistas estaban organizados por curiosos grupos de los que a veces nos costaba comprender el criterio seguido por la organización. Si algunos como el que unía a Bugatti Brescia con Amilcar CGSS y BNC 527 o el de los triciclos Morgan, Darmont y Sandford tenían sentido, muchos otros parecían hechos a “ojo de buen cubero”.
Vean si no el “Plateau H” en el que se podían ver un enorme Avions Voisin Laboratoire de 1920, un Gegoire 7/2 de 1904 o un Delage DI de 1928 con una carrocería cerrada totalmente “de ciudad”, todos ellos adelantados por el velocísimo Guyot Special de 1924, un auténtico bólido de gran premio dotado de compresor.
Participaban aquí también tres réplicas de vehículos que en los años 30 habían pulverizado récords de resistencia en este mismo circuito: Una del famoso Citroën “Petite Rosalíe” de 1933, un Delage D8 aerodinámico de 1932 y el extrañísimo Hotchkiss AM 80 de 1930 que más bien parecía una ballena y que llegaba a subir hasta lo más alto del peralte del circuito.
También es digo de comentar el “Plateau Juan Lalan” en el que lo mismo te encontrabas varias Harley Davison de competición de los años 10 que algunas antiquísimas bicicletas o un triciclo Mochet con propulsión mixta a pedales-eléctrica… todo un espectáculo que discurría, eso sí, a no más de 15 km/h en la mayoría de los casos. Y los más interesantes, un par de ciclecares Bedelia con los asientos en tándem y el conductor sentado en el asiento trasero.
Este año las marcas homenajeadas eran GN/Frazer Nash, con sus curiosos deportivos con transmisión por cadena, y las originales motos ABC de motor bóxer e inspiración aeronáutica. Ambas son británicas, y es que aunque este evento se celebra en el corazón de Francia, casi parecía que estábamos en plena Inglaterra, pues más del 60% de los participantes procedía de allí.
Mal tiempo e inoportunas coincidencias
Incluso el parking de visitantes, que acusó el mal tiempo en la baja participación, estaba nutrido en su mayor parte de ingleses que habían acudido rodando desde su país con venerables vehículos de los años 20 y 30.
El orgullo francés se salvaba con la exposición de varios Delage de Gran Premio de los años 20, que fueron campeones del mundo en varias ocasiones. Eso sí, nos quedamos con las ganas de oírlos rugir en circuito, pues no salieron de su carpa.
Con todo, las fechas coincidieron con las elecciones presidenciales francesas, y se echó en falta una mayor presencia general de participantes autóctonos con las rarezas a las que nos tenían acostumbrados de otras ediciones, pues este año lo más raro e interesante era británico. Por ejemplo, uno de los premios a “Coche más Interesante” se lo llevó el HE 2 litros de 1924 llevado en marcha desde Inglaterra por su propietario -y constructor de la carrocería-, Oliver Way.
Los pocos premios que se reparten en Vintage Revival Montlhéry son elegidos por un jurado, pues las tandas no son competitivas –ni siquiera hay clasificación-, sino que son para el simple disfrute de los conductores. Nosotros, sin embargo, pudimos disfrutar “sólo lo justo”, pues nuestro Austin Seven, tras cada 10 minutos en marcha se paraba en seco.
Tras las pertinentes comprobaciones descubrimos que llevaba instalada una vieja bomba eléctrica de los años 60, que cuando se calentaba dejaba de funcionar y, debido a la carrocería “aerodinámica”, el depósito de gasolina -que va en el torpedo- quedaba por debajo del nivel del carburador, con lo que por gravedad no podía llegar el combustible. Después de la paliza del viaje y de que consiguiéramos que la organización nos aceptara –cosa que no es tan sencilla-, fue decepcionante no poder completar ni una vuelta al circuito… aunque los ratos que funcionó, nos lo pasamos en grande.
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