El histórico grupo norteamericano General Motors anunció sus planes para producir únicamente vehículos eléctricos a partir del año 2035. Y aunque la compañía siempre ha tratado de innovar dentro de esta cambiante industria, ya en la década de los sesenta se preocuparon por buscar alternativas al motor de combustión tradicional.
Aunque por aquel entonces muchas empresas desarrollaban algún prototipo eléctrico e incluso General Motors coqueteó con los novedosos motores rotatorios o tipo Wankel, desde Detroit intentaron recuperar una tecnología prácticamente pérdida, pero que tuvo una gran importancia en los albores de la automoción; los coches a vapor.
Los automóviles a vapor fueron tuvieron una gran importancia a principios del siglo XX, llegando a ser incluso más populares que los coches de gasolina antes de la invención del arranque eléctrico. La rápida evolución del motor de combustión interna hizo que los complejos vehículos a vapor terminasen por desaparecer en la década de los años veinte, dada la complejidad de estos sistemas, así como los peligros y desafíos que conllevaba incorporarlos en un coche de producción, aunque marcas como Doble lograron perfeccionar bastante estos automóviles.
1969: UN CHEVROLET Y UN PONTIAC A VAPOR
Para finales de la década de los sesenta los coches a vapor eran casi un episodio anecdótico en la historia de las marcas pioneras. En aquel momento los fabricantes americanos afrontaban una serie de nuevos desafíos, el principal de ellos era poner un remedio a corto plazo a las desmesuradas emisiones de muchos de los modelos que producían.
Por esta razón General Motors decidió desarrollar un par de prototipos impulsados por motores de combustión externa a vapor. El motivo era que estos motores eran mucho más ligeros que uno de gasolina convencional, aunque había que incluir una caldera que terminaba por sumar un gran peso al conjunto, pero sobre todo sus emisiones de monóxido de carbono eran ínfimas en comparación y fácilmente regulables.
El primer prototipo creado en 1969 tomó la base de un Chevrolet Chevelle del mismo año y recibió el nombre interno de SE-124. Este coche experimental recuperaba patentes de los vehículos Doble de la década de los años veinte en un motor creado por Bill Besler que solamente lograba rendir 50 CV de potencia y permitía al Chevy alcanzar una velocidad máxima de apenas 100 kilómetros por hora.
Por otra parte, los propios ingenieros de General Motors desarrollaron su propia mecánica a vapor y decidieron montarlo en un Pontiac Grand Prix de 1969 dado el largo capó y amplitud en el vano motor con el que contaba este modelo. Este proyecto se bautizó como SE-101, y aunque sus resultados fueron mejores que los del Chevrolet seguían siendo bastante decepcionantes.
El nuevo motor tenía la ventaja de poder funcionar con cualquier tipo de combustible atomizado, algo que ya ocurría con los coches turbina de Chrysler. Pero la potencia era de solamente 140 CV, menos de la mitad de un V8 convencional de aquellos años y con un peso añadido de más de trescientos kilos. Estos motivos fueron suficientes sumados a la complejidad de la propia mecánica como para que el proyecto no fuese más allá y cayese en el olvido, con el Chevelle como única pieza superviviente hasta la actualidad de aquellos curiosos experimentos.
Imágenes: GM, Doble